Eat Me: Cómeme

CAPITULO 4.

Estoy envuelta en mis cobijas, la noche es fría, pero aún así prefiero llenar la cama de edredones a dormir con pijama; siempre he estado más cómoda durmiendo en bragas o bóxer y con alguna playera; si no duermo así no me siento capaz de descansar, pero creo que está vez será diferente. Una voz me saca de mi profundo sueño, escucho que alguien me llama, es una voz varonil y profunda; ronca, produce eco dentro de mi cabeza. Abro los ojos de repente, veo el techo de la habitación, noto que la luz de la luna entra por la ventana. Siento está necesidad de salir de la cama tras esa voz que no deja de llamarme; me asomo por la ventana, pego mis dedos al frío cristal y mi mirada inspecciona el bosque frente a mí, como si de el proviniera esa voz tan hipnotizante. Salgo de mi habitación con la necesidad de ir hacia el dueño de esa voz, mi cuerpo se mueve casi en contra de mi voluntad anhelando llegar hasta el origen. Bajo las escaleras con cuidado y llego hasta la puerta, escucho como la duela rechina bajo mis pisadas hasta que llego al pórtico.

Una fría ventisca choca contra mis muslos desnudos y mi piel se eriza, mi sentido común se vuelve el menos común de mis sentidos y termino caminando hacia el bosque, pisando la nieve con mis pies descalzos sin que nada pueda detener mi cuerpo. Debo de estar soñando. Atravieso la avenida y llego a la orilla del bosque, por un momento parpadeo y siento la necesidad de regresar corriendo a mi casa, pero antes de poder dar media vuelta de nuevo esa voz decide llamarme, suplicante porque me acerque aún más y no puedo resistirme. Camino por entre los árboles, internándome cada vez más. La luna es lo único que ilumina mi camino, pero no es suficiente. Escucho pisadas a mi alrededor, como si algún animal decidiera correr en círculos, de repente se detiene y puedo jurar que me ve fijamente.

«¿Qué haces aquí Simone Cárter?»— Trago saliva mientras escucho esa voz más cerca de mí.

—¿Quién eres?— Me ánimo a preguntar cuando siento que soy capaz de hablar.

«¡Responde!»— Cuando escucho su grito puedo sentir que el aire choca contra mí, dándole más énfasis a su exigencia. Cierro mis ojos dado que no soy capaz de correr.

—Rehacer mi vida— mi voz es apenas un murmullo —solo quiero alejarme de todo.

En cuanto digo eso las lágrimas calientes empiezan a brotar de mis ojos, escurren por mis mejillas mientras intento controlar mis sentimientos. Si esto es un sueño, ya quiero despertar. Sacándome de mis pensamientos las pisadas se vuelven a oír, está vez más cerca de mí. Las ramas crujen al ser partidas a la mitad junto con el crepitar de la nieve. Como si fuera algo inevitable que no quería ver; una presencia se planta frente a mí, cubre totalmente el rayo de luna que me iluminaba. Paseo mi mirada desde sus pies, que parecen unas enormes patas de lobo, con garras negras y filosas, su pelaje es negro y cubre cada centímetro de sus piernas; subo lentamente y llego a su abdomen que pese al pelaje que lo sigue cubriendo, este se vuelve más delgado y puedo ver cada músculo tenso debajo de el así como sus pectorales. Sus brazos empiezan a perder el pelaje desde el hombro hasta el codo, lo poco que se ve de piel es negra, brilla como si estuviera cubierta de petróleo y sus manos son humanas, pero en vez de uñas tiene garras largas y afiladas que se acercan lentamente. Acarician mi muslo y siguen su camino hacia arriba, pasando por el borde de mi camiseta, levantándola un poco, descubriendo mi bóxer negro al quedarse atorada por un segundo en su afilada punta. Sigue su recorrido con lentitud, como si la criatura disfrutara recorrer mi cuerpo lleno de miedo, pasa por entre mis pechos, por encima de la playera y sigue el camino de mi yugular hasta posarse en mi barbilla, levantando mi rostro hacia él para que descubra el horror de su rostro.

Veo un cráneo de un cérvido, podría ser un alce o un venado, el hueso está totalmente blanco, tiene una cornamenta sencilla, con pocas ramificaciones, pero impresionante; y ahí donde los herbívoros si a caso tienen un par de colmillos rudimentarios, este tiene el esquelético hocico lleno de puntiagudos e imponentes colmillos que parecen navajas, es como si tuviera las quijadas de un tiburón y una lengua que se alcanza a asomar por el espacio entre cada navaja. Como si se tratase de un león, una melena gruesa y negra rodea su cuello, cubriéndolo desde la mandíbula hasta su pecho, haciéndolo ver aún más corpulento de lo que ya es. Siento ganas de correr, de huir de esta criatura sacada de mis pesadillas más retorcidas, pero por alguna extraña razón no puedo, en ese par de cuencas negras donde debería de ir un par de ojos, solo se muestran iris de color rojo sangre coronando unas pupilas verticales que parecen contraerse y dilatarse como queriendo enfocarme mejor.

—¿Qué me harás?— Esperaba que mi voz saliera temblorosa, pero por el contrario, sale fuerte y decisiva.

«¿Qué deseas que te haga?»— Su pregunta resuena en mi cabeza con cierto deje de lujuria mientras acorta el espacio entre los dos.

—¿Qué quieres de mí?— Cambio de pregunta mientras que su garra que ya había recorriendo mi cuerpo se posa en mis labios con delicadeza, puedo sentir como la punta afilada podría desgarrarlos si quisiera, pero algo lo detiene, simplemente los acaricia.

«No lo sé»— De repente el enorme monstruo deja de comportarse como uno, su voz expresa dudas, dudas humanas. Al principio creí que me haría daño, pero después de pronunciar esa respuesta, retrocede pensativo —«¡Regresa! ¡No te quiero ver aquí!»




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