Dulces y Narcisos

Capítulo XV: Distancias

Aptación por Alexa Bauder
Basado en el dorama Boys Over Flowers (Corea)
éste a su vez, basado en el manga Hana Yori Dango de Yōko Kamio

 

El día siguiente a la experiencia de pollo con waffles, Terry una vez más fue despertado en esa pequeña habitación soleada; esta vez por una vocecilla que discutía con una más acerca de cómo hacerlo despertar. El joven se estiró debajo de las sábanas, le siguieron unas risas infantiles.

 

—Dile tú.

—No, a ti te enviaron.

—Y tú me seguiste, pensé que me ayudarías.

—¿Ayudarte en qué? —El rostro inglés se asomó por encima de las cobijas, una ceja alzada esperó por la respuesta de ambos chiquillos. Estos, al verse descubiertos, dieron unos pasos atrás, la rubia de coletas se armó de valor.

—Eres nuestro invitado de honor el día de hoy. Ha dicho la hermana María que… que…

—¡Que te apures a bajar! —Terminó de decir el chico.

 

Realizada la enmienda, ambos menores bajaron la escalera corriendo, fueron encontrados por Candy esquivándolos apenas, su voz, hizo que Terry se acomodara y pasara los dedos por la cabellera. Había sido una suerte haber tomado un baño nocturno para quitarse de encima la gomina.

 

—Buenos días, Terry.

—Buenos días, pecosa. En un momento bajo.

 

De un salto de la cama se dispuso a alistarse, a Candy le pareció una estampa irreal, ahí, con el pijama satín color azul marino, con el escudo de armas de su apellido bordado. Parpadeó unas cuántas veces, cuando su novio hizo evidente que necesitaría espacio para cambiarse.

 

—Ah, disculpa. —Negó volviendo a sonreír, sonrojada brevemente. —Los chicos te habrán dicho ya que eres nuestro invitado de honor, así que no es necesario que nos ayudes.

—Me niego. Si me permites, necesito…—Señaló la camiseta del día. — ¿Qué es ese olor?

 

La casa comenzó a impregnarse del dulce aroma de la mantequilla derretida y los recién hechos hot cakes hechos por Candy. Cayó en cuenta que ella había hecho una pausa a su labor debido al mandil con huellas de masa fresca; Tom había tomado la batuta mientras tanto.

 

—Mary ha querido compartir su día “M” contigo, así que hoy es el día “MT”. ¿No te dijo eso hace un momento? Anda, baja.

—Wo, wo, alto ahí. —Detuvo su andar cerrándole el paso. —¿No significaba eso que es su cumpleaños? Para el mío falta todavía.

—Es el día M, son las reglas de Mary, y si ella dice que lo comparte contigo por ser invitado de honor, tú bajas y eres el invitado de honor, no me discutas, Terrence.

—Está bien, está bien. —El semblante satisfecho de la rubia le cautivó. Ella sacó de uno de los bolsillos frontales del delantal un cartoncillo decorado hacia él.

—Toma, me dieron esto para ti.

 

Mientras los pasos nuevamente sonaron en las escaleras cuesta abajo, Terry reconoció entre sus manos una corona de cartoncillo con su nombre escrito en trazos infantiles en crayola.

 

* * *

 

Habiéndose casado realmente muy joven y con la fortuna de la familia a cuestas, Richard Grandchester, duque, había salido del mercado casamentero apenas se hubiese fijado el compromiso con Ellen McAllister, otra heredera del ramo empresarial. Tan inteligente como sagaz, la chica contaba con un listado de logros académicos que le aseguraba un futuro prometedor. Educada, hermosa, con toda la clase que su madre deseaba para él. El joven, con el reciente título otorgado tras la muerte de su padre no podía faltarle nada, solo una cosa.

 

El calor de Los Ángeles y su cultura artística era algo totalmente nuevo para Richard. Había sido una excelente idea cambiar de aires y tomarse un descanso luego de su graduación universitaria. Sabía que sería el último sorbo de libertad que la duquesa viuda le había prometido antes de embarcarse a las obligaciones heredadas. Cuánta falta le había hecho su padre, su consejo, su guía. Él había necesitado más tiempo, pero es algo que ni el, podía comprar. Entonces, en uno de esos bares experimentales, arriba de un escenario y como invitada especial, apareció la rubia Eleanor Baker. Su larga melena ensortijada por las puntas y ese vestido de gasa largo le pareció irreal. Una diosa retro hippie que se movía al son de la música con un pandero en mano, con la más prodigiosa voz que jamás hubiese escuchado.

 

—¿Eres cantante profesional? —Había preguntado cuando unos amigos se la hubiesen presentado.

—Oh, no, no. Soy actriz. —Al ver la confusión en el galante rostro de Richard, un chico que a leguas se notaba no era de por ahí y confirmado con su marcado acento inglés, explicó—. Pretendo ser una actriz completa. Me gusta el teatro, me gusta la interpretación.

—Lo haces muy bien. —Sonrió fascinado. El lunar sobre sus pequeños y coloreados labios le daban el toque Marilyn Monroe sensual que contaban de las americanas. Sin embargo, ella tenía algo más que coquetería. Tenía presencia. Su ángel hablaba con el tono más amable cuando lo ameritaba, y a la vez, vibrante cuando algo le apasionaba.




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