Dulces y Narcisos

Capítulo XXVII: Decisiones

Dulces y Narcisos

Adaptación por Alexa Bauder

Basado en el dorama Boys Over Flowers (Corea)

éste a su vez, basado en el manga Hana Yori Dango de Yōko Kamio


 

Capítulo XXVII

Decisiones


 

Las visitas al hospital no eran algo nuevo ya para Candy y Anthony, ambos tuvieron que esperar en la salita y después de informarles que Albert se encontraba bien, que había acudido por su propio pie, ambos se tranquilizaron.

 

El siempre padeció del corazón y, aún así, hizo su vida tan normal, nadie creía que padeciera de algún mal.

 

Aquellas palabras quedaron en Candy, Anthony le había explicado su preocupación extrema, aún cuando intentó ocultar sus emociones.

 

—Así que tú eres sobrino del Doctor Andrew. —Preguntó Candy al término de la explicación de parte de su historia, admitir que eran parientes era el pase para obtener información de las enfermeras, ese había sido el inicio de una plática de más de una hora. Anthony asintió, la mirada fija en un punto perdido. —Lamento todo esto, Anthony.

 

El chico negó, luego, cruzándose de brazos, observó la hora, impaciente, pero Candy había pensado en el asunto.

 

—Será porque yo soy pobre…—Brower la miró por este inicio de frase, ella apretó los labios, creyendo esta misma suposición armada en su mente. —, pero si mamá y papá regresaran a pedirme perdón por haberme abandonado, yo los recibiría con los brazos abiertos. —Anthony estuvo a punto de discrepar respecto a ello, pero Candy, anhelante, continuó. —Sería una lástima que, si al día siguiente los perdiera, no hubiese aprovechado para recuperar el tiempo perdido.

 

Hubo un silencio, Candy no recriminaba la actitud de Anthony, solo se había colocado en su lugar y esa era la conclusión a la que había llegado.

 

—Tú eres diferente, Candy. Tú eres noble y podrías perdonar a cualquiera, hasta a Eliza. Y no, no es por ser lo que tú dices. —Su rubia amiga negó con una sonrisa suave.

—Tu también lo eres; eres muy bueno y estoy segura de que, si no es hoy, podrás perdonar al Doctor Andrew. Solo deseo que no pase mucho tiempo.

—No lo sé.


 

Fueron interrumpidos cuando Albert salió de una de las puertas del pasillo, colocándose la chaqueta y con algunos papeles en mano, se sorprendió al ver a ambos ahí, Candy se adelantó a saludar.

 

—¿Se encuentra bien?

—Sí, todo está bien —sonrió ante la preocupación de la chica.


 

Anthony no dijo nada, tenía la vista a otro lugar, pero al lado de la rubia.


 

—¿Usted vive solo? ¿Es casado o algo así? —Albert, confundido por tal pregunta, negó. —Así que, si le pasa algo y Dios nos libre de ello, no tendría a quien avisar inmediatamente.

 

Nadie respondió, pero esa era toda la respuesta para Candy.


 

—Anthony y yo hablábamos acerca de llevarlo a vivir con él, puesto que también vive solo y son familia, pueden cuidarse mutuamente. —fingió inocencia, Anthony enseguida la miró y Albert aclaró la garganta.

—No creo que sea lo más conveniente, no voy a incomodar a… No quiero incomodarte, Anthony.

—Pero cual, si son familia, ¿o no? Ya luego se acostumbrarán.

—Que Anthony tenga la última palabra. —reaccionó el mayor, a lo que su sobrino se encogió de hombros, a media voz afirmó.

—Al menos por vacaciones, mientras estoy en casa. —Respondió.


 

Albert ocultó su sonrisa y para esto, se disculpó excusando llenar unos formularios en el mostrador para irse.

 

—Candy, ¿cómo se te ocurre esto? Ni siquiera nos dirigimos la palabra.

—A ver, Anthony, tu me ofreciste tu casa, ¿no fue así?

—Sí, y...

—Y nada, si tu hiciste eso por una amiga, ¿qué no harías por la familia?

—El me abandonó. —le recordó

—¿Y no está ahora él aquí? Hay quienes jamás vuelven y el tiempo, hay que aprovecharlo.

 

Albert venía de regreso, sonriente.


 

—Y mira esa carita, toda ilusionada por tener a su sobrino de vuelta. Anthony rodó los ojos.

—Siempre se ganaba a la tía abuela Elroy con esa maldita sonrisa.

—Apuesto a que también eras la debilidad de ella —aseguró triunfante.



 

* * *


 

Al otro día, descanso para Candy, podía darse el gusto de levantarse más tarde, más una llamada de Karen le hizo recordar dónde pasaba la noche, en la mansión Grandchester, así que no podía recogerla de donde la hubiese colocado Lena. Salió de la cama rápidamente y la convenció de verse en un punto de Londres.

Llegó casi corriendo y por fortuna, cinco minutos después, un auto de lujo manejado por un chofer le indicó que era el que esperaba. Un hombre bajó y le abrió la puerta, Karen a media sonrisa la animó a entrar. No eran las únicas, su madre, la señora Kleiss las acompañaba.

 

—Candy, querida, qué gusto que hayas venido. —Karen se mostraba más callada de lo usual, era Raquel Kleiss quien llevaba la plática. Desde ese primer encuentro en el restaurante, entendió que la chica americana era si no es que la única amiga conocida de su hija, la única disponible, la única en Inglaterra y la única, por mucho, la que le parecía simpática.




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