Dulzura Destruida

CAPÍTULO 34

— No, Dani. No tiene sentido intentar hacer lo que me has dicho. Es absurdo —exclamó Martina poniéndose en pie y sacudiendo la cabeza incesante. Su hermano torció el gesto y la miró entornando los ojos.

— Entiéndelo, Ricardo no hizo más que destruir la vida de Dulce. Jugó con sus sentimientos… no es justo que una mujer como ella pasé la vida a lado de ese insensato —resolvió apretando un puño encima de la superficie de madera de la mesa.

— Por favor, hermanito —Martina volvió a tomar asiento a un lado de Daniel poniendo su mano encima de la de él—. Ricardo no es como dices, ambos sabemos lo mucho que sufrió. Conocemos su historia. Y sabes a la perfección que nos ayudó, que te apoyo para que salieras adelante dándote empleo en la planta como encargado. Él siempre velo por nosotros, por mi madre. No es justo que ahora quieras hacerle alguna canallada… déjalo ser feliz —eso último salió en un susurro. Daniel apretó los labios y cerró brevemente los ojos.

— Ya te dije que continuarás defendiéndolo, porque lo amas. Pero…

— ¡Basta Daniel!, actúa como el hombre que eres —refuto Martina tomándolo por el mentón como niño regañado y haciendo que la mirara a los ojos, él se soltó del agarre, desviando a un lado el rostro—. Si esa mujer no te ama, no se puede hacer nada para evitar que ellos estén juntos… créeme que no estoy a favor de esa relación. Por qué me duele, siento una incomodidad en el pecho solo de recordarla junto a Ricardo —Ella también bajó el rostro y la melancolía se asomó en sus cristalinas pupilas—. Pero no puedo hacer nada para evitarlo… de nada me serviría. Es más, tienen un hijo. Un lazo que los une aún más —se encogió de hombros.

Martina luego de mucho meditar y de escuchar a su hermano dos años menor, decir que era capaz de cualquier estupidez para recuperar a Dulce. Actuó. Determino no involucrarse, no convertir ese enojo de Daniel en algo aún mayor.

La verdad es que también amaba lo suficiente a Ricardo para desear el verlo feliz. Aunque no fuera con ella.

Aquel tiempo en que lo noto taciturno, descompuesto e inmerso en el alcohol, ella también sufrió mucho. No le agradó esa visible nostalgia en él. Nunca antes lo había visto así, aparte de lo sucedido con sus padres claro. Y su tristeza fue distinta. Lo destruía cada vez más. Incluso hubo un tiempo en que lo notó más ojeroso y delgado.

No permitiría que él volviera atravesar ese dolor, y en sus manos estaba, evitar el que Daniel aferrado a su obsesión cometiera una equivocación.

No solo estaba en juego la felicidad de Ricardo, también la de su hermano. Que en su enojo, podría  arruinar su vida.

— De acuerdo —soltó de repente Daniel. Martina le dirigió la atención, incrédula.

— ¿Qué has dicho? —quiso saber.

Lógico que le pareció inusual el cambio de parecer en su hermano, así, tan inesperado. Pero apeló a su razón y sonrió agradeciendo en su interior haberlo oído.

— Que tienes razón. Lo mejor es dejar las cosas como están. Lo haré por mamá, ella no merece que mi mal comportamiento le cause un disgusto… Además, como bien dices… Dulce no me ama, y aunque haga lo que tenía planeado… me odiaría —Aceptó.

Añoraba el amor de Dulce, no su desprecio. Pero Ricardo estaba en el medio y había que hacer algo para alejarlo. Para que todo volviera a la normalidad, para que el destino siguiera el curso que ya llevaba. Para que aquello que Dulce durante tantos años le profeso a Camilo con respecto a su padre, se hiciera realidad.

Aparentemente las aguas feroces del acelerado caudal en Daniel, se habían sosegado. Estuvo conversando con su hermana por un largo rato más, cuestiones triviales y relacionadas con la vida en el pueblo. En ese sitio donde había nacido. En varias ocasiones bostezo inminente al advertir las intenciones de Martina con respecto a Maricarmen. La chica que también había trabajado en la hacienda y que ahora se encontraba cursando la universidad en la ciudad de México, gracias a una beca estudiantil que adquirió.

Ricardo no solo había ayudado a la familia Mendoza, también lo hizo con Maricarmen, le dio empleo, pero también la apoyo para que la jovencita estudiara, para que fuera alguien de bien.

Tantas proezas con respecto a Ricardo. Demasiadas vanaglorias para él, habían hastiado ya a Daniel. Quien pensaba que Ricardo pese a ser como fue, se había ganado a fondo el aprecio de muchas personas. Más de las que él mismo obtuvo en su vida de “buen samaritano”, haciendo siempre lo que debía. Siguiendo esa línea del deber, inquebrantable. Esa moral arraigada que ahora mismo aborrecía.
Pero no más, la decisión estaba tomada. Si los papeles entre Ricardo y él debían cambiar, entonces que así lo fuera. Ser un hombre de bien no le sirvió de mucho, tan solo le acarreo el desamor de Dulce.

Horas más tarde, después de que Martina salió como de costumbre a trabajar en la telesecundaria donde impartía sus clases de historia. Daniel se apresuró a armar de nuevo la maleta que su madre ya le había acomodado en el armario. Esta vez tomo solo lo necesario, decidido a encontrar a Ricardo donde quiera que estuviera.

Mientras acomodaba algunas camisas en el interior de la maleta. Rosario entró con algunas sabanas entre las manos y de inmediato las colocó sobre la cama, abriendo los ojos con una expresión de desconcierto al ver a su hijo con tanta premura.

— Dani… ¿Qué haces haciendo maletas?, pensé que te quedarías más tiempo —inquirió Rosario con preocupación. Daniel negó sin dejar de introducir ropa al equipaje.

— No, madre. Lo siento, no puedo quedarme. Iré a México, debo arreglar unos asuntos por allá. Me estaré quedando en la casa que te compré… no te preocupes por mí, estaré bien. Sabes que mi trabajo me absorbe demasiado, pero pronto estaremos más cerca. Te lo prometo —y le sonrió a su madre posando un beso sobre su frente. Para este entonces ya había cerrado el equipaje y lo sostenía en su mano derecha.



#45627 en Novela romántica

En el texto hay: celos, primer amor, venganza

Editado: 08.08.2022

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