Bajo una capucha negra se encontraba un joven de tez blanca y pelo oscuro, estaba sentado en unas escaleras de ladrillo, a la intemperie.
Sus ojos verdes miraban a la lejanía, las gélidas gotas de la abundante lluvia se reflejaban en ellos y no permitían diferenciarlas de sus lágrimas.
Daba pequeños golpes en el suelo con la suela de los zapatos, ya no podía más.
Desde dentro de su casa se oían golpes y la voz de Catherine, su hermana, mientras le gritaba al teléfono.
— ¡Os fuisteis y nos dejasteis como si fuéramos basura! — Estaba enfadada. — ¡Éramos niños!
Thomas se levantó de su asiento improvisado y sacó un cigarrillo del bolsillo de su sudadera, lo puso entre sus labios y dejó que la fina llama lo encendiese, el rojo se reflejaba en sus pupilas.
Comenzó a caminar por el jardín, sin importarle que estuviese diluviando.
La sudadera se pegaba a su cuerpo, haciendo que el frío se intensificase, y sus zapatos ya comenzaban a incharcarse.
Cogió el cigarro entre sus dedos y dejó salir el humo.
Le gustaba aquella sensación,
a veces pensaba que era su alma,
cansada de aquel mundo,
que,por fin libre,
huía de su cuerpo.
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Editado: 21.05.2020