AYLA
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Me duele todo el cuerpo, en especial mi brazo que no lo puedo mover con facilidad. He aceptado la ayuda de Duncan sin renegar nada. Lo más extraño de haber estado con él, es que no ha conducido su auto. Lo maneja un chofer. Pensé que él mismo iba a conducir, pero me equivoqué. ¿Por qué no lo hace? ¿No sabe hacerlo? Es raro que un Klein no sepa eso.
El auto se estaciona en la universidad, directo en la facultad de medicina. En todo el camino, no hemos dicho nada. El ambiente no fue tenso, sino tranquilo.
—Iremos al consultorio. Yo mismo te examinaré —dice Duncan, mientras abre la puerta—. Estoy en mi último año. Así que confía en mí.
No es que no confíe en él.
Solo que estar a su lado, siempre ha sido complicado. Hay un ambiente extraño que surge de los dos.
—Está bien.
Nos bajamos del auto con él a mi lado.
Medio que caminamos en su facultad, todos los alumnos que están por ahí, no despegan su vista de nosotros. Entiendo eso. Ya que a mi lado no está nada menos que Duncan Klein.
Un hermano D famoso.
Llegamos hasta el consultorio vacío sin ningún estudiante o doctor disponible. Él indica que me siente en una camilla, donde se va a recoger los implementos de los médicos. Desconozco los nombres que tienen esos instrumentos.
El lugar huele a medicamentos.
Mis ojos no se van de su persona por ninguna razón. Él es el único que estudia medicina en su familia. La mayoría de sus hermanos, están involucrados en lo que se trata de empresas.
Solo él y Devon, han estudiado algo diferente.
—¿Puedo preguntar qué mismo pasó? —pregunta, mientras busca todo para curarme—. Llegaste herida, como si hubieras peleado con alguien.
Me tenso.
De cierta manera, sí he peleado con varios tipos. Solo que no deseo que sepa la razón, por la cual, estoy magullada. Toco mi brazo y gimo de dolor. ¿Lo tendré roto? Ni siquiera puedo moverlo.
—Me caí —miento con descaro—. ¿Parece que he peleado? Ni siquiera me gusta pelear.
No es tanta la mentira. No me gusta pelear. Sin embargo, cuando debo hacerlo, no dudo en usar lo aprendido.
—Dudo que sea así —objeta, viniendo a mí con una pequeña bandeja. Se sienta a mi lado y empieza a poner esas cosas en mi pecho—. Respira profundo.
Lo hago y lo sigo observando.
Es curioso. Su mirada está concentrada haciendo su trabajo en mí. Sus ojos están revestidos de unas pestañas largas, su piel es caucásica y perfecta sin ninguna perfección a la vista. Tiene unos labios gruesos y tentadores. No puedo negarlo, es muy atractivo.
¿Por qué todos los Klein poseen esta belleza llamativa?
Quedo sin aire, al notar su mirada chocar contra la mía. Ojos marrones bien oscuros y penetrantes. Trago saliva al sentir mi corazón palpitar dentro de mi pecho con velocidad impresionante. Entre nosotros, se alza ese ambiente único.
Hay una emoción desconocida que choca contra mi ser.
¿Qué es esto? ¿Por qué siempre que estoy a su lado siento esta emoción extraña en mi pecho?
—Ayla.
Mi nombre ha salido en un susurro dulce y melodioso.
Me gustaría poder acercarme más. Sigo observando esos ojos marrones con pizcas de un color ……. ¿Morado? ¿Por qué no lo noté antes? ¿Si me acerco más podré apreciar mejor ese color?
A nuestro alrededor, el ambiente se ha puesto caliente, alzándose el calor. La mirada de Duncan se vuelve extraña, haciendo una expresión de…. ¿Tristeza? ¿Preocupación? ¿Desesperación?
Aclaro mi garganta y miro otra parte.
—Hace un poco de calor —replico sin mirarlo—. ¿Se dañó el aire acondicionado? —Meneo mi mano por el aire—. Deberían revisarlo.
—Lo siento.
¿Qué? Dejo de mover mi mano y lo observo sin entender.
—¿Perdón?
Dibuja una sonrisa tenue en sus labios.
—No. Nada. Seguiré revisando tu cuerpo —informa, volviendo a su puesto de doctor—. Si sientes una molestia al palpar una zona, solo debes decirme.
—Claro.
Sigue revisando mi rostro y curando las leves heridas. Con una gasa limpia con un líquido café. Rehúyo de cualquier contacto visual; no obstante, es difícil. Sobre todo, si la cercanía se ha vuelto más fuerte.
Otra vez, nuestras miradas chocan.
Esta vez, nuestros rostros están demasiado cerca. Hasta puedo sentir su aliento tórrido chocar contra el mío. Sus iris marrones que tienen pizcas de morados, están sorprendidos.
—Ayla.
De nuevo, ha dicho mi nombre en un susurro estremecedor.
—Duncan, yo….
—¡¡Duncan!! —exclama alguien, sobresaltándome. Me levanto de golpe, tropezándome con mis propios pies. Mi cuerpo se vence, pero antes que caiga de bruces al suelo, unos brazos fuertes retienen mi caída.