"Cuando hay amor en exceso, un hombre pierde su honor y su valor"
Eurípides
— Papá, ¿es cierto que Daniel y tú eran amigos? —cuestionó Camilo mientras jugaba con una versión en miniatura de un Ferrari que formaba parte de una colección de vehículos a escala que Ricardo conservaba.
La pregunta de su hijo, provocó que detuviera por algunos segundos el cuchillo con el que cortaba una cebolla.
— Sí, lo fuimos —respondió lacónico.
— Entonces seguro tú le pediste que cuidara de mamá… ¿Y por eso…
— Camilo, ellos pensaban que estaba muerto, ¿lo olvidas? —interrumpió dejando a un lado los utensilios de cocina, lavándose las manos y quitándose de encima el delantal que curiosamente se había puesto para cocinarle una apetitosa cena a su hijo. Siendo un hombre millonario, podía decirle a alguien más que hiciera esa encomienda, pero deseaba pasar vivencias especiales junto a Camilo.
— Tienes razón —se encogió de hombros el niño, continuando con su juego sobre la superficie de una pequeña mesa de centro.
Ricardo no se sentía del todo bien al seguir ese juego absurdo, de que había resucitado como si de magia o una especie de artilugio espiritual se tratase. Así que miró a Camilo con rostro serio, el pequeño parecía estar conforme con la respuesta recibida, ya que se le notaba colmado de felicidad. Los niños de algún modo vuelven los problemas del mundo, tan insignificantes.
— Yo… la verdad es que fui malo en el pasado —soltó de repente. Camilo elevó sus pozos plata sobre su padre, mostrando incertidumbre.
— ¿Malo?
— Sí, la realidad es que aunque seas muy pequeño mereces saber por qué tu mamá… se alejó de mi —murmuro alicaído. Camilo se paró de donde estaba y fue a sentarse sobre un taburete ubicado frente a Ricardo, divididos solo por una barra con superficie de mármol.
— Dices que mamá se alejó de ti, porque fuiste malo con ella… ¿Entonces no moriste? —escudriñó. Ricardo trago saliva y entendió que lo mejor era hablar con la verdad, amaba a su hijo, pero no permitiría que se mantuviera engañado como un tonto. Aunque de eso dependiera su odio o su aprecio.
Ricardo torció los labios en una semi sonrisa.
— Aun no —confesó suspirando—. Camilo, si te estoy diciendo esto es porque no quiero que aunque seas pequeño, creas en una fantasía. Sé que los niños de tu edad deben creer en muchas, es parte de la infancia. Pero lo triste de todo, es que mientras vivimos sumergidos en nuestras fantasías y llega la realidad, pesa, duele atravesarla.
— No entiendo papá —reconoció el niño negando.
— Lo sé, hijo. Discúlpame por confundirte, es solo que me gustaría que sepas que siempre estuve aquí, vivo —Camilo sorprendido irguió bien la espalda.
— ¿Y porque no supe de ti, hasta ahora?
— Porque yo tampoco sabía que existías tú.
— ¿Mamá me engaño, ella mintió al decir que habías muerto? —Ricardo se apretó las sienes arrepentido de su impulsivo proceder ante Camilo. En realidad es que no sabía cómo actuar ante su hijo, ante la novedad de ser padre.
— Ella… ella sufrió mucho por mi culpa. Fui malo y la hice sufrir, así que lo mejor para ambos era estar alejados… Mira Camilo, todo esto que te digo, lo hago por aquella conversación que tuvimos hasta hace un rato. Donde me sugeriste que tu madre y yo volviéramos a estar juntos.
— ¿Tu no la quieres, por eso fuiste malo con ella? —interrogo el infante entornando los ojos.
— A ella y a ti, los quiero más que a nada en el mundo.
— ¿Entonces?
— Camilo, tu madre ahora tiene una relación con Daniel y ella… se va a casar con él —resolvió Ricardo sintiendo una punzada en el esternón ante ese fatídico pensamiento. A lo que su imaginación evocaba con esas palabras.
— Entonces yo no quiero estar más con ella. Quiero quedarme contigo papá —escupió Camilo haciendo que Ricardo abriera los ojos muy expresivos.
— Me gustaría mucho, sería feliz si eso sucediera. Pero… tú madre moriría si no estás a su lado. Ella te ama mucho Camilo y sufrirá si te quedas conmigo… ¿acaso quieres que llore?, porque yo no deseo eso —le explicó—. Te prometo que no me alejaré de ti, que siempre estaré ahí para ti. Que te visitaré y que te quedarás conmigo los fines de semana, o las veces que quieras. Pero esa estancia no podrá ser permanente.
