Dulces y Narcisos

Capítulo XXXII: A donde sea que vayas, iré yo.

Dulces y Narcisos

Adaptación por Alexa Bauder
Basado en el dorama Boys Over Flowers (Corea)
éste a su vez, basado en el manga Hana Yori Dango de Yōko Kamio

 

Capítulo XXXII

A donde sea que vayas, iré yo.



 

Entrada de blog: 

 

Puedo ser paciente, pasar hambre y fingir que todo está bien. Pero si hay algo que no puedo soportar, es ver cómo les hacen mal a mis seres queridos; mucho menos, por mi causa.

 

Srita. W.

 

Stear le mostró su Tablet a Terry con la página del blog de Candy, el heredero frunció el ceño, levantando la vista, luego de pasar uno y otro post al deslizar el dedo sobre la pantalla.

 

—¿Qué significa esto?

—El motivo por el cual, Mercers’ la hizo acreedora de una beca para ingresar al Colegio San Pablo para chicas. —Terry negó, volviéndose a posicionar a la última entrada, trece horas antes, trece en las que no sabía nada de su pecosa, creyéndola en casa ¿de quien más? Anthony; del cual, por cierto, su llamada entró en ese momento.

—Brower. —respondió Terry

—Revisé su habitación, no hay ninguna pista.

—¿Cómo que no hay nada? Lo único que sabemos es que voló a Chicago, pero no sabemos ahora exactamente a dónde. El Hogar de Ponny se mudó y no tenemos idea a dónde.

—¿Crees que Karen sepa algo? —Terry asintió, apresurándose a colgar a su amigo.

—Te llamo después. 

 

Terry fue por esa pista, Archie también llegó a la mansión Grandchester, con pasos largos irrumpió la habitación de su líder, quien estaba en espera en línea. 

 

—Tom también se fue —informó a Stear—Annie me contó que hace dos días expulsaron a Tom de las prácticas de atletismo de verano. 

—Expulsado, ¿por qué?

—Una simple pelea. —Stear alzó las cejas, negando al tiempo que su dedo ajustó sus gafas. 

—No se expulsa por una simple pelea.

—Buscaban un pretexto. Ahora ambos seguramente están gastando sus boletos a Chicago. 

—Es lo que Terry trata de averiguar.

 

Ciertamente, su amigo se impacientaba, a punto de mandar a volar el celular al otro lado de la habitación, detenido por Stear. Era imposible comunicarse con Karen, estando en el extranjero, su móvil quizá había sufrido algún cambio, no tenía conectividad o simplemente, estaba apagado.

 

—Tranquilo, yo trataré de localizarla, le preguntaré. 

—¿Por qué no le pedí la nueva dirección? ¡Maldita sea!

 

Todos se tomaron un momento de silencio, en espera del plan o si es que a alguno se le ocurriera algo. Una segunda llamada de Anthony alertó a todos. Esta vez, se escuchó en voz alta.

 

—Me adelantaré a Chicago, Albert vendrá conmigo. Se que a Terry se le dificulta salir de casa, así que ganaremos tiempo. —Terry asintió, en un suspiro. 

—Yo seguiré tratando de contactar con Karen. Si tengo algo nuevo, te aviso. —apuntó Stear, resuelto.

—Yo estaré en contacto con las chicas, por si se comunica con ellas, y si es que encuentran algún indicio.

—¿Dónde estás Candy? No puedes ir muy lejos, Chicago no es Rusia. —murmuró Terry. Lo siguiente era esperar. 

 

Horas después, Albert y Anthony abordaron el avión que los llevaría a América, el menor simulaba tranquilidad, aunque su tío comprendiera que estuviese tan preocupado como lo estaría Terry. Se acomodaron uno frente al otro, en esas cabinas tan espaciosas de primera clase que les brindaba la comodidad para un largo viaje. 

 

—¿Cómo fue que se nos escapó? —negó Albert, tratando de repasar el tiempo antes del amanecer, en el cual, estaba seguro de que ella había salido de casa.

—Es muy escurridiza. —la vista del muchacho se mantuvo en la ventanilla, el avión ascendía. 

—¿Estás seguro de que la encontraremos? —La respuesta fue afirmativa, con la cabeza.

—Tanto como Terry lo está. Encontrará la manera de salir de su prisión. 

 

Pasados algunos momentos, Albert volvió a hablar, soltando la noticia como cualquier cosa.

 

—Regresaré a los negocios. —Esto le hizo girar a verlo, Albert jamás había sido un interesado en el negocio familiar de importaciones. 

—¿Es por la amenaza de Mercers’ de comprar? Tengo entendido que la junta directiva está más que de acuerdo. —su tío asintió, con pesar. 

—Es tiempo de tomar las riendas que nos fueron dadas, ¿no es así?

—Supongo. En algún momento seré yo. 

 

Anthony pensó que siempre sería él, el siguiente en tomar cargo, su abuelo, un hombre de avanzada edad, que, aunque honorable y respetado por toda la Junta, muchas veces debía ausentarse debido a sus obligados descansos. El hombre parecía un roble, pero era cierto que era momento de retirarse, pero su preocupación recaía en no tener un heredero. Para eso debería haber estado Albert; sin embargo, todo indicaba que le sucedería Brower. 




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