Dulces y Narcisos

Capítulo III Receta perfecta

 

Al día siguiente, Candy se despidió de Patty después del almuerzo, dispuesta a probar el club de cocina. Candy entró al salón equipado, le sorprendió el misterioso silencio en los compañeros que la veían sospechosamente, todos con filipinas la miraron tomar un lugar en uno de los banquillos y sacar su cuaderno para tomar apuntes. Apenas escuchó unos cuchicheos, le pareció extraño también que el trío de Elisa estuviera presente. Fijaría la atención a la hoja hasta que llegara el maestro, pero un huevo fue lanzado directamente ahí, ensuciando su mesa de trabajo. La sorpresa la entumeció por un momento, pero otro huevo fue a su dirección, otro y otro más. Luego llegó la harina desde arriba. No entendía que sucedía, todos reían e insultaban. ¡Huérfana! Gritaban. ¡Regresa a América!

 

Cayó en cuenta: Esto era obra de los F4. En su casillero había aparecido un pedazo de cartón rojo, eso era “La Tarjeta”, de esto debió de cuidarse. Enfurecida y entre las burlas salió corriendo del salón hasta llegar a la torre de los lamentos, como la había bautizado. Ahí, casi sin aliento, apoyándose del muro de piedra quiso gritar, pero no pudo, un nudo en la garganta le detenía.

 

—¿Cuántos pasteles se pudieron haber hecho con todo esto? Cuánta comida desperdiciada…—Esto no era por la humillación, no era por lo que hubiesen hecho con ella. Recordó los tiempos difíciles del Hogar de Ponny, cuando ella con apenas nueve años se había ofrecido a trabajar para llevar dinero. Se lo habían negado, fue la primera vez que sintió la frustración de no poder ayudar a los que quería.

— No tienen idea de lo que cuesta la vida. — Susurró, lágrimas gruesas pudieron salir finalmente.

—Mmmhhmm… —Unos pasos subían la escalera, Anthony Brower contuvo la sorpresa de su estado. Candy tragó saliva para contenerse, él estaba aquí para verificar que lloraba, estaba segura de eso. Sin embargo, él no la miraba maliciosamente, tampoco reía. —¿Sabes hacer cupcakes? —Preguntó sin más con grave voz.

—¿Eh? Sí…, sí, claro.

—¿Qué necesito?

—Necesitas… 1, 2, 3, 4. Una taza de mantequilla, dos de azúcar, tres de harina y cuatro huevos.

—Te los has echado encima. — Se inclinó hasta ella mirándola con esos ojos azules llenos de bondad. Sacó un pañuelo de su bolsillo y empezó a limpiarle la cara con delicadeza, sus lágrimas ayudaban a quitar los restos de huevo, tenía harina hasta por las pestañas. Tomó su mano para depositar ahí el pañuelo, ella no hizo más que forzar una sonrisa y apretar lo entregado. — Te ves mejor así, sonriendo. Cuídate.

 

Se fue de ahí dejándola confundida. Él no era como los demás, no podía haber esa maldad en él.

 

Terrence Grandchester: no me verás derrotada. Aguantaré lo que tenga que aguantar, pero no me verás a tus pies, no me verás humillada como los demás. Tampoco creas que me iré, no, ¡claro que no! He pasado cosas peores que estas, y tú eres un don nadie para mí.

 

Fueron los pensamientos que Candy le dedicó a su ahora enemigo.

 

En el salón F4 el ambiente era otro, risas y juegos.

 

—Creo que con esto bastará.

—¿Estás seguro, Terry?

—Por supuesto, Stear. ¿Cuándo me he equivocado? Esa repostera vendrá a pedirme piedad, se disculpará por su falta.

 

Terry mantuvo en su mano una pelota blanda, la misma que usaba para aliviar el estrés y con la que ahora jugueteaba ligeramente entre los dedos.

 

—Y si eso sucede como tú predices, ¿qué pasará después, la dejarás ir?

—Primero lo primero. —Terry con gran sonrisa acarició su mentón idealizando la escena sin revelar el resto. — Después ya veremos.

—Esto está yendo más allá de un rutinario fastidio, ¿no crees, Archie?

—Apuesto a que la chica aguantará... Dos semanas más. —Apostó el Casanova a su pariente como respuesta a su pregunta, pero Terry protestó.

—¿Qué te pasa? Es solo una chica.

—Lo sé, pero creo que no es de las nuestras.

—No sé exactamente a qué te refieres, pero acepto tu apuesta, Archie. —Stear contribuyó a la idea.

—Hecho.

—Perderán. — El líder se levantó propinándole una palmada en la espalda a su amigo. —Y también te lamentarás de haber dudado de la palabra de Terry Grandchester.

 

Al día siguiente, Candy era la comidilla de todo el colegio, no había sitio en el que no la señalaran con las miradas, en que las murmuraciones no iniciaran. Patty tomó el lugar a su lado en el almuerzo. Ahora, ¿qué ocurría?

 

—Espero que te sientas mejor —Ofreció una taza de chocolate caliente, aunque ahora con el frío todos preferían estar dentro, para Candy la intemperie era un mejor lugar. — Quiero disculparme contigo.

—Gracias —Dio un sorbo sonriendo, pero ante la disculpa alzó una ceja, regresando su mirada a su nueva amiga. —¿Por qué deberías disculparte?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.