✧ ✧ ✧
Como todo verano, el calor podía sentirse, intenso, haciendo que nuestro sudor brote como una cascada a un manantial, tratando de refrescar el ambiente. Los árboles crujían al sentir el viento acariciando cada parte de su estructura, rodeándolos y haciendo que se mesan suavemente como si estuvieran danzando al son de una melodía fresca.
Todo lo que pasamos anteriormente se adormece con el sutil ambiente de calma que nos rodea. La brisa tibia, sí, pero también lo suficientemente traicionera como para mostrarnos que dentro del orden también hay caos, irrumpiendo en nuestras mentes como si estuviera diciéndonos que el miedo y la incertidumbre podrían perseguirnos en cualquier momento.
Nos habíamos dispersado por el claro sin mucha palabra. Algunos limpiaban sus armas sin necesidad. Otros miraban hacia los árboles, como esperando que Kerl apareciera entre ellos envuelto en luz.
Aethen no hablaba. Tenía la mirada fija en sus manos, como si hubiese visto algo que el resto de nosotros aún no podía comprender. Flumir se rascaba la cabeza, incómodo, inquieto. Dorim caminaba en círculos, como un lobo enjaulado. Yo… simplemente respiraba. O por lo menos lo intentaba.
—¿Por qué tienen esas caras largas? ¿Acaso alguno de su equipo murió? —suena una voz imponente detrás de todos nosotros.
Cuando me vuelvo a ver quién es, una figura descomunal se alza frente a nosotros. Imponente, de un tamaño capaz de compararse con una montaña… pero sobre todo, una cosa “brillaba” más que las otras…
—Maestro, su calva está haciendo que el sol se refleje en mis ojos —digo mientras cierro un ojo, sonriendo pícaramente.
—AAAAAAJAJAJA! ¡Mocoso! Te gusta ir al límite y sonreírle a la muerte cada vez que abres la boca, ¿no es así? —dice Kerl con una gran sonrisa, mientras se agarra el estómago por las carcajadas.
El ambiente, aunque aún tenso, se afloja un poco. Incluso Aethen alza la vista por un momento, y con una mueca que podría pasar por sonrisa dice:
—Y pensar que casi nos mata el estrés... y viene usted a darnos un infarto de risa.
Todos lo miramos, en silencio.
—¿Aethen? —pregunta Flumir con los ojos bien abiertos—. ¿Acabas de hacer un chiste?
—No se acostumbren. —responde él, volviendo a mirar sus manos.
—¡Mi calva solo quiere reflejar que mi espíritu es brillante como el sol mismo! —dice, volviendo a mirarme con esa chispa en los ojos, como si no hubiese olvidado mi atrevido comentario.
Pero la risa apenas se asienta cuando la voz de Kalesh corta el ambiente como una hoja afilada.
—Maestro, ¿tiene idea de por qué estamos enfrentando a semihumanos?
Kerl lo observa por un segundo, como evaluando cada palabra. Luego suspira.
—No. Más bien estoy aquí para averiguarlo... o al menos para asegurarme de que ninguno de ustedes muera en el intento —responde, y aunque su rostro se vuelve serio, sus ojos aún conservan un brillo travieso.
—Vendrán todos conmigo —añade—. Necesito que me expliquen su formación, y quiénes tomarán la delantera cuando entremos en combate.
Kerl caminaba adelante, su presencia imponente tan natural como la sombra que la luz dejaba a su paso. Cada uno de nosotros seguía su ritmo, absorbiendo la tensión que irradiaba el maestro.
De repente, se detuvo y nos miró con una intensidad que dejó claro que estaba evaluando cada uno de nosotros, sin prisa ni vacilación. Su mirada se detuvo primero en Aethen, quien se mantenía en silencio, como siempre, pero con un aire de inquietud latente.
—Los he estado observando, chicos —dijo Kerl con una ligera sonrisa, como si estuviera preocupado—. Deben ser más cuidadosos con sus emociones. Mostrar lo que sienten en un combate es fatal. ¿Fue muy difícil enfrentarse a los semihumanos?
—Sí, maestro, fue bastante complicado —respondió Aethen, dejando escapar un suspiro cansado—. Entre todos logramos derrotar a uno, pero terminamos bastante agotados. Había leído sobre ellos y, aunque son feroces y fuertes, siento que estos no eran normales. Es como si fueran más poderosos de lo que deberían.
—¿Y cómo puedo controlar mi Lysae después de un ataque que te deje tan agotado? —preguntó Aethen, con una expresión curiosa, como si esperara una respuesta reveladora.
Kerl se quedó en silencio por un momento, reflexionando, antes de responder con calma.
—Bueno... eso no es tan fácil de explicar, pero la respuesta está en tu propio cuerpo, mocoso. Tienes que conocer tus límites y, más que solo invocar poder, aprender a buscar un equilibrio. Si yo usara todo mi Lysae de golpe, podría perder la mano. Pero si cargo un tercio de mi poder, lo condenso y lo comprimo, luego lo recargo otra vez, el ataque se vuelve mucho más fuerte. Cuantas más veces logres condensar y comprimir, más potente se vuelve el golpe, sin que el Lysae se desborde.
Hizo una pausa, mirando a cada uno de los chicos.
—Pero no se engañen, condensar y comprimir el poder no es nada fácil. Se necesita mucha práctica y control. Todos deberían entrenar eso si quieren estar preparados para lo que viene.
—¿Condensar y comprimir? ¿Cómo se supone que logremos eso, profesor? Lo que dice suena muy ambiguo. Además… si hablamos de usar un tercio del poder, entonces tendría que condensarlo al menos tres veces para usarlo completo. ¿No es eso ineficiente? —pregunté, levantando una ceja con duda.
—¿Mocoso, acaso no aprendiste nada en tus clases? —responde Kerl frunciendo el ceño, con esa mirada que decía claramente: “¿Eres tonto o qué?”
—Cuando absorbes energía del exterior, puede alimentar el Lysae, haciendo que se fortalezca —intervino Kalesh, con tono serio—. Lo que el maestro intenta explicar es que, en vez de recolectar energía de afuera, apliques ese mismo principio hacia adentro. Es decir, que si tu Lysae se autoalimenta, comprimir y condensar dos veces un tercio del poder sería como multiplicarlo por tres cada vez. Eso significa que, al hacerlo dos veces, estarías expulsando el equivalente a un 180% de tu Lysae... aunque no estés usando todo de golpe.