TAMARA
Dejé caer la cuchara dentro del plato vacío donde minutos antes comía mi cereal de hojuelas, inicialmente compre esos copos de avena porque Miranda quería bajar de peso, según ella está gorda, según yo, tiene unas curvas perfectamente envidiables, ¿Por qué nos la pasamos casi una vida entera criticando nuestro cuerpo? ¿Por qué tenemos la necesidad imperante de cumplir con los estigmas sociales para encajar en un molde de perfección?
Ni puta idea, lo que sí sé con plena certeza es que Miranda tiró a la mierda su dieta y soy yo quién se come el cereal.
Me levanté de la silla, lavé los platos que estaban sucios y me encargué rápidamente del aseo de la casa, fui a mi habitación, tendí mi cama y doble la ropa que tenía acumulada sobre una silla. Supongo que la estricta rutina que sigo todos los días me hace sentir por lo menos que estoy un poco más viva.
Entré al baño, me quité la ropa y aprecie lo que había frente al espejo, un cuerpo sin alma buscando un buen lugar. Besé el tatuaje en mi antebrazo y finalmente dejé que el agua empapara mi larguirucho cuerpo.
Hoy era un día aburrido hasta la noche, había una fiesta con temática de neón en un club de electrónica cerca al centro de la ciudad, aparentemente la fiesta prometía porque irían los mejores distribuidores de droga de la zona, significa que será un momento agradable.
Me coloqué unos shorts negros y un top, debo salir a hacer la compra de la semana antes de gastarme el dinero.
Caminé por el pasillo para meterme nuevamente a mi habitación para tomar mi cartera y de reojo vi que la puerta de la habitación de Miri estaba entreabierta, unas terribles ganas de entrar y chismosear por sus alrededores hormigueaban por todo mi cuerpo.
<< Entra, entra >> canturreaba una voz en mi cabeza.
¡Contrólate Tamara!
Intenté seguir de largo y luchar contracorriente, corrí a mi habitación por mi cartera y decidí salir rápidamente antes de quebrantar nuestras propias reglas de convivencia. Con llaves en mano y a punto de cerrar la puerta, decidí tirar mis principios al demonio.
Actúa y después piensa.
Cerré la puerta e indecisa entré a la habitación de mi amiga, hace tres días era normal, hoy la veo como una base fundamental de información, no puedo luchar contra la curiosidad de saber quién es Miranda Lavalle. Cierro los ojos para no sentir el impacto de lleno, estiro mi brazo para tocar la madera de la puerta y la voy abriendo lentamente, bien, nada ha cambiado desde la última vez que entré.
Ahogué mi respiración y con cuidado me adentré, todo estaba en orden, su cama, su armario, y su tocador. Di un pasito y luego otro pasito al que le siguió otro pasito, el calendario en su pared marcaba el 31 de Julio, nuestra fecha final. Las manos me sudaban del nerviosismo pero al menos podría saciar la curiosidad temporalmente.
Abrí los cajones de su mesa de noche y no había nada llamativo, me quedé un par de minutos revolviendo entre su ropa y seguía sin encontrar algo. Entré a su ropero y vi que debajo de sus plataformas perfectamente organizadas por colores del más claro al más oscuro había cajas, no dude ni un segundo. Tomé el par de zapatos estiletos color nude y me los puse bajo el antebrazo. Abrí la caja. Aparentemente no pesaba mucho.
Una foto.
En ella había una familia, por un momento creí que era el ideal perfecto de la familia americana, Miranda estaba de unos trece años sentada en el regazo de un hombre mayor, quizá era su padre porque las facciones de su rostro eran muy similares, junto a ellos había una mujer castaña algo delgada, seguro su madre y Matthew, el esposo de Liz, estaba al lado de ella, todos estaban radiantes y felices frente a la cámara.
Ahora eso cobraba sentido, Mathew y Miranda tienen un parentesco, por eso ella no quiso que desde el inicio supiera su apellido ¿Por qué hay tanto misterio con esta familia?
Guardé la foto y decidí seguir inspeccionando la caja, no había más fotos, tomé una agenda que estaba resguardada tras una flor marchita, creí que contenía algo escrito, pero cuando vi sus hojas caí en cuenta de que se trataba de un talonario de cheques, al pie de todas las hojas aparecía la firma y nombre de Manuel Lavalle ¿Miranda era hija de una familia pudiente? Eso explicaría por qué se hace cargo de todos los gastos sin cobrarme un céntimo. ¿En ese caso por qué tiene en su poder ese talonario?
— ¡Tamara, ya llegué!— un grito me hizo poner los pelos de gallina y dar un brinco sobre mi posición, se me cayó un zapato y la tapa de la caja.
Carajo.
— ¡Aquí estoy!— respondí. Me apresuré a dejar todo en orden antes de que Miranda entrara a la habitación. Coloqué la caja donde estaba antes y puse sobre ella las plataformas, rápidamente tomé unos tacones de color rojo e hice el vago intento de actuar para que creyera que me los estaba probando.
Miranda entró a la habitación y toda la instancia se impregnó con su dulce aroma de frambuesas, levantó una ceja inquisitiva.
— ¿A qué debo el honor de que estés en mi habitación, preciosa?
Señalé torpemente mis pies y ella abrió la boca sorprendida al verme con los zapatos puestos.
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Editado: 12.08.2019