Eat Me: Cómeme

CAPITULO 10.

Estoy sentada a mitad de un escenario de teatro, veo las butacas de terciopelo rojo frente a mí, el lugar está totalmente vacío y una luz fría me alumbra. Me levanto lentamente, las cortinas están recogidas y mi atuendo es el de una bailarina de ballet, tengo el cabello recogido en un chongo muy apretado, siento como jala mi cuero cabelludo. Volteo hacia todos lados tratando de descifrar donde estoy.

Developpé.

Una voz femenina suena desde el fondo del escenario, parece calmada, pero exigente, levanto la mirada buscándola, pero no la encuentro, camino hacia el borde, hasta que su voz exasperada me hace pegar un brinco.

—¿No entendiste? ¡Developpé!

Siento como mi piel se eriza y de manera casi automática levanto mi pierna izquierda lentamente frente a mí, hasta que mi talón llega a la altura de mi rodilla derecha al mismo tiempo que mis brazos se levantan hacia delante, muevo mi pierna izquierda de enfrente hacia atrás formando un arco con la punta de mis dedos hasta que la pierna termina recta y levantada por detrás de mí y mis brazos estirados a cada lado con elegancia y distinción, levanto mi mentón imprimiendo orgullo al movimiento.

Fouetté.

Cuando pronuncia esa siguiente palabra algo se activa en mi cabeza, un bloque de memoria que había guardado hace mucho tiempo y que no recordaba desde hace muchos años. Me veo las manos y no las reconozco, son de una jovencita, de una niña, están lastimadas y llenas de cintas blancas en los nudillos y cada articulación de mis dedos.

—¡Fouetté!

El grito me hace temblar, me abrazo a mi misma, siento mis brazos menudos y delgados. Muero de miedo, empiezo a girar sobre las puntas de mis dedos del pie derecho mientras que con la pierna izquierda agarro impulso, la estiro en cada vuelta al igual que mis brazos. Los giros siguen y siguen mientras siento un dolor punzante en mi pie, la pierna se me acalambra y caigo al piso.

—Arriba, de nuevo.

Me levanto y de nuevo hago el paso de ballet, pero mis dedos ya están adoloridos al igual que mi pierna, sin embargo sigo girando ante el reflector mientras esa mujer escondida entre las sombras sigue exigiéndome que siga girando. Mis dedos vuelven a perder la estabilidad y un calambre en la pantorrilla hacen que caiga de nuevo. Esta vez el piso está manchado de sangre y me asusto, volteo hacia mi pie y noto como la zapatilla tiene una mancha carmesí en la punta que cada vez se hace más grande.

—Arriba.

Esta vez no hago caso, tomo mi pie entre mis manos y siento como los dedos palpitan y se sienten calientes. Las lágrimas empiezan a brotar de mis ojos por el dolor.

—¡Arriba! ¡Sigue! ¡No vas a descansar hasta que lo hagas bien! ¡Otrod’ye! (¡Mocosa!) ¡Ublyudok! (¡Bastarda!)

Levanto la mirada hacia el escenario buscando de donde sale esa voz, pero no encuentro nada, las últimas palabras taladran mi cabeza, no es un idioma desconocido para mí, de hecho es mi lengua materna. Cubro mis oídos mientras los gritos se vuelven más fuertes.

—¡Dostatochno babushka! (¡Ya basta abuela!)

Grito en voz alta mientras las lágrimas salen de mis ojos sin control, cada palabra sale desgarrando mi garganta, soy consciente de ella, puedo identificar la edad aproximada que tengo en ese momento, 14 años, si acaso 15, era cuando vivía con mi abuela, cuando mi abuela se hizo cargo de mí después de que mi madre murió y mi padre desapareció por un tiempo. Tuve que retomar las clases de ballet que mi madre me daba de pequeña, pero mi abuela era más exigente, más autoritaria, sus bailarinas eran las mejores en cualquier espectáculo, la calidad de sus shows era importante para mi abuela y no se permitiría que su nieta no llegara a la altura, tenía que ser mejor que todas por ser ella mi abuela.

Abro los ojos agitada viendo el techo, mi corazón está a mil por hora, me siento en la cama con el rostro empapado de sudor, un parpado me brinca y estoy mareada. Ese sueño fue extremadamente realista, siento que aún mi pie palpita de dolor, una sensación fantasma como en el caso de aquellos que pierden una extremidad y siguen sintiendo un despojo de ese dolor. Salgo de la cama, me quedo un momento de pie dispuesta a ir por un vaso de agua cuando escucho mi nombre.

—«Simone… Simone Cárter»

Volteo por la ventana y la veo, está de pie cruzando la calle antes de llegar al bosque, con su capucha cubriendo su rostro, pero aun así la identifico, es la misma que tomó mi arma y me disparó con ella. Aprieto los dientes con coraje y me doy vuelta, tomo un pantalón y me pongo mis tenis, lista para salir a patearle el trasero a esa maldita. Tomo mi pistola del armario, pero recuerdo que no le hizo nada absolutamente así que saco la escopeta recortada que guardo detrás de los abrigos. Abro la puerta y veo hacia el frente,  no está, ha desaparecido, pero estoy segura que se internó en el bosque. La luna está tan brillante que no necesito lámpara para ver. Corro hasta cruzar la calle y vuelvo a escucharla, como si su voz saliera directo de mi cabeza.

«Simone…»

Grandísima hija de puta, el odio empieza a corroer mis venas, pasa como acido a través de ellas y corro hasta internarme en el bosque. Brinco troncos en el suelo y escucho mis pisadas. De vez en cuando me detengo y veo a mí alrededor, tratando de encontrar una pista que me lleve a ella. Sigo trotando hasta que llego a un pequeño claro, un espacio que los árboles han decidido respetar. Estando en medio giro viendo hacia la oscuridad entre los árboles y veo un par de ojos rojos, sé que es ella. Así que levanto mi escopeta en su dirección y me acerco un par de pasos.




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