—Terry, despierta —el susurro de su voz fue tan claro que intentó volver a sumergirse en el sueño de donde seguramente procedía— Terry... ¡Terrence!
—¡Ea, ¡qué pasa! — demasiado real como para no despertarlo en un sobresalto y verse en medio de un ático con el sol rellenando los espacios del suelo de madera, Candy le sonreía sentada en la orilla de la cama, ocultando una sonrisa. Así vestida de lino blanco podía ver sus brazos inmaculados, notando la misma característica en su cuello, en sus hombros delineados por el escote de ojal. Terry se talló los ojos, el brillo que despedía de su cabello rubio en una coleta baja lo hacía sentir que admiraba oro resplandeciente, miró alrededor de la habitación de nuevo, se escuchó una risilla.
—¿Qué tienes, así te despiertas siempre? Estamos en Chicago. — los rayos luminosos que a ambos calentaban cambiaron de dirección debido a una amenazadora nube densa.
—¿No tienes frío?, creo que lloverá. —Candy negó, sus rizos se movieron. Él sonrió enternecido.
—En Chicago llueve, pero el calor y la humedad se quedan. Vamos, ya levántate, tenemos mucho por hacer hoy. — Candy bajó de la cama ligeramente más alta que una común, sin embargo, Terry no se movió, se concedió recargarse en el colchón absorto por lo que aún veía. — ¿Qué pasa ahora?
—Solo te admiro.
—Ah... —ella se sonrojó desviando la vista. — Suficiente, ya vámonos. —Terry alcanzó a tomar su mano suavemente muy a sorpresa de Candy, quien sintió el retumbar de su corazón casi contra sus costillas.
—Te ves tan... —hizo una pausa, tragó saliva. — Tan...
—Tan ¿qué?
—Tan graciosa con tus pecas... Tan...
—Ya vas otra vez con eso, te dije que...
—Bonita... —Aseguró Terry
—...No me gusta que me digas pecosa o...
—Realmente muy bonita...
—...Pecas o aquí también me dirás que soy... —Candy siguió hablando.
—Como un ángel.
—...Repostera, porque entonces le voy a decir a la Hermana María y ella...— Terry suspiró y el silencio se hizo porque ella ya había tomado cuenta de lo dicho y quería apagarlo alzando la voz. En cambio, su suspiro la hizo callar, una sonrisa de Terry le sorprendía, pero era la primera vez que lo escuchaba simplemente suspirar. Ambos aclararon la garganta balbuceando cualquier cosa— Te esperamos abajo, el tocador está en el pasillo, saldremos Tom, tú y yo.
—Sí, sí, ya... Ya estoy allá.
Bajando las escaleras se detuvo tomando el aire que necesitaba, su mano tocó su corazón y le hizo cerrar los ojos, obligándose a respirar pausadamente, antes de que su hermano la viera temblar, sudar, sonrojada y casi hiperventilando. Sus ojos, por todos los Cielos, eran como ellos, como los cielos de chicago en primavera, como mar de océano. Profundos e inquietantes, misteriosos, pero también, bondadosos. Ese brillo desatado por la crueldad había desaparecido, se preguntó si alguna vez había realmente existido, porque en ese momento en que ella la miraba, deseaba que siempre fuera así. De esa forma extraña, sin explicación ni palabras, cálido.
—¿Tardará mucho?
—No, ya viene. —Candy terminó de bajar al toparse a Tom en la escalinata.
—¿Qué tienes?, estás asustada. ¿Te hizo algo? ¿Intentó algo?
—¡No, no! Tonterías nuestras, ya ves cómo somos, no paramos de pelear ni en fines de semana.
—Boberías de niñas, todas son iguales —Tom subió meneando la cabeza, Candy no pudo detenerlo porque ya se escuchaba la voz de la Hermana María y ya de por sí el hecho de haberlo despertado hubiese sido un escándalo, aunque ella no le viera lo malo en ello.
El desayuno estaba listo y los niños comían cuando Tom y Terry llegaron tarde para disculparse; a Candy se le cayó el pedazo de pan con mermelada de entre sus dedos al ver al heredero Grandchester: Podía ver que los jeans eran suyos, pero la playera era totalmente de Tom, aquella que le había quedado demasiado grande hace algunos meses, a Terry le quedaba mucho mejor. Era negra con la imagen de una guitarra ladeada sobre todo su torso, le despedía llamas de colores y debajo estaba la leyenda "Beat Rock" con letras góticas. El cabello un poco más desordenado y mojado, seguramente por cortesía de Tom tendría gomina barata. El calzado, por Dios, el calzado. Los convers que Tom casi no usaba por quedarle grandes ahora los usaba también Terry, y podía asegurar que el hecho de que ahora lucieran inmaculados había sido idea no de su hermano precisamente.
Tomó asiento al lado de Candy, las mujeres le saludaron cordialmente y antes de que ellas dijeran algo, él delante de su plato de avena envolvió una de sus palmas en su puño e inclinó la cabeza en una breve pausa, luego tomó la cuchara y empezó a comer. Candy estaba atónita, Tom le sonreía con esa gorra elástica negra de las letras blancas y bordadas de los Yankis de New York superpuestas.
—Creo que me da miedo...
—No podía permitir que saliéramos con las fachas que el pretendía usar.
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Editado: 04.03.2022