Dulces Mentiras

Extra 1 [Pronto seremos tres]

—Te llamare luego, hermana ¿De acuerdo? —Callie escuchaba vagamente las palabras de Joey. Toda su concentración se detuvo al momento que observo la musculosa espalda de su marido contraerse tras sus deliberados pasos.

Se relamió los labios, repentinamente resecos. —Está bien, Joey. Hablamos luego. —corto la llamada, y se puso de pie, tomando su bolsa para salir de la oficina al encuentro de su esposo. Al cual rodeo con los brazos desde atrás, y acomodo por unos segundos su cabeza sobre la espalda de Grant.

Por algunos segundos, Callie se quedo en esa posicion, sonriendo al sentir como Grant se daba la vuelta y colocaba las manos sobre su rostro, alzandolo para atrapar sus labios en un apasionante beso, que hacía que Callie se derritiera en su agarre.

Graham Blackstone era un hombre que después de reprimir su deseo hacia una de sus empleadas. Ahora no tenía ninguna represión, y lo demostraba en cada oportunidad. Tampoco es que Callie tuviera objeciones, aunque a veces su amor se tornaba muy ruidoso... y escandaloso a la hora del almuerzo.

Callie se separó con una sonrisa. —Te extrañe.

—Puedes venir siempre que quieras a mi oficina, cariño. —Grant tenía una sonrisa maliciosa.

Callie acaricio la mejilla de Grant, antes de rodar los ojos, reprimiendo una risa. —Sabes muy bien lo que sucede cuando nos ponemos en ese plan. 

—Te encanta, y no puedes negarlo. —Grant le guiño el ojo de manera encantadora, haciéndo que riera maravillada.

—Sin embargo, prefiero que estemos en casa. —Callie depósito un casto beso—. Pero suelo hacer objeciones, no todos los días tienes un esposo tan complaciente. 

—Ni una hermosa esposa a la cuál le tienes una sorpresa por nuestro primer aniversario. —Grant depósito un beso en la frente de Callie.

—Okey... Llámala entonces a esa sopresa.

Grant la tomo de la mano y beso sus nudillos, caminando a su lado rumbo a los ascensores. 

—Joey dice tener algo importante que decir. —comentó Callie—. No lo sé... La escuché un poco tensa. Dijo que me llamaría más tarde.

Grant reflexiono sus palabras. —Espera a hablar con ella para deducir algo, cariño. Joey talvez tenga buenas noticias.

Callie se encogió de hombros, mirando al frente. —Ojalá sea así. 

Grant apretó la mano de su esposa, haciendo que ella lo mirase. —Todo estará bien. Sal de esa hermosa cabeza tuya, cariño. Te necesito centrada en mi ahora.

—¿Solo tú? —Callie sonrió al sentir las manos de Grant posarse sobre sus caderas, acercándola más a él. Últimamente necesitaba tenerlo cerca, su deseo hacia Grant se convertía en una fijación por tener alguna parte de su marido a su alcance.

¿Razones? Muchas.

Con su escultural físico que la hacía babear. Su sonrisa encantadora que aceleraba su corazón. El brillo en los ojos de Grant que demostraba cuánto amor existía para ella. Los latidos de un corazón acalorado que Callie escucha al poner su cabeza contra el pecho de su esposo.

Todo en Grant le daba razones, y cada día, conocía otra pequeña pieza que hacía que su amor se expandiera.

La Callie de hace un año no creería que terminaría casada y enamorada hasta la médula de su jefe, Graham Blackstone. El hombre que inicio como un desconocido, luego su prometido falso, y termino como su marido real. 

Su todo.

Grant es su todo. 

Los pensamiento de un mundo sin él se volvieron poco a poco sus temores, pero Grant, siendo el hombre perfecto, trabajo esa confianza hasta que esas pesadillas se volvieron nulas.

—Solo en mi. —susurro Grant en su oído. 

—Estoy ahí... —gimió Callie, al mismo tiempo que las puertas del ascensor se abrían y tenían que salir.

Juliet, quien era su asistente por casi diez meses, estaba charlando con las nuevas recepcionistas. Pero al verlos, levantó su mano y los despidió. 

Ninguno volvería a la oficina, pero Callie no era conocedora de esa información. 

—¿Qué hace Antonio con esas hermosas flores? —Callie sonrió al ver que Antonio se acercaba a ellos.

Grant estaba serio. —Pues quisiera saber lo mismo.

—¿No has sido tú? —Callie miro a Grant de reojo, y apretó su mano—. ¿Quién pudo ser?

—Callie, Grant. —Antonio lo saludo con una sonrisa, extendiendo el arreglo hacia ella—. Recibí este paquete con tu nombre.

—¡Es muy hermoso! ¿Quién podría ser? —Callie tomo el arreglo, pero busco entre las margaritas algún indicio de tarjeta, y al encontrarla, le pasó a Grant el arreglo.

 

Lo mejor para mis dos personas favoritas.

Amber.

 

—¿Quién es? —Grant apareció al lado de Callie, con el ceño fruncido. 

—¿Celoso, amorcito? —Callie bromeó, arrebatándole las flores, y devolviendoselas a Antonio—. ¿Puedes ponerlas en mi oficina?

Antonio miro a Grant, pero asíntio hacia Callie. —Como diga, señora Blackstone.

—Hay un lugar mejor para las flores. —comentó Grant.

—¿Cuál?

—En el basurero.

Callie levantó una ceja divertida. Anto Io se alejo sin querer tener parte de la conversación. —Si Amber escuchara eso, probablemente estarías en severos problemas.

Al escuchar ese nombre, Grant se relajo en el agarre de su mujer. Muchos hombres miraban a su esposa, y aunque eso rallaba lo inaceptable, que alguno de ellos se atreviera a enviarle flores, era sobrepasarse, cuándo era de conocimiento público que Callie es una mujer casada.

Si existía algún perdedor que dejó ir a Callie en el pasado. Grant no se sumaría a la lista. 

La pareja salió en dirección al coche que les esperaba. Grant abrió la puerta de manera caballerosa para Callie, quien ya divertida de los celos que Grant nosotros dentro, simplemente dispuso a poner su mano sobre los labios de Grant, simulando un beso fugaz.

—¿A dónde me llevas? —inquirió Callie, acomodando su vestido. Fallando miserablemente cuando Grant puso su manos sobre el muslo de ella e hizo que el vestido se subiera y expusiera parte de sus muslos—. ¿Que haces? —gimoteo sin aliento, dejando caer su cabeza hacia atrás. 

—¿Te diviertes con mis celos, cariño? —el coche empezó a moverse, pero Grant tenía otros planes. Colocando su rostro en el cuello de Callie, plantando castos besos hasta llegar a su boca. 

Callie estaba lista para recibirlo, su actitud demasiada receptiva. —Sabes que no habrá nadie más que tú. 

—No lo habrá. Pero no está de más ahuyentar a todos esos imbécil que te quieren. 

—Si tu lo dices. —Callie se acomodo, dejando que Grant se saliera con la suya—. Aunque yo también tengo mucho trabajo al marcar mi territorio. 

Callie sentía como Grant se estaba riendo, con la cabeza enterrada en su cuello. 

Sus bromas eran frecuentes. Aunque no existieran motivos para desconfiar del otro, era inevitable el sentirse amenazado. 

El auto aparco frente a un lujoso restaurante, uno que llevaba pocos días en New York. Pero que acaparaba la atención de los medios por un sinfín de anécdotas.




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