El niño cristalizo su mirada, pronto unas lágrimas escurrieron por sus mejillas. La nostalgia invadía todo su ser al saber que aunque ya tuviera a ambos de sus padres. Seguiría sintiéndose solo.
— No quiero. No quiero que ustedes no estén juntos. Por qué mamá seguro tendrá otros hijos con Daniel… y ya no me querrá lo suficiente. Pero tú si papá, tú no te casaras con nadie, por eso ya no quiero estar con mamá… sino contigo.
Ricardo al ver al niño romper en llanto, fue directo a acobijarlo entre sus brazos. Estaba arrepentido ya de haberle tenido que exponer una situación muy difícil, por más que quiso ser sutil al hablar, no pudo lograr su cometido. Camilo lloraba, sufría con esa situación. Ricardo estaba desconcertado, se le hacía inexplicable el afecto tan grande que el niño le tenía a pesar de no haber pasado los primeros años de su vida juntos.
También comenzó a cuestionarse; ¿Cómo era posible que Camilo no quisiera estar junto a Dulce y Daniel?, ¿Habrá sido porque de algún modo supuso que ella le oculto a su padre?, ¿O existiría algún otro motivo?
No encontraba nada, a menos que el pequeño tan solo quisiera recuperar los años perdidos de amor junto a él. Lo más probable es que eso fuera, o lo hiciera por buscar la manera de que sus padres se unieran nuevamente. En fin, cualquiera que fuese el caso, estaba seguro que tendría problemas con Dulce, solo anhelaba que ella no acrecentara el rencor que de por sí ya le tenía.
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La pudo alcanzar, sus piernas al ser más largas dieron zancadas precisas. La tomo por la cintura y la hizo girar para mirarlo. La soledad de ese espacio en el hotel, en medio de una superficie plana entre la subida y bajada de unas escaleras, mantenía trémula a la mujer que por segundos se enmudeció al ser tomada desprevenida.
— ¿Qué quieres Daniel?, me estás asustando. Solo iré a buscar a mi hijo, no quiero que este con Ricardo aunque él sea su padre. Estoy preocupada por mi pequeño, entiéndeme Daniel, es solo eso —sugirió con la voz más suave. Intentando que su novio comprendiera la situación y evitando algún proceder desconocido en él. Si bien sentía que lo conocía, el verlo actuar como nunca antes, le hacía sentir que tal vez no lo conocía del todo como alguna vez llego a suponer.
— Necesito que me digas si lo haces en verdad por tu hijo y no por ver a Ricardo. Porque algo me dice muy dentro de mí, que tú aun sientes algo por él… niégamelo por favor amor… —susurro rodeándola por la cintura. Dulce dejo de sostenerle la mirada y la desvió.
— Daniel, este no es momento para hablar de ello —evadió el tema. Pero Daniel no se sintió conforme, por lo que le sostuvo el mentón para que lo encarara—. Déjame ir a buscar a mi hijo, no me hagas sentir desconfianza de ti —Se empezó a sentir acorralada, por eso el comentario.
— ¿Me amas, Dulce? —Ella parpadeó sin querer, sin emitir argumento. Daniel la miró entrecerrando los ojos, disgustado—. De modo que son ciertas mis suposiciones, tu silencio me confirma que continuas queriéndolo —y le apretó el mentón entre su mano, ejerciendo una presión que incomodo a la chica, evidenciándolo con un quejido.
— Daniel, por favor. No me asustes. Lo estás haciendo y no quiero que eso suceda, tú sabes que ya decidí que nos casemos. Pero así como te empieces a comportar, en verdad no sé qué pensar —La sentía temblar de temor bajo su agarre, y es que la tenía recargada a una pared mientras sostenía uno de sus delgados antebrazos y con su otra mano continuaba agarrando su delicado mentón.
Los ojos ámbar de Dulce se opacaron con el proceder un tanto violento e inusual en Daniel. Lo cierto es que jamás imagino que él se comportara de esa manera. Estaba claro que la presencia de Ricardo le molestaba. Que el hecho de volverlo a saber cruzarse en sus vidas, sacaba lo peor de sí. Pero no podía ser distinto.
