Eclipse Ascendente

Episodio 5: La llamada de la bestia!

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El sol brillaba y el aire soplaba, como si todo siguiera igual. Pero había algo en ese momento, algo que hacía que nada de eso importara.
El contraste entre la luz del día y lo que teníamos enfrente era casi ofensivo.
Porque lo que veíamos… lo que sentíamos… era que un solo paso en falso podía costarnos la vida.
Y peor aún: que nuestros destinos ya no estaban en nuestras manos, sino en las de él.

Y aun así, Kerl no retrocedió.
Mientras nosotros apenas podíamos respirar, él se mantenía ahí, firme. Con los brazos a los lados, los ojos entrecerrados, como si no estuviera viendo un monstruo salido de nuestras peores pesadillas, sino un problema matemático con solución.
Había algo en su presencia, en su simple postura, que nos recordaba que quizá… aún no todo estaba perdido.
No mientras él estuviera ahí.

Entonces, eres quien tiene sueltas esas criaturas en nuestro territorio —vociferó Kerl, con una voz tan cortante que pareció despejar el aire mismo—. De verdad que eres bueno... no solo evadiste nuestras vigilancias, sino que también puedes acercarte a mí tanto sin que me pueda dar cuenta.

El silencio que siguió no era natural. Era denso, pesado. Como si incluso el bosque esperara la respuesta de aquella figura entre sombras.

Kerl, insatisfecho con la nula respuesta de la figura, se preparó sutilmente para comenzar la pelea.
Entonces…
—¿Crees que podrás llegar a mí tan fácilmente? —dijo el hombre, moviendo la cabeza como si buscara algo entre nosotros.

Kerl no respondió. Actuó. Ignoró las palabras del ente frente a él y saltó de golpe con todo su poder.
“En serio, este tipo sí que es poderoso… pero, parece que puedo seguirle mejor el paso con mis ojos”, pensé por un instante.

Pero antes de que Kerl pudiera impactar, algo lo detuvo.

Cuando Kerl se disparó a realizar un ataque, antes de que Kerl pudiera impactar, el aire se desgarró con un estruendo sordo. Desde un círculo mágico que ardía en destellos morados y rojos —como una herida abierta en la realidad—, la criatura emergió, interceptando su ataque con un rugido que heló la sangre. Esa criatura enorme que saltó al frente de él, medía más de dos metros y medio y tenía un aura tenebrosa. Su piel era de un verde enfermizo, con dos enormes colmillos sobresaliendo de su boca babeante. Unos tatuajes en forma de líneas negras se extendían desde sus brazos hasta sus ojos, cubriéndolos parcialmente, y esos ojos… Esos malditos ojos eran un fondo amarillento con pupilas moradas que brillaban como si pudieran abrir un portal al mismísimo infierno.

Entonces, detrás de mí, escuché cómo alguien retrocedía con pasos torpes. Giré ligeramente la cabeza y vi a Flumir con las manos rígidas, como si intentara detener algo invisible, la cara más blanca que su capa y los ojos tan abiertos que parecían a punto de salirse.

—U-u-un U-ur-urv-varg… —balbuceó con una expresión tan aterrorizada que me dio hasta pena.

Y por un instante, lo juro, vi cómo se cagaba del miedo. Literalmente. Si el Urvarg no lo mataba, el susto lo hacía solo.

Me giré para ver al resto, y la reacción era casi calcada en todos.
Darel fruncía el ceño con fuerza, pero el sudor frío que le corría por la frente lo delataba. Keia tenía los ojos y la boca tan abiertos que parecía incapaz de respirar, temblando con cada segundo que pasaba. Aethen... Aethen abrazaba a Keia con fuerza, como si intentara protegerla o, quizá, huir con ella si todo se iba al carajo.

Kerl dio un paso hacia atrás, no por miedo, sino midiendo el terreno. Sus ojos no se apartaban del enemigo, pero su atención también estaba en nosotros. Su gesto serio no hablaba de duda, sino de decisión: estaba calculando riesgos… y no estaba dispuesto a arriesgarnos.

—Chicos... —murmuró Kerl, con una voz tan baja que parecía formar parte del viento mismo—. Dos de ustedes deben regresar al palacio. Los que tengan mejores habilidades, quédense a apoyarme. Ese tipo... tiene algún tipo de control sobre esas bestias. No podré encargarme de él y protegerlos al mismo tiempo.

—¿No creerán que los dejaré ir así de fácil, verdad? —dijo mientras descendía del árbol con una calma que helaba la sangre. Se posicionó detrás de la criatura, y luego caminó hasta quedar justo a su lado.

Fue entonces cuando, por fin, pude verlo bien.

Era alto, de piel oscura, con la cara cubierta por una maraña de tatuajes y cicatrices… tantas que parecía que su rostro contaba una guerra distinta por cada línea. Este hombre era siniestro. Las batallas que debió haber vivido para terminar así… no me las quiero ni imaginar. Y sus ojos… o mejor dicho, su único ojo, brillaba con una furia contenida, como si solo estuviera esperando una excusa para desatarse.

—Maestro… creo que alguien quiere competir con usted en la categoría “calvicie intimidante” —solté con una sonrisa forzada, más por reflejo que por valentía.

—Me gusta esa actitud, Yeroy. Tú, Darel y Kalesh serán mi apoyo. Aethen, no te separes de Keia; ustedes dos deben reponerse y retirarse en cuanto tengan fuerzas suficientes —dijo Kerl, con una pequeña sonrisa que, por alguna razón, inspiraba confianza.

Nos acercamos caminando, sin perder de vista a la bestia que teníamos enfrente. Como había imaginado, estar más cerca solo amplificaba el terror de tener esa cosa tan cerca. Kerl se veía imponente, sí… pero esa mierdecilla verde, con ese temple inquebrantable, dejaba claro que podía matarnos a todos en cuestión de segundos.

Comencé a prepararme, aprovechando la calma que aún quedaba. Ese sujeto estaba tan seguro de que podía matarnos a todos, que ni se movía. Pero eso me venía bien: me daba tiempo para cargar mi Lysae.

Me concentré en el flujo recorriendo mi cuerpo, sin quitarle los ojos de encima a ambos enemigos. Saqué un tercio de mi poder, lo esparcí por todo mi cuerpo y lo moldeé a mi forma. Fue más fácil que antes, aunque seguía costando... y más ahora, que decidí extenderlo completamente, imitando a Darel.



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En el texto hay: violencia, escenas sensibles, lenguaje fuerte

Editado: 02.05.2025

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