Dulcemente Locas

Capítulo 20

 

Miranda

Salí del baño con una toalla tapando mi cuerpo, me sentía fabulosa pero algo en mi interior me gritaba que esperara mañana para levantarme, todo me dolería. Descubrí que hacer senderismo no es lo mío, pero con una buena dosis de quejas y mi mejor amiga queriendo matarme, se vuelve más llevadero. Abrí la mini nevera para tomar  un poco de jugo satisfecha por el gran almuerzo que había tenido, lo serví en un vaso de vidrio y me senté en la cama que elegí al lado de la ventana. Tamara caminó hasta quedar frente a mí y dar una vuelta sobre su mismo eje.

— ¿Cómo me veo?— preguntó.

— Te ves hermosa, ¿A dónde irás?

— Maxwell me invitó a cenar.

Silbé.

Llevaba un lindo vestido skater brillante de tiras color negro, ajustándose en cada delicada curva del cuerpo, calzaba unas hermosas plataformas del mismo color.

— Espero que la pases muy bien, preciosa— dije con sinceridad.

— ¿Qué harás?

Alcé mis brazos para señalar nuestra hermosa habitación, patrocinada por la enorme billetera del abogado Comercial Theodore Lenpad.

— Me quedaré y veré una película, no tengo ganas de salir, estoy muy cansada— admití.

— ¿Cansada de la vida nocturna?

— Más de lo que crees, las fiestas ya se me estaban tornando monótonas.

Se quedó callada quizá recordando lo de la semana pasada.

— Tara— miré la tinta en el antebrazo—. ¿Qué harás cuando Maxwell pregunte por el tatuaje?

Tocó los números que lo decoraban y sonrió con nostalgia.

— Mentir, eso es lo único para lo que soy buena.

Volvió al baño para terminar de arreglarse y yo fui a la mía para colocarme mi pijama, Tras 20 minutos, Maxwell llegó con perfume de Paco Rabanne y traje, esta salida iba en serio, mi amiga nerviosa se fue.

Encendí el televisor y busqué la película de Alabama Monroe, quise llorar un buen rato, además la película me da consuelo porque a comparación del protagonista masculino, mi vida no es tan jodida como la suya. Me acurruqué entre las sabanas y pensando en lo que se avecinaba en la película comencé a llorar a moco tendido.

En la película Elise y Didier se conocieron, se casaron, tuvieron una hermosa hija, la pequeña se enferma, no pueden combatir la enfermedad, muere y ya estoy otra vez llorando, así que siempre llego a la misma conclusión, estoy celosa de esa niña porque sus padres si la aman.

Detuve la película al escuchar que alguien tocaba, me apresuré en limpiar las lágrimas y abrir a la persona tan persistente detrás ella.

— Cachetes— esa sensual voz pronunció el maldito apodo.

Me mordí el labio superior, quería encogerme y hacerme bolita para que no me viera en estas fachas, mis shorts de vaquitas y mi camisa de tirantes con una vaca en el centro no era ara nada sexy.

— Thed… ¿Qué haces aquí?

Levantó los hombros y extendió una bolsa, la tomé y dentro había snacks con jugo de naranja.

— Escuché que estás cansada y no querías salir, así que vine hasta aquí para acompañarte.

— Esto es…muy lindo de tú parte— me amilané. Por dentro quería saltar, correr o lanzar flores.

Me quité de la puerta y lo dejé pasar, sus jeans estaban desgastados y su polo azul oscuro lucia muy nueva. Cerré la puerta y me lancé a la cama con los snacks, palmé mi lado para que se hiciera al lado mío y así lo hizo, se quitó los zapatos y ya lo tenía sentado bebiendo de la lata de jugo de naranja fría.

La película continuo y la feliz pareja ya estaba teniendo problemas por la muerte de su hija, me concentré tanto en eso y una voz en mi cabeza me decía <<Te está mirando>> volteé varias veces, pero con una sonrisa en su rostro, Thed disimulaba ver el drama.

Nuevamente me largué a llorar en la escena final.

El acosador pasó su brazo por mis hombros y me apretó contra su costado, sorbió mocos, también estaba llorando.

— ¿Por qué carajos estabas viendo esto?— lloriqueó.

— Porque es mi favorita— respondí hipeando.

Ambos nos tranquilizamos.

— Esta es la primera vez que lloro por una puñetera película de amor— se quejó.

— Bienvenido al club de los llorones— me miró mal, la nariz de Thed estaba roja y se veía hermoso.

— Que dicha estar ahí, ¿Acaso te traes algo con la muerte?

Alcé la cabeza para simular que pensaba una respuesta.

— Ella y yo somos intimas amigas— admití a lo que él señaló el tatuaje en mi clavícula.

— Memento mori— murmuró.

— Recuerda que morirás— traduje.

Limpió el resto de papas fritas que quedaba en su mandíbula y dejó abandonada en el piso la lata vacía de jugo.

— Solamente una vez estuve cerca de la muerte, fui a una fiesta de la facultad y me emborraché, me lancé del cuarto piso del edificio de los dormitorios y aun no entiendo cómo es que sigo con vida.




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