Quizás Daniel no era el hombre con el que tuviera que vivir el resto de sus días, a lo mejor debía ser sincera con él y explicarle lo confuso de sus sentimientos. Decirle que sí, que a pesar del daño tan inmenso que Ricardo le causo a su corazón, aún seguía amándolo y que no sabía que debía hacer para olvidarlo, si ya había hecho de todo y no le había sido posible lograr ese olvido.
— ¿Qué es lo que sientes por él, Dulce? ¿Por qué a pesar de todo el daño que te hizo, lo sigues amando? —insistió, ella lo nombraba con una vocecilla de advertencia, pero él pasaba desapercibidas sus palabras, contrario a ello, la pegó más a la pared y se acercó a su oído para susurrarle—. Es que lo que te gusta de él es lo cruel que fue contigo. Porque yo puedo ser igual, puedo tratarte así como te gustaría. Supongo que siendo como él, me amaras igual.
— ¡No digas estupideces Daniel! —refuto enrojecida del enfado. Cerró los parpados con fuerza y su cuerpo empezó a tensarse, con sus manos intentó empujarlo, pero él era más alto y fuerte—. ¡Suéltame!
— Nos iremos hoy mismo pero a México, no pienso regresar a Toronto y mucho menos a trabajar en esa empresa donde Ricardo es propietario —determinó con la mandíbula rígida. Dulce abrió los ojos aterrorizada con la actitud de Daniel—. Te acompañaré a buscar a Camilo. Pero no quiero que le digas nada a Ricardo, y no me importa que Camilo no lo vuelva a ver.
— ¿Qué te pasa, Daniel? —murmuro Dulce con algunas lágrimas escurriéndose por las esquinas de sus ojos. Veía con asombro a su locutor, extrañada. No lo reconocía. No comprendía como un hombre que supuestamente fue mejor amigo de Ricardo, era capaz de hablar de esa manera de aquel que alguna vez considero un hermano.
En definitiva su amor, se convirtió en algo muy lejano a esa palabra.
— Lo siento, Dulce. Pero Ricardo no se quedara contigo, él siempre lo ha tenido todo. Desde que fuimos pequeños. Vivía en la mejor casa, rodeado de lujos, lo tuvo todo hasta que sus padres murieron —Le soltó el mentón y la tomo por la cintura, aferrándola a su pecho. Dulce se inmutó y tan solo pudo permanecer escuchándolo—. Y después, creció y a pesar de ser un desgraciado con las mujeres, pese a ocasionarles sufrimiento. Ellas siempre lo preferían a él… siempre él…, pero no más. Te amo, Dulce y no pienso permitir que Ricardo se salga con las suyas. Apareció para que vuelvas a su lado, con la excusa de su hijo. Pero no debes volver.
Dulce estaba tan anonadada con la confesión de Daniel, con esa faceta oscura, egoísta e hipócrita. No podía comprender como es que había podido durar tantos años fingiendo una amistad, mientras en su interior ocultaba un gris panorama. Lleno de rencor. De pronto se vio sintiendo lastima por Ricardo, sin duda había estado rodeado de dolor. Ni siquiera el amigo que consideraba como tal, valoraba su amistad.
Recordó en esos momentos, que cuando Ricardo era su esposo, él en ocasiones le platicaba sobre Daniel. Le contaba las anécdotas que habían vivido de pequeños y que pese a haber pasado momentos difíciles en su vida, los minutos de juego y diversión, le hacían olvidar todo. Apreciaba mucho a su amigo, por ello era su persona de suma confianza.
Dulce sabía que las mentiras de Ricardo, el como la enamoró, el saber que solo la sedujo por venganza, fueron a causa de ese martirio que vivió. Lo cierto es que después de enterarse de aquello, no le dio la oportunidad, más bien, de tanto dolor, no se dio la oportunidad de ver más allá. De reconocer que los seres humanos cometemos errores, nos equivocamos.
Sollozo sintiendo un nudo enorme en su garganta, Daniel continuaba diciéndole cuestiones de amor que escuchaba pero no oía, su mente estaba en otro sitio, a miles de kilómetros de allí. Apretó los parpados y el rostro de Ricardo apareció, rememoró los momentos que paso cuidando de Camilo. Las noches en que se había quedado leyéndole cuentos, contándole anécdotas de su infancia, y despejando las dudas que en el niño surgieran.
También recordó los momentos felices que pasó a su lado. A veces, cuando estamos enojados, solemos recordar lo malo, pero nunca vemos lo bueno. Preciso eso estaba haciendo Dulce, luego de tantos años y de negarse a él, a darle una nueva oportunidad a su vida, evocaba lo feliz que alguna vez fue, en medio de tantas penumbras.
