El casino “Golden” un lugar no solamente especializado en juegos de azar, las apuestas de cualquier deporte que uno se pueda imaginar se hacen aquí, no han desistido en buscar las mil y una formas de quedarse con el dinero de cualquier alma desafortunada que tenga un corazón avaricioso. Aquí he visto caer a grandes empresarios, llegar con el mundo en charola de plata y dejarlo en la mesa de póker, así mismo han llegado hombres desafortunados que apuestan su último centavo en la máquina traga monedas y se han llevado más riqueza de la que ellos creyeron alguna vez pensar en tener. La suerte es una amante grata y al mismo tiempo mal agradecida, no siempre está de tu lado, mientras un día te puede llevar a la gloria, al otro quitártelo todo y llevarte a la miseria; y no depende de quién seas tú, nada tiene que ver tu grado escolar o tu posición en la sociedad, tampoco si eres una buena persona merecedora del cielo o la peor escoria del infierno; ella simplemente da y quita, caprichosa a sus propias reglas que nadie más conoce.
Camino por entre los pasillos, sobre la suave alfombra de colores que silencia mis tacones de ocho centímetros, la gente está tan entretenida en merecer la benevolencia de su amiga cruel y distinguida, la suerte, que no son capaces de poner atención en mí. Hoy es una noche especial así que me puse mi mejor vestido color azul metálico que llega arriba de medio muslo, se amarra por detrás del cuello y tiene un escote peligrosamente profundo tanto por enfrente como por detrás, podrían pensar muy bien que soy una prostituta. Usualmente no suelo usar ropa tan escandalosa, pero de un tiempo a la fecha se me ha hecho costumbre. A cada paso mis caderas se contonean sugestivamente de un lado a otro, intento no chocar con los meseros y algunas edecanes que pasan por mi camino casi corriendo. Paso por entre las mesas y las máquinas tragamonedas hasta que llego a una puerta donde solo personal privado puede entrar. Con mis manos acaricio por encima la peluca azul intentando identificar si está fuera de su lugar, mi trabajo es verme bien y no quiero fallar. Una vez frente a los grandulones que cuidan la puerta celosamente les sonrío de forma coqueta y les guiño un ojo, ellos me reconocen, no es la primera vez que nos vemos así que abren la puerta y me dejan pasar no sin antes dedicarme una sonrisa lujuriosa, creo que mi atuendo tiene el efecto que deseo.
El cuarto es oscuro, parece una bodega abandonada y vacía; hay una mesa en el centro, es redonda y verde, alrededor hay un total de seis hombres alumbrados por la luz tenue de una única lámpara que cuelga sobre ellos, todos pertenecen a la mafia. Aquí vienen a jugar con todo ese dinero que les sobra, la mayoría de ellos son peces gordos del narcotráfico, lavado de dinero, extorsionadores profesionales y políticos de alto renombre, de esos que tienen una sonrisa impecable y prometen paz y bienestar; pues bueno, aquí están, jugando con los impuestos de quienes votaron por ellos, así es la vida de irónica, nadie sabe para quién trabaja. Entre ellos está el hombre con el que he compartido casi un año de mi vida, joven, ojos verdes, cabello rubio, encantadora sonrisa; uno de los capos más buscados y más influyentes, es de los hombres más guapos que he conocido y esa aura a peligro lo hace irresistible. En cuanto sus ojos se posan en mí, dándose cuenta de que estoy presente, me sonríe de manera sincera, puedo sentir que está feliz de que este aquí, a tiempo para que empiecen las apuestas.
—Bella… ven, acércate, te necesito aquí conmigo.
Levanta su mano hacía mí y entonces empiezo a inspeccionarlo, guantes de piel negros, chamarra tipo motociclista de cuero, esa barba de un par de días. Camino con una sonrisa, su mirada me hace sentir deseada al igual que la de los demás presentes en la mesa, me ven de arriba a abajo, devorandome con la mirada. Cuando tomo la mano de mi peligroso amante, este me jala hacia él, me sienta en sus piernas y abraza mi cintura con solo un brazo.
—¿Has venido a darle suerte a tu dueño?
Sonrío como colegiala enamorada, sus dedos se posan en mi mentón obligándome a bajar el rostro para recibir en mis labios su beso, siento como me devora, arrancándome el aire y hasta el alma. Una serie de golpes en la mesa nos hace despegar nuestros labios, cuando volteamos, es uno de los presentes que al parecer ya se exasperó por nuestra muestra de cariño.
—Traer mujeres a este tipo de reuniones es de mala suerte.
Dice el autor de los golpes con molestia en la mirada, mi enamorado solo se ríe escandalosamente y me aferra más por la cintura, como si temiera que me fuera a escapar de un momento a otro al escuchar esas palabras.
—No sé de qué hablas.
Le contesta con gracia y pone el primer fajo de dinero sobre la mesa, los demás lo imitan mientras el tallador se dispone a entregar las cartas que le corresponden a cada jugador. El hombre con el que he compartido mi vida este tiempo se llama “Burak”, o bueno, así le llaman, ni siquiera a mí me ha dicho su verdadero nombre, insiste en que no lo representa puesto que volvió a nacer cuando entró al negocio de la metanfetamina, así que nadie que lo conoce lo llama de otra forma y a mí no me molesta. Mientras él hace pequeños círculos en mi espalda provocándome una sensación como de descargas eléctricas; parece concentrado en el juego, dispuesto a ganar, veo sus cartas y tiene una muy buena mano, intento no hacer ningún gesto que pueda dejarlo en evidencia. Un juego tras otro el gana, la suerte está de su lado y lo sabe, cuando la suma de dinero rebasa los nueve dígitos decide retirarse. Le ayudo a recoger cada billete mientras él se ríe de sus perdedores contrincantes; metemos todo a una maleta de piel que trae consigo y cuando salimos de ahí, siento como su mano termina en mi trasero, dándome una nalgada tan fuerte que me hace hasta brincar. Llegamos al elevador, dispuestos a subir a alguno de los cuartos del casino para contar las ganancias.
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Editado: 15.07.2020