Dulces y Narcisos

Capítulo XVI: Dignidad

 

Durante la cena, a Terry no le había parecido que Candy hubiese tomado la decisión de buscar un trabajo extra los fines de semana; eso podría mermar sus clases y entrenamientos, pero no había algo que bajara a Candy cuando ella se proponía a subir.

 

—Terry, no te preocupes. —Candy tomó otra pieza con sumo cuidado, una vez que logró manejar el par de palillos con una sola mano. Su novio se había encargado de darles un lugar privado para que su pecosa no tuviera empacho en aprender. Su seriedad era evidente.

—Estoy buscando en mi cabeza algo que te sea más redituable que tener que trabajar más horas en vez de invertirlas en tus estudios.

—¿Ahora eres economista?

 

Terry se encogió de hombros, negando, volvió a su comida.

 

—Estoy siendo educado para eso y más. Lo que no concibo es tener que quedarme de brazos cruzados viendo como atraviesas todo esto, sola.

—Es lo que hay, y por favor, déjame hacerlo a mi modo. No hay algo que tu tengas o puedas hacer.

 

El inglés ladeó la cabeza, buscando que su novia le mirara nuevamente.

 

—No está mal pedir ayuda, pecosa.

—¿Y tu la has pedido alguna vez? —Rebatió, sus rubias cejas se alzaron, el ahora desvió la vista.

—Es diferente. Quiero hacerme cargo de ti.

—Y te lo agradezco, pero no te corresponde. Sí. Estamos… Estamos juntos, pero no soy tu responsabilidad. —Antes de que el rebatiera, continuó. —La mejor forma que me puedes apoyar es estando de acuerdo.

 

El negó, no, no estaba de acuerdo, pero iba a dejar las cosas así, por mientras, sin eso sí, perderla de vista. Luego, sonrió ampliamente.

 

—¿Ahora qué pasa, Terry?

—Pasa que discutimos como una pareja adulta. Como un par de casados por un tema así.

 

Candy abrió mucho más los ojos, tuvo que tomar un trago de agua, aclaró la garganta.

 

—A veces siento que vienes de otro siglo, Terry.

 

 

* * *

 

Annie realmente no sabía qué hacer. Habían pasado cuarenta minutos desde que llegó a ocupar esa mesa y dos vasos de agua y un café comenzaba a impacientar al mesero, pues debido al festejo de la noche, tenía parejas y grupos de amigos esperando por un lugar y ella, era simplemente un desperdicio.

 

Para colmo, un par de chicas con pareja murmuraban a dos mesas de ella. Una, de cabello cobrizo con los rulos artificiales tenía la mirada más malintencionada que jamás hubiese visto. Su amiga, la rubia, se parecía mucho, pero era más por seguirle la corriente, pues a leguas se notaba quería poner más atención a su acompañante masculino que al juego de su amiga. Claro, la reconoció, era Eliza y compañía, las había visto en los juegos de Lena, cuando compitieron Terry y Anthony. Y ellas, también la habían reconocido.

 

Annie suspiró, poco más de cuarto de hora. Eliza, camino al tocador, aparentó sorprenderse al encontrarla, habló desde arriba, con el aire de superioridad de siempre.

 

—Es muy poco cortés que te dejen plantada, ¿no es así?

—¿Lo dices por experiencia, entrometida? —Eliza no esperó ese ataque frontal, de Candy sí, pero Annie sí que le sorprendió. —Además, ¿te conozco?

—No, pero yo a ti sí, eres como Candy, tu amiga.

—Qué descortés dirigirle la palabra a alguien a quien no te han presentado oficialmente. —Annie respondió, con la más dulce voz que pudo haber actuado.

 

Eliza abrió la boca, achicó los ojos, negando, a punto de otro disparo venenoso.

 

—Annie, —Un apresurado Archie llegó dejando un beso en la mejilla de la chica. —disculpa la tardanza, tuve un asunto… Eliza, ¿qué haces aquí?

—¿Tú? ¿Con ella? ¿Es que acaso Londres se vuelto loco con las chicas pobres?

Archie lo pasó por alto, le pareció más divertido su rostro molesto. Quiso ir más allá, alcanzó la mano de Annie sobre el mantel.

 

—Cornwell, puedo decirte que Terry es impulsivo y hasta excéntrico, ¿pero tú? ¿Qué falta? ¿Stear saliendo con Patricia O’Brian? Nada, no quiero saber nada.

 

Siguió su camino, furiosa, casi tropezándose con una chica que llevaba una charola de pasteles, pero a la niña mimada poco le importó.

 

—¡Torpe!

 

La mano de Annie escapó de su agarre en tanto que Archie se distrajo, aunque rieron juntos por el percance. Archie la había salvado por esta vez. Al diablo su cita.




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