No podía casarse con Daniel sin amarlo, no era justo para ambos. Se hacía daño a sí misma y le estaba haciendo daño a él, acrecentando su rencor hacia Ricardo. Cuando desde un principio ella debió alejarse de todo lo que tenía que ver con él, incluso Daniel. Quizás en verdad, nunca quiso distanciarse lo suficiente y por eso acepto a Daniel, pero ahora reconocía que se había equivocado.
— ¡Basta! —le gritó haciendo que se detuviera de hablar—. Sí, lo amo. Amo a Ricardo Zambrano con todo mi corazón y con toda mi alma.
Daniel entornó los ojos sin evitar que se le cristalizaran al escucharla. Cabizbajo dio un paso atrás, perturbado con esa revelación. Dulce respiro entrecortado, sollozando, pero sintiendo que respiraba mejor que desde hacía seis años.
— Lo amo y es por eso que no podemos casarnos ya —asintió impidiéndole a Daniel ordenar esas letras en su mente. Miraba al suelo, sus manos se entrelazaban detrás de su cabeza. Sufría, sin duda lo hacía. A Dulce le rompía el corazón causarle ese daño, pero era lo mejor. No podía seguirse engañando, seguir engañándolo a él, con un amor que nunca podría ser.
Pese al actuar de Daniel de hace algunos minutos, no podía guardarle rencor. Había sido un buen tipo con ella y con Camilo. Había estado allí para ellos en momentos especiales, lo malo de esos momentos es que siempre que lo veía su sonrisa le recordaba a Ricardo. Imaginaba que esa sonrisa se la mostraba a él cuando charlaba y reían de algunas cosas.
No era sano continuar así, buscando en Daniel la sombra de Ricardo. No, imposible vivir de ese modo.
— Pero…—tembloroso, con los ojos rojizos y con los primeros signos de abotagamiento a causa de las lágrimas le bifurcó—. Él te hizo sufrir, no entiendo cómo puedes amarlo después de todo eso. No te merece, Dulce… yo te amo. No sabes lo que siento en estos momentos.
Ella también lloraba, sollozaba y tenía la intención de acercársele, pero prefirió mantener la distancia. Le provocó cierto temor el que actuara con agresividad o de un modo inusual, tal y lo había hecho antes.
— Lo siento, Daniel. Lamento haberte causado daño, yo… yo no puedo seguir con esto —y quiso desaparecer, pero él nuevamente la detuvo sosteniéndole la mano, justo cuando uno de sus pies pisaba el primer escalón de descenso.
— Vámonos lejos, Dulce. Te prometo que te haré feliz, en serio. Olvidarás a Ricardo, haré lo posible por que así sea. Pero no te alejes de mí, no me abandones…
Ella sacudió la cabeza, negando.
— Lo lamento… por favor no te aferres a algo que no puede ser —musito ella—. Estoy segura que encontraras a alguien que si te amé.
— ¿Te burlas de mí? —lo dijo con ironía. Dulce negó.
— ¿Cómo crees?, no, por supuesto que no. Lo estoy diciendo en serio —objetó.
— Ya lo hiciste —zanjó. Dulce parpadeo descolocada.
Se miraron durante algunos segundos, él la fulminaba con la visión. Recorría su rostro, escaneándolo, pero no con la terneza de hasta hace algunos días, sino con furia, con rencor. Volvió a sentirse incomoda, por lo que de un movimiento brusco quiso liberarse. Él la haló nuevamente, tomándola por la cintura, en un intento por besarla en los labios, ella le esquivo el rostro. Iba a decir algo, cuando lo vio quedarse mirando a alguien que estaba a sus espaldas.
Ha como pudo, entre los brazos de Daniel, giró el rostro y se encontró con la mirada gris de Ricardo, traía al niño cargado, parecía estar dormido. Así que tomo fuerzas de alguna parte de su cuerpo y empujo a Daniel, Ricardo quien los miraba con el ceño fruncido, mostro confusión al ver el arisco proceder de Dulce.
— Se ha quedado dormido. Dámelo, lo llevare a su habitación —corrió a tomar al niño entre sus brazos. En cuanto Ricardo lo acurruco, ella le clavo la mirada, arrugo un poco la frente al verla nostálgica, al distinguir sus ojos llorosos. De momento sintió como si quisiera decirle algo, pero no se atrevió a cuestionarla.
