Dulzura Destruida

CAPÍTULO 2

Como todas las mañanas, Dulce se despertaba bien temprano para arreglarse antes de bajar a desayunar y partir con rumbo al colegio en su adorado AudiA4, que le había obsequiado su padre como presente de su décimo séptimo aniversario. Además también, por ser una excelente chica que nunca le había dado problemas usuales de rebeldías adolescentes. A diferencia de los demás jóvenes, Dulce había sabido mantener la cordura y la mayor parte de su tiempo lo ocupaba para estudiar.

En la escuela tenía pocos amigos, era algo introvertida a pesar de que en su hogar aparentara lo contrario, al ser tan desenvuelta con sus padres. En especial con su progenitor; Álvaro Valencia. A quien le tenía demasiada confianza desde que había sido pequeña. Su padre para Dulce, era un hombre especial, un ejemplo a seguir. Su héroe, aquel prototipo de todo lo que a ella le gustaría llegar a ser.

Por todo lo anterior, había optado por presentar exámenes en algunas universidades, desarrollándose en la carrera de Arquitectura, tal y como lo había cursado su padre. No obstante para llegar a ese punto, aun le faltaba un corto camino por recorrer en la preparatoria, que era justo donde acudiría terminando el desayuno en compañía de su nana; aquella mujer que la había cuidado desde pequeña y que estaba siempre a su lado cuando sus padres no lo hacían.

— Buenos días, pequeña. Siéntate, ya te preparé tu licuado de plátano acompañado de pan tostado; tu desayuno preferido —sonrió la mujer que se situaba tras la estufa en la amplia cocina de paredes grisáceas de la residencia.

— Gracias, Carmen —respondió Dulce tomando asiento en uno de los taburetes colocados tras la barra de mármol que dividía estos mismos de los electrodomésticos—. Pero hoy me desperté bien tarde, creo que le di muchas largas a mi sueño —bostezo la chica, sin terminar de espabilarse.

— Mmm —murmuró Carmen colocando el plato encima de la barra. Dulce se frotó los ojos—. Aun así, desayuna. Llegarás rápido a la escuela, tu ni te angusties... mientras deja prendo la tele para que veamos las noticias de la mañana antes de que salgas —Carmen sostuvo entre sus manos un mando a distancia que había colocado a un costado de donde se hallaba Dulce, así que encendió un televisor pequeño empotrado a una de las paredes.

Mientras engullía sus alimentos, Dulce escuchaba con atención lo que acontecía en el televisor, entre esto pudo escuchar lo siguiente; "Los autos con engomado azul y rojo, hoy no circulan. Si el suyo lo tiene, le sugerimos tomar otros medios de transporte. Las bicicletas en la ciudad de México se han estado...". Dulce arrugo la frente y le dio el último sorbo a su licuado.

— ¿Escuchaste eso, Carmelita? —señaló el televisor, irguiéndose mientras recargaba los pies a un tubo que tenía el taburete por debajo—. Esos tontos del noticiero han dicho que no debo circular. Diablos.

— Dulcecita... modera ese vocabulario —la alertó Carmen. Ella volvió a tomar asiento encogiéndose de hombros—. Ya escuchaste, hoy no llevarás el auto. Dame la llave —extendió la palma hacia arriba Carmen, indicándole que depositara sobre esta las llaves del auto. Dulce frunció los labios, disgustada.

— Toma... pero llegaré tarde —hizo pucheros en el rostro. Carmen le sonrió acariciándole el cabello como lo hacía cuando era niña.

— No será así, pequeña. Le diré a Mario que te lleve, ¿Entendido?

— Aja —asentó desganada.

Poco tiempo después, Dulce ya estaba ataviada y lista para partir. Una vez que descendió de las escaleras y estuvo en el vestíbulo de su hogar con la mochila al hombro, se encontró de frente con el mismo joven apuesto que había conocido el día anterior. Caminaba cauteloso de un lado a otro, mientras se frotaba la barbilla pensativo.

Dulce lo miró con interés por unos segundos, sin hacer ningún ruido para alertarlo, sin embargo sus manos empezaron a sudarle y sentía que el corazón se le aceleraba al recordar la coquetería que había usado en la última charla que sostuvieron.

Decidida a continuar a paso firme, sin darle mucha importancia a ese caballero demasiado guapo que se erguía a unos cuantos metros de ella. Tomo una bocanada de aire y levantó el mentón moviendo los pies.

— ¡Dulce! —dijo Ricardo deteniéndola. Ella cerró los ojos quedándose inmóvil. Y es que pretendía pasar desapercibida para evitar que él le hablara, aunque estaba segura que sería una tontería al estar en el mismo espacio. Nerviosa y avergonzada tuvo que girarse sobre sus talones haciendo una mueca chistosa en los labios.

— Hola —lo saludó elevando la palma de la mano. Él ladeo un poco la cabeza sonriéndole.

Esos gestos lo hacían ver endemoniadamente hermoso. Era inevitable pasarlo desapercibido. Si existía algo que Dulce siempre trataba de evitar, era el enfrascarse demasiado en darle importancia a algún chico que le gustara. Ella misma se había prometido no dirigir su interés en alguien, sabía que de hacerlo, corría el riesgo de perder la atención debida en la escuela. Y antes que nada, sus estudios eran lo primordial en su existencia. Necesitaba ser el orgullo de su padre, que él la reconociera por ser la mejor de todas las hijas en el mundo. Su padre merecía eso, sí que lo merecía.

— Que hermosa se ha vuelto la mañana al encontrarte —intentó seducirla con sus palabras. Dulce resoplo y sonrió negando.

— No hacen falta tantas adulaciones conmigo, Ricardo. No soy de ese tipo de chicas, a las que se le conquista con palabras —Ricardo entornó sus ojos en ella, sin apartarle la vista. Sin despegar esos ojos grises cautivadores. Dulce no aguanto la presión de la mirada y se sonrojo.

— De acuerdo... ayer me dejaste en claro que solo te apetece que seamos amigos. Y respetaré esa decisión, pero... en lo que si discordaré, es en que no aceptes al menos que te invite a tomar un café. Soy nuevo en la ciudad, pero debo decirte que he recorrido varias cafeterías en la condesa, increíbles. Ni te imaginas —aseguro buscando la forma de que ella accediera.



#45625 en Novela romántica

En el texto hay: celos, primer amor, venganza

Editado: 08.08.2022

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