Mis oídos no podían dar creer lo que estaban escuchando. Y estaba segura de que mi mandíbula debía estar abierta de una manera exagerada.
Muchas veces desee que esto pasara pero nunca pensé que iba a ocurrir de nuevo. Y no de esta manera.
Pensaba que después de todo lo que habíamos pasado, volver a tener una relación conmigo era la última cosa que estaba en sus planes. Pero aquí estábamos. Yo estaba en una especie de transe donde no sabía que decir, ni que hacer, y él estaba esperando una respuesta.
— ¿Y qué dices?—dijo intentando romper el silencio que había inundado la sala.
Ese silencio que me daba tanto miedo.
—No...No lo sé—dije acomodando un mechón de pelo detrás de oreja.
— ¿Qué no sabes?
—Si es una buena idea—dije simplemente.
— ¿Solo eso?—dijo arqueando las cejas.
¿Qué más esperaba? Era obvio que no era una buena idea.
—Espero una respuesta coherente —dijo contestando a una pregunta que no había formulado. No en voz alta.
—No la hay —dije mientras me dirigía al baño.
No sabía porque iba a ahí pero tenía la impresión de que no se atrevería a entrar allí, después de todo respetaba la privacidad. Ese lugar era mi refugio en este hotel y si debía pasar el resto de los días que nos quedaban aquí lo haré. No estaba siendo lógica pero para ser justa conmigo misma lo lógico se había acabado cuando Lewis me propuso eso.
Y parece que no iba a darse por vencido porque golpeaba la puerta del baño cómo si su vida dependiese de eso.
—Déjame sola—dije.
—No—contestó del otro lado de la puerta.
—Vamos Lewis no quiero pelear, déjame sola por favor—supliqué.
—Está bien.
Sentí los pasos que se alejaban de la puerta y me relajé un poco. Preparé todas las cosas para tomar un baño. Un baño siempre era la solución a mis problemas.
Lamentablemente esas fueron las últimas palabras que nos dirigimos esa noche. Cuando salí del baño, él a estaba durmiendo. Me acerqué a él y lo observé fijamente.
No había nada en él que estuviera mal. Sus ojos eran preciosos, tenía rasgos delicados que no eran compatibles con su forma de ser, lo hacían lucir como un niño pequeño, como una persona positiva, una persona que siempre tenía una palabra amable para los demás, pero era todo lo contrario lamentablemente. En eso era diferente a Lottie, eran completamente opuestos en ese aspecto.
Mientras lo observaba me embargó el miedo. El miedo de perderlo. De nuevo.
***
Me desperté la mañana siguiente cuando los rayos de sol golpeaban sin piedad mi rostro, por lo que asumí que era tarde. Tomé mi celular y no entendí porque Lewis o Liv no me había despertado.
Tomé mis cosas y me dirigí al baño. O mi refugio.
Cuando entré a este encontré una nota pegada en el espejo.
Como has sido una magnifica tía, tienes el día libre, puedes hacer lo que quieras hoy Volveremos a las 5.XXX L&L.
Sonreí con esto. Al parecer tenía el día para mí, después de tanto tiempo, estaría conmigo misma un tiempo.
Tendría, lo que a mí me gusta llamar, un tiempo de calidad.
Solo tenía que organizarme y ver por donde empezaría.
Bajé a desayunar, y tomé algunas guías turísticas que estaban en el mostrador. Podría recorrer lugares increíbles sin que nadie me moleste, ni me apure. Podré disfrutar del paisaje, de la playa, podré ir de compras tranquila.
***
El reloj marcaba las 5 y yo estaba en la habitación leyendo un libro que había comprado. Una de las novelas románticas que Lewis aborrecía que leyera cuando estábamos juntos. Decía que me daba ideas erróneas del amor, que eran muy cursis y que las escribían personas desesperadas y solas. Para mí eran genialidad pura, la gran mayoría de ellas.
La puerta se abrió y Liv entró corriendo, para luego saltar a la cama y rebotar en ella.
—Tía Emma adivina donde iré, adivina donde iré—dijo saltando una y otra y otra vez.
— ¿Dónde linda?—pregunté contagiándome de su alegría.
—A una fiesta de princesas esta noche. Aquí en el hotel. Harán un pijama party en la mejor habitación del lugar.
—Me alegro mucho—dije tomando sus manos en las mías.
—Ve a cambiarte—dijo Lewis, la fiesta empieza en 10 minutos.
—Okey—dijo dándome un beso en la mejilla y luego otro a Lewis.
Nos quedamos solos, y el silencio, cómo no, se hizo presente.
—Tú cámbiate también—dijo sacándose su camisa, reemplazándola por otra.
El rubor se extendió por mi rostro al presenciar eso.
— ¿Por qué?
—Iremos a cenar. Los dos—hizo una pausa—Y si piensas que es una cita, la respuesta es sí. Tendremos una cita.