— Si quieres yo puedo subirlo, el ascensor no funciona, al parecer esta en reparación…, pero creo que ustedes ya lo sabían —se encogió de hombros. Dulce asentó.
— No es necesario. Quiero ser yo quien lo lleve, aparte mi madre está allá y… será lo mejor —expreso sabiendo que su madre no toleraría aun la presencia de Ricardo. Mucho menos después de tantos años sin saber de él—. Gracias por traer a Camilo. Voy a la habitación —se despidió sin mirar a Daniel, que solo se mantuvo al margen.
De nuevo, Ricardo se desconcertó. Parecía evidente que habían discutido, unas cosquillas de curiosidad entraron en su ser.
— ¿Todo bien? —le dijo a Daniel, una vez que la dama subió las escaleras con el niño a cuestas—. Espero que no estés ocasionándole incomodidades a Dulce.
— Por supuesto que no… La viste triste porque extrañara Toronto. Ya no viajaremos allá, Dulce se irá conmigo a México. Nos llevaremos a Camilo, ya lo platique con ella y dice que es lo mejor —mintió. Ricardo ladeo la cabeza, dudoso—. Además, nos casaremos esta misma semana, en cuanto lleguemos. Te sugiero que veas a tu hijo hasta que nos establezcamos allá. Te mandaré la ubicación exacta en cuanto eso suceda.
— Tú no tienes por qué sugerirme nada. Ni mucho menos establecer los tiempos en que debo ver a mi hijo. Le prometí a Camilo estar con él, siempre que me necesitara y eso es lo que haré. Te guste o no —discordó empuñando las manos a los costados de su cadera—. Independiente de que Dulce y tú se casen, como dices. Yo permaneceré cuidando de ella y de mi hijo. Porque si la llegas a hacer sufrir, te la tendrás que ver conmigo.
— Ja —lanzó una risa burlona—. No creo que ella sufra más de lo que sufrió contigo, y es que tu sola cercanía, es un riesgo para nosotros. No lo digo yo, ella siempre lo ha dicho —Ricardo apretó los labios y resoplo—. Para ella es mejor que te mantengas alejado, odia haberte tenido que encontrar de nuevo. Esta más que dispuesta a que tengamos una familia, quiere apresurar las cosas ya que posiblemente le demos más hermanos a Camilo, quizás ya hay alguno en proceso… y en una de esas, hasta podrías ser su padrino. Por la amistad que tuvimos, ¿no lo crees? —lo punzó. Ricardo dio unos pasos hacia adelante, decidido a partirle la cara ante su sarcasmo, pero se contuvo.
Daniel entornó los ojos, era aún incomprensible para él, como es que Ricardo había aprendido a mantener un autocontrol de sus impulsos. La mayor parte de su vida, lo conoció por ser un tipo que no se contenía ante las críticas o ante los comentarios cargados de ironía, iguales a los que esta vez le decía. Sintió fastidio y mayor cantidad de enojo al ver que no podía lograr que Ricardo se le abalanzara y lo golpeara, para que Dulce se diera cuenta que continuaba siendo el hombre desbocado que solía ser.
— Tú y yo nunca volveremos a ser amigos —Ricardo asentó repetidas veces con una risilla sardónica—. Creo saber cuáles son tus intenciones con tus comentarios fuera de lugar. Siento decepcionarte —Se dio la media vuelta, bajo dos escalones y justo cuando Daniel avanzaría dijo volviéndolo a mirar como si algo se le hubiese olvidado de añadir—. Ah, por cierto. No se ve muy enamorada que digamos de ti, cuando te mira, no muestra ese brillo en sus pupilas que enseñaba cuando me veía a mí… Espero que puedas vivir con eso.
Daniel lanzó un bufido y quiso ir tras Ricardo para molerlo a golpes, pero por el contrario acumuló todas sus fuerzas en uno de sus puños que arremetió contra la pared de concreto que tenía a un costado. Del impacto sus nudillos desangraron, pero ni eso podía disipar todo lo que su alma sentía.
Su plan de alejar a Ricardo no había funcionado, no quería perder a Dulce. El decirle la verdad a Ricardo con respecto de su hijo, había empeorado todo. Ella le había develado esa cruel verdad, solo de recordarla se le retorcían las entrañas. No quería renunciar a ella, se negaba a hacerlo, ¿Pero que podía hacer si no lo amaba? Y hasta había cancelado su compromiso, ¿Qué?