Hilando sus propios pensamientos e intentando acarrear conclusiones convincentes para lo que sus oídos habían escuchado, se mantuvo observando a la pareja frente a sus ojos. Ella no dejaba de escudriñarlo con un color en su faz indescifrable, por otro lado; Daniel lucía firme y orgulloso. En cuestión de segundos pasaron por su memoria como diapositivas los recuerdos de su infancia junto al que alguna vez considero un hermano.
Ese hermano que ahora aferraba su brazo extendido alrededor de los hombros de la mujer que Ricardo continuaba amando. Apretó un poco la mandíbula en un gesto de derrota, pero también de incertidumbre. Trataba de dejar escapar esa ira contenida, de un modo sutil e inadvertido. Las terapias lo habían ayudado a mantener el control de la situación, a manejar sus emociones y a no tropezar. Pero no a evitar la incomodidad que vivía en esos momentos.
Se le estaba haciendo tan difícil controlarse, una parte de su ser, añoraba externar esa furia en contra de Daniel. Arremeterlo contra la pared y escupirle sobre lo hipócrita que había sido al proferirle alguna vez felicidad, cuando él mismo se la estaba llevando.
Aunque la otra cara de la moneda que le hacía mantener la postura, estaba siendo reconocer que él mismo cavo ese hueco en el que se sentía hundir a cada minuto que su gris mirada acompañada de lacerantes sensaciones en el interior de su cuerpo, observaba la imagen que sus ojos le enviaban a su cerebro.
Sin embargo, era mucho más fuerte el amor que sentía por ella y si su felicidad la había encontrado junto a Daniel. No se opondría. Aceptaría su derrota, pero necesitaba estar seguro que ella en realidad había dejado de amarlo, pero algo le insinuaba que no era así. Por lo que si estaba en sus manos el recuperarla, haría lo posible por tener a su familia. Ya que tras el rostro endurecido de Daniel, podía descubrir que aquel amigo que alguna vez tuvo, había quedado en el pasado. El hombre a un lado de Dulce, no podía más que ser su enemigo.
- Debería fingir que verte con Dulce me sorprende -murmuro entornando los ojos-. Pero no es así, supongo que debí suponerlo desde que me demostraste tu interés por ella. Más cuando resulto lo de nuestra separación -y la miro con gesto melancólico. Ella agacho el rostro-. Creo que de algún modo buscaste la forma de aprovechar eso. Hubiera querido que la amistad que alguna vez tuvimos, hubiese sido real.
- No busques maneras de culparme, o de hacerme ver como un aprovechado -reprocho Daniel apretando los dientes-. Por qué no lo soy -Ricardo río con ironía-, y bien sabes que es en serio. Aquí el único que cometió miles de errores fuiste tú. Tú quien la perdiste a raíz de tus mentiras. De todo ese odio infundado -el aludido empezaba a sentir que su autocontrol tambaleaba. Pero el hecho de estar en un hospital, sosegaba su cordura un poco-, que no hizo más que...
- ¡Basta! -intervino Dulce colocándose frente a Daniel, mientras su mirada fruncida le indicaba que la conversación se estaba haciendo incomoda-. Mi hijo está en esa habitación, Daniel -señaló con el dedo la puerta de madera a unos cuantos pasos de donde se hallaban parados-. Enfermo, por mí culpa. Por no haber sabido cuidarlo como debía. Ahora lo que menos necesito es escuchar cuestiones pasadas. No me interesa que este sitio se convierta en un campo de batalla por sus tonterías -en medio ya, podía mover sus ojos hacia ambos hombres de cada extremo-. El pasado, es el pasado. Dejémoslo donde está. Atrás.
- Lo lamento, mi amor -expresó Daniel dejando caer hacia adelante su cabeza.
Para Ricardo escucharlo decir ese afecto cariñoso hacia Dulce, lo hizo querer esfumarse y nunca antes haber tenido la desdicha de vivir ese instante.
- Bien... Lo siento de igual forma, Dulce. Y tienes razón, el pasado debe permanecer en donde está. Aunque solo te puedo decir que ahora que sé de mi hijo, los planes que había forjado con respecto a ese pasado, ya no serán más -susurro Ricardo avanzando hasta ella. Daniel se quedó estático tan solo escuchando mientras los celos corroían sus entrañas-. Gracias por darme la dicha de ser padre y haberme dado la oportunidad de conocer a mi hijo mejor -Dulce parpadeo confusa al escucharlo y sus ojos se cristalizaron al contemplar los de él, a pocos centímetros de su rostro. Donde casi podía escuchar también los latidos de su corazón.
Tras decirle lo anterior, se marchó dejando una estela de incertidumbre en Dulce, quien no pudo evitar seguir con la mirada el pasillo por donde a cada segundo se alejaba más. Tenía tantas ganas en esos momentos de correr hasta él. De decirle que lo lamentaba, que después de varios años y de haber anhelado odiarlo por todo lo que le había hecho. No había podido hacerlo.
El volver a ver a Ricardo, había logrado remover la sensible fibra que ocultaba en su corazón por él. Al escucharlo hablar respecto a supuestos planes que pensaba ya desechar, intuyó que algo había relacionado con ella. Presionó los labios con fuerza y pronto sintió el sabor salado de sus lágrimas.
Recordó esa confesión de amor que había oído de parte de Ricardo tan solo unos minutos antes, aún seguía incrédula. ¿Cómo era posible que después de tantos años, él le hablara de amor?, alguien que no tiene el mínimo interés en otra persona, no es capaz de comportarse de ese modo. Pero los celos y la inquietud que mostró cuando se enteró de que ella y Daniel tenían una relación, comprobaba la posibilidad de que hablara con la verdad. ¿Pero por qué?, imposible.
Era un hombre exitoso, apuesto y millonario, cualquier mujer más bella o interesante podría estar a su lado. ¿Por qué habría de continuar insistiendo en un amor que formaba parte del pasado?, sin dudas esas cuestiones atormentarían su mente. El solo hecho de saber que ahora que estaba enterado de la verdad, y tendría que frecuentarlo más seguido, por aquel hilo tan fuerte que de alguna manera los unía; llamado Camilo. La inquietaba, confundía sus sentimientos. Mucho más al comprobar que Ricardo ya no era el mismo hombre de antes, impulsivo, arrebatado y terco. Sino alguien que incluso profería su felicidad.