Eat Me: Cómeme

CAPITULO 23.

«AIDEN»

He pasado ya 8 horas detrás del volante y aunque podría seguir sin problema, mi Shelby Cobra parece no tener ya mucha gasolina. Mientras escucho el rugir de su motor en la carretera busco con la mirada una gasolinera. El trayecto es solitario, no hay ninguna vivienda cerca, solo son árboles y árboles a mi alrededor, el aire pega arrastra la húmedad hacia mí y mosquitos al parabrisas. Por fin veo unas bombas de gasolina y una tienda, disminuyo la velocidad y me acerco hasta estacionarme frente a uno de los despachadores, saco la manguera y la clavo en el tanque de gasolina mientras veo como los números empiezan a aumentar. Escucho un chiflido a mi lado y volteo lentamente. Un hombre de cabello rubio y ojos azules ve mi auto sorprendido, parece un tipo agradable y sociable, más de lo que a mí me gustaría o soy capaz de soportar; pone sus manos en su cintura y lo inspecciona con minuciosidad, cuando se inclina hacia un lado veo su placa de policía colgando junto a su arma. Mi cuerpo libera adrenalina, listo para saltar en cuanto sea necesario justamente en este momento no estoy en buenos términos con la policía, pero respiro profundamente para relajarme y poder inhalar su aroma, detectar si esta alterado; noto que no está alerta, su curiosidad en el auto es legítima. La adrenalina y el cortisol se liberan inconscientemente cuando alguien está cerca del peligro o dispuesto a actuar y un olor característico es expulsado del cuerpo, no todos los depredadores lo detectan, huele a grasa rancia. El hombre después de revisar las llantas regresa a mí con la misma cara de sorpresa.

—¡Vaya carro! ¿Un Shelby Cobra del 68?— Me ve emocionado esperando mi respuesta.

—70.

—¡Claro! ¡Del 70!— Se da un golpe en la frente como si eso hubiera sido muy obvio y empieza a reír. Después me ofrece su mano al mismo tiempo que una sonrisa amplia. —Shawn Cárter— Estrecho su mano, tiene un agarre fuerte y sincero. Sonrío de lado. Hace mucho que no hablo con un hombre con pinta de buena persona.

—Derek Ortega— pronuncio mi nombre nuevo y de pronto escuchamos un alboroto dentro de la tienda. —Con permiso, tengo que ir a pagar— le sonrío mientras lo dejo junto a su auto. Camino con paso firme hacia el establecimiento.

Cuando entro, la pequeña campanilla que pende de la puerta suena; veo a una mujer en un vestido vaporoso frente a la barra, tiene el cabello largo y castaño, pero unas raíces rubias se quieren asomar, está trenzado; tiene una esbelta figura y tobillos de bailarina; parece furibunda, golpea con la mano en la barra mientras el hombre del otro lado solo ve su escote, el tipo es gordo y viejo, su ropa está sudada, con manchas de comida y aceite para carro en su vestimenta, su imagen da asco.

—Solo vine a pagar la gasolina y nada más— le aclara la mujer al hombre tratando de recuperar un poco la tranquilidad.

—¿Y lo que tomó su hija?

—Mi hija no tomó nada— mientras camino por los estantes con comida basura en empaques coloridos percibo una criatura pequeña, de escasos seis años oculta entre las faldas de su madre.

—Señora, pague el chocolate y váyase— el tipo parece odioso, incluso yo ya me estoy empezando a molestar.

—Usted le dio ese chocolate y ahora espera que yo lo pague, aquí está el caramelo, no lo queremos— con la mano acerca el chocolate hacia el hombre, deslizándolo por el mostrador.

—Yo no le di nada, pague el chocolate y listo.

Me acerco lentamente, solo tome una botella de agua, es lo único que vale la pena aquí. Me coloco a dos pasos de distancia de la mujer y siento una mirada fija en mí; bajo los ojos y la pequeña niña me ve con curiosidad, sigue agarrada de la tela del vestido de su madre, pero algo cambia, me sonríe de forma pura y cariñosa, siento que causa estragos dentro de mí, me quedo cautivado por ese par de zafiros que tiene de ojos. Le sonrío sin dudar y ella se sonroja inocentemente. De repente un manotazo me desconcentra, volteo hacia la barra y noto que el tipo empieza a volverse hostil, golpea con la mano abierta. No tengo tiempo para esto, antes de que empiecen los reclamos decido hablar.

—Cóbreme el chocolate a mí— pongo el dinero sobre la barra y el tipo de forma algo intimidado toma mi billete y lo mete en su registradora buscando el cambio. —Quédese con el cambio— hagamos feliz al pobre diablo ya que le di un billete grande.

Tomo el chocolate del mostrador y me hinco frente a la niña, sus ojos se clavan en los míos como si el chocolate no fuera de su interés. Le acerco el dulce y ella esconde su rostro en la falda de su madre, después voltea buscando su aprobación, claramente le han enseñado que no debe de recibir ningún dulce de nadie ajeno. La mujer le sonríe y asiente con su cabeza motivándola a agarrarlo. Se despega de sus faldas y se acerca, toma el chocolate entre sus manos y me sonríe angelicalmente, creo que me he quedado embelesado con la pureza de un acto tan sencillo.

—Gracias, es bueno saber que hay caballeros aún en este mundo— dice la mujer mientras ve con recelo al tipo del mostrador. Me extiende la mano y de nuevo me siento obligado a ser cordial el día de hoy.

—Zenya Cárter— estrecho su mano y me sonríe.

—Zenya, interesante nombre, es ruso y tú acento te delata— en cuánto digo eso ella se sorprende abre sus ojos de par en par. Se pone nerviosa, algo oculta. —Tu esposo es un hombre rubio de ojos azules con una debilidad por los autos clásicos.




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