Echoes of The Deep Español

Forjado en inocencia

—¡Guardias de Mahmud III! ¡Sabemos que hay gente dentro de este refugio! ¡Abran la puerta ahora mismo! —gritaron, golpeando la puerta con un martillo. Tras unos segundos de silencio, la madera cedió.

Cuando la puerta cayó, se abalanzaron sobre mí, derribándome contra el suelo y cubriéndome el rostro con una bolsa antes de que pudiera ver nada. Lo último que alcancé a distinguir fue el rostro de Can: sus ojos brillaban con la misma intensidad de siempre. En su expresión había tristeza… y algo más. Tal vez buenas intenciones. Tal vez nada. Mis camaradas corrieron la misma suerte: fueron reducidos con brutalidad. Aunque, quizá, todo era producto de mi imaginación y de la embriaguez que me nublaba.

La bolsa me asfixiaba. Apenas podía caminar. Un golpe en la sien me hizo sangrar. Voces resonaban a mi alrededor, pero eran ininteligibles; todo se confundía, todo me desorientaba.

Las luces de los túneles viejos eran demasiado débiles. Solo alcanzaba a notar cómo se perdían detrás de nosotros, esquina tras esquina. Mi hogar se había vuelto hostil. No supe cuánto tiempo caminamos, ni por qué interminables puertas me arrastraron. Cada una era más pesada que la anterior, con más códigos y cerrojos. Finalmente, llegamos a la última. Allí me sentaron en una silla de madera, esposándome a los reposabrazos.

—Hemos llegado, Mahmud III —dijeron los soldados al unísono.

—Quítenle la bolsa —ordenó la voz del sultán.

Cuando la retiraron, la luz me cegó. Sentí que mis ojos ardían. Desorientado, distinguí al sultán sentado en medio de la sala, con dos soldados a sus espaldas. Algo estaba mal, muy mal.

Las paredes estaban recubiertas de acero y cristal templado, cargadas de símbolos imperiales. Incluso la silla en la que me encontraba parecía valer más que una vida entera de trabajo. Nunca había visto nada semejante.

—¿Sabes por qué estás aquí? —preguntó Mahmud III, con una sonrisa torcida—. Estás en serios problemas, amigo mío. ¡Hemos descubierto tu secreto, bastardo! Y en nuestro búnker no podemos aceptar eso. ¿Sabes a qué me refiero, eh?

Guardé silencio. Mi mente buscaba una explicación. Tal vez me acusaban por no haber reportado mi llegada… o por las cosas que traje conmigo.

—Así que el bastardo ha decidido callar —rió el sultán—. Bien. Voy a mostrarte lo que encontramos.

Puso mis pertenencias sobre la mesa frente a mí. Desde las sombras, apareció Demir.

—Dentro de tus cosas hallamos insignias y medallas de búnkeres enemigos, munición y armas imposibles de obtener afuera, donde se suponía que debías estar —dijo, alzando un cuchillo—. Pero nada es tan importante como esto.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Oh, Dios mío. Este será mi final. ¿Cómo abrieron mi caja fuerte? ¿Quién me traicionó?

—¡Eres el responsable de matar al primer sultán de nuestra ciudad! —bramó Mahmud III—. Finalmente recibiremos la misericordia de Alá y de nuestros ciudadanos.

—¡No! ¡Es un error! —grité—. Ese cuchillo no me pertenece, ¡puedo explicarlo!

—¡Cállate! —vociferó Mahmud III—. Tú tramaste la muerte de nuestro amado Selim II.

Alzó la mano como quien dicta sentencia:

—Ordeno que te decapiten en Şuraya. No mereces perdón.

De pronto, una alarma cortó el aire con un chillido metálico. Un soldado irrumpió jadeando:

—¡Señor! Algunos guardias en los pasillos están inconscientes… y sin uniforme.

El rostro del sultán se endureció. Ordenó a Demir y a los demás que salieran de inmediato a investigar. En un abrir y cerrar de ojos, me quedé solo con él.

Entonces, el soldado que había dado la alarma se volvió contra Mahmud, empujándolo contra la pared y golpeándolo hasta hacerlo caer.

—¡Kaan! ¡Voy a sacarte de aquí! —gritó, liberándome de las esposas.

Bajo el casco reconocí el rostro de Can.

—¿Can? ¿Eres tú? —susurré incrédulo.

—Escúchame bien, Kaan —dijo, aún agitado—. Aquí no es seguro para ti ni para los tuyos. Han puesto la alarma en toda la ciudad desde que te secuestraron. Cuando desperté, Demir y Aslan ya no estaban. Traté de hallarlos, pero desaparecieron. Te seguí por los conductos de ventilación… y tuve suerte de encontrarte.

La verdad me golpeó como un mazazo: había sido traicionado por quienes llamaba camaradas.

—Gracias, Can. Tenemos que salir de aquí, antes de que todo el imperio nos atrape —dije.

Nos adentramos en el sistema de ventilación, arrastrándonos entre el metal oxidado. Podía escuchar a decenas de soldados dirigiéndose hacia la sala. Las alarmas retumbaban en toda la ciudad. La oscuridad era densa, apenas podía distinguir a Can delante de mí. ¿Debo contarle por qué me culpan?, pensé.

De pronto, el silencio. Las alarmas se apagaron. Los pasos cesaron. El aire se volvió más pesado.

Tras un recorrido agotador, emergimos en el refugio de Can, entrando por una compuerta en el techo.

—Bienvenido a mi cámara —rió, con un brillo extraño en los ojos.

—¿Por qué me rescataste? —pregunté.

—Porque, amigo mío, no creo que seas el asesino de Selim II. Algo en mi sangre me dice que puedo confiar en ti. Pero explícame: ¿por qué tenías ese cuchillo maldito?

Le agradecí con el alma y le conté la verdad. No fui yo quien mató al sultán. Fui el herrero encargado de forjar el arma. Me pidieron crear un cuchillo imposible de rastrear, y lo hice. Me pagaron cinco veces lo acordado. Compraron mi silencio. Al día siguiente, Selim II fue asesinado con ese mismo cuchillo. Lo busqué durante meses hasta hallarlo en las ruinas, y lo guardé en una caja fuerte imposible de abrir… o al menos eso creía.

Can escuchó en silencio, y al final asintió.

—No eras consciente del daño. Te perdono. Pero ahora debemos escapar de esta ciudad. Ya no tienes nada: solo la vida. Y supongo que no quieres perderla —dijo, desplegando un mapa sobre la mesa.

Trazamos rutas, buscamos salidas. Las puertas directas hacia la superficie estaban custodiadas: sería un suicidio. La única opción era la salida abandonada de Yeni Antalya, en Zona Cero. Sellada por un túnel inundado con agua corrosiva y gases letales. Nadie había sobrevivido allí.



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En el texto hay: misterio, traicion, postapocaliptico

Editado: 11.08.2025

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