Dulces y Narcisos

Capítulo VI: Atrapados

 

Anthony no había aparecido por la escuela, de no ser por sus compañeros que parecían tranquilos al respecto, Candy se hubiese preocupado mucho más. Tampoco se le veía deambular por los gimnasios o parques, hasta ese día por la mañana que lo volvió a ver interpretando en el violín aquella melodía de amor que escuchó cuando lo había conocido.

 

Candy lo recordaba en la habitación compartida con Annie, sin mucha cabeza para completar sus deberes. El sentimiento de Anthony estaba ahí, era tan prodigioso que podía transmitir la tristeza y nostalgia que le embargaban y con ellas empapar la melodía. Era doloroso verlo así. Sin embargo, y pensando en esto, Candy sostenía en su mano el regalo de Terry.  Miraba el anillo entre sus manos sin atreverse a medírselo, aún no podía creer que por medio de este pequeño objeto estuviese unida a una de las mejores escritoras. Orgullo y Prejuicio. Recordó al Sr. Darcy, ese hombre tan bondadoso, lleno de prejuicios y limitantes. Sonrió para sí y sin querer, el rostro de Terry se dibujó en su mente. Frunció el ceño sacudiendo la cabeza: Claro que él no tenía nada de Sr. Darcy, ¡por supuesto que no! Terry podía llegar a ser cruel con los demás chicos, sentirse muy superior a los demás y comprar lo que él quisiera, hasta a las personas, pero eso no iba a ocurrir con ella. Volvió a guardarlo en la cajita, sonrió de nuevo y a la mente otra vez, la sonrisa sincera de Terry. Aquello que casi nunca hacía, cuando sus ojos azules brillaban. Oh, por Dios, ¿en qué estaba pensando?  Sin embargo... Había una cosa de la cual no podía en el fondo apartar su mente, y ese algo tenía un nombre y una pena.

 

—Candy. —Le llamó Annie tocando suavemente la puerta abierta, para despertarla de sus sueños locos. —Te buscan. —Annie estaba sorprendida, casi pálida de la impresión.

—¿A quién viste? —Annie solo atinó a señalar con la cabeza hacia la sala, donde se dirigió la rubia y sorprenderse también con la visita.

 

Ahí, Felicity usaba un vestido sencillo color menta, con el flequillo liso en la frente que le hacía ver aún más aniñada, los ojos grandes, esperando.

 

—Hola, Candy. —se puso de pie y la saludó como si fuesen las grandes amigas.

—Hola, Felicity. ¿Sucedió algo?

—No, nada de eso. Vine a despedirme. —Candy se extrañó por el detalle proveniente de ella, apenas si se conocían. —También vine a pedirte un favor muy especial. Se que apenas nos conocimos, pero puedo distinguir a las personas nobles, y tú eres una de ellas.  — Candy no pudo más que sonrojarse

—¿Quieres un té?

—No, muchas gracias, seré breve. Se trata de Anthony. —Quizá por eso le caía bien Felicity, era franca y directa, sin muchos rodeos. — Él va a necesitar mucha compañía.

—Tiene a sus amigos.

—Sí, pero en especial, creo que te tiene a ti. Tiene la fortuna de poder contarte como amiga, ¿no es así? —Candy asintió— No seas tímida, sé que él te ha tomado estima.

—Quizá sea cierto, pero a quien quiere cerca es a ti, no a mí. A quien ama es a Felicity Kingston. —Esta sonrió suspirando.

—Lo sé, pero he tomado mi decisión de hacer mi propio camino y no fue fácil hacerlo. A veces las personas que más te importan en la vida son las que más hieres y quisieras que más te entendieran. Es difícil. —Bajó el tono de su voz, se le hacía difícil hablar. — Lo único que quiero pedirte es que no lo abandones. Hazlo feliz, porque tú eres la única persona que podría hacerlo, tú le has devuelto eso.

 

A Candy se le acababan los argumentos, no podía negársele a Felicity. Juntas salieron de la casa para despedirse, sin saber, que Anthony, al ver el auto de su antigua amiga estacionado fuera de la casa de Annie, se había bajado del suyo y se ocultaría cerca, observando.

 

—No te vayas, Felicity. Por favor, te lo ruego, no lo hagas. Anthony te quiere.

—Candy... No se trata solo de eso, por favor.

—Él quiere que lo ames. El solo quiere eso, por favor. —A la modelo se le hizo un nudo en la garganta, no podía decirle cuánto quería a Anthony, que ella misma se sentía sustituida por Candy, que aquella sonrisa que solo Felicity le provocaba Anthony, ahora tenía que compartirla con ella. Fue cuando supo que Anthony estaba listo para volver amar, de dejarlo ir.

—El amor de antes ha cambiado, todos hemos crecido. Ahora… Ahora solo queda mirar adelante.

 

Tres corazones fueron rotos en ese momento, incapaces de dar lo que se les solicitaba. Ninguno de ellos tenía la capacidad para retener, dar o quedarse para ser felices, aunque hubiera uno que sobrara. Felicity por último abrazó a Candy efusivamente, apenas pudo corresponderle, no mostró más su rostro, subió al auto rápidamente para partir. Anthony aún con las emociones a flor de piel y confundido salió de su escondite para encarar a Candy en cuanto el auto se perdió a la vuelta.

 

—¿Cómo te atreves, Candice White? —Ella le miró sorprendida, sofocada en el suspiro contenido. —¿Quién eres tú para pedir por mí, para interceder en lo que no te importa, humillándome ante alguien que tú ni siquiera conoces tanto como yo?




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