Un día en que el otoño comenzaba a hacer caer las hojas de los árboles, los patios de entrenamiento se llenaban de los gritos de los practicantes, sus movimientos resonando en el aire. Se escuchaban las voces de los maestros, dando consejos para pulir posturas y ataques, mientras los pilares de los edificios, marcados por huellas y cicatrices de luchas pasadas, sostenían las estructuras que habían sido testigos de incontables entrenamientos, destinados a forjar la fuerza de cada uno de los combatientes.
En esa tranquila mañana, me despedí de mi hermano, quien estaba a punto de enfrentar una prueba condecorativa, una prueba que marcaba a los que demostraban tener la habilidad para salir al campo y comenzar misiones para el clan.
—Hermano, ¿cuándo vas a volver? —pregunté, mientras le dedicaba una pequeña sonrisa.
—No lo sé, Aron. Jamás había hecho una prueba condecorativa, pero seguro vendré para golpear a mi pequeño saco de boxeo personal —respondió Yeroy, con una gran sonrisa mientras me acariciaba la cabeza y revolvía mi cabello.
—Está bien, pero no soy tu saco de boxeo. Ya casi no puedes alcanzarme, gracias a que entreno mi velocidad con mis poderes de rayo. Mi Lysae cada vez lo controlo mejor. Creo que soy más rápido que tú, hermano. Tal vez pronto te llame saco de hueso molido —dije, soltando una carcajada.
—Estás a años de poder siquiera rozar la cara de este saco de hueso molido, mocoso insolente —dijo Yeroy, mientras me daba un coscorrón en la cabeza, girando su mano como un trompo y riendo con picardía.
Cuando se fue, me dijo: “Vuélvete fuerte, Aron. Tú y yo debemos ser los más fuertes juntos.” Creo que es el mejor hermano que cualquiera podría tener.
Con el paso del tiempo, fui puliendo las técnicas que había desarrollado gracias al enfoque que uno de mis maestros me enseñó. Aprendí a concentrar mi Lysae para cargar mi cuerpo de energía, atrayendo moléculas de agua hacia mí. Eso siempre fue un problema… hasta que el maestro me mostró que nada es realmente un obstáculo, sino una pista para resolver un enigma mayor.
Entonces lo entendí: podía usar la conductividad de esas gotas de agua acumuladas en el aire para desplazarme a velocidades extremas.
Entrené incansablemente para perfeccionar esa técnica. El día que me despedí de Yeroy, ya había logrado combinarla con una espada de rayo. Era un avance enorme… aunque demasiado para mi cuerpo. El resultado era poderoso, brutal incluso, si lograba ejecutarlo por sorpresa. Pero hasta ahora, solo he conseguido usarlo tres veces seguidas antes de quedar completamente exhausto.
Cuando mi hermano por fin volvió a casa, su rostro era el de alguien que lo había perdido todo. Era como aquel borracho que solíamos ver fuera de la taberna, siempre con la mirada perdida y el alma hecha pedazos. Siempre me pregunté qué lo había llevado a ese estado. Y ahora, mi hermano… él tenía esa misma mirada.
Intenté hablar con él, pero solo me dijo:
—Ahora no, Aron. No tengo ganas de hablar…
Fue devastador. Ese no era mi hermano. Algo había pasado. Algo grave.
No pude quedarme quieto. Me puse manos a la obra. Primero hablé con nuestros padres.
—Papá… Yeroy estaba sombrío. Él, que siempre es una luz, volvió con una oscuridad pegada al rostro… Tengo que ayudarlo —dije con el ceño fruncido.
—Pero Aron… ¿qué podrías hacer tú? —respondió mi padre—. Tu hermano acaba de volver de una prueba dura. Tal vez no la pasó, tal vez solo necesita tiempo. Ya hablará…
—¡Mamá! Decile algo, papá no entiende lo que quiero decir… —dije, volteando a ver a mi madre, que disfrutaba una taza de té.
—Aron, calmate. Si tu hermano no quiere hablar, dale tiempo. No podés obligar a los demás a hacer lo que vos querés, cuando vos querés —respondió.
—Todos acá lo están tomando a la ligera… Yo… yo voy a salir a investigar.
Con esas palabras, salí corriendo. Tan rápido como pude. Entonces me encontré con Aethen, el mejor amigo de Yeroy. Siempre estuvieron juntos, incluso cuando los demás chicos lo molestaban por no tener poderes…
—¡Aethen! Qué bueno que te encuentro. ¿Sabés qué pasa con Yeroy? Él… parecía como si hubiera pasado algo horrible —pregunté con prisa.
—Oh, Aron… Bueno, la cosa es que… acabamos de ver morir a alguien. Un mayor que nos protegió. Y ahora mismo, no estamos con ánimo para hablar —respondió, bajando la mirada con los ojos entrecerrados.
—Ah… Eso… no era lo que esperaba escuchar. Entonces… mi hermano debe estar devastado… ¿Qué puedo hacer para ayudarlo? —pregunté, cabizbajo, con voz tenue.
—Si querés ayudarlo, hacé lo que siempre hacés: pedile que te entrene, y sacale la verdad a puñetazos. Como está ahora, seguro le ganás —respondió Aethen. ¡Él sí que es inteligente!
—¡Gracias! ¡Eso puede funcionar con un cerebro de músculos como el suyo! —exclamé, girando para correr otra vez hacia casa.
Al llegar, noté que Yeroy estaba en el baño limpiando su cuerpo lleno de polvo. Entonces salté sobre él con un poderoso ataque de mi elemento: una chispa eléctrica que lo sacudió, haciéndolo retorcerse en el suelo.
—¡ARON! —gritó—. ¿Qué hacés, pequeño cabrón?
—Sacándote de ese mundo sombrío. ¿O acaso ya no sos mi hermano, ese que brilla como un sol? —respondí, poniéndome en guardia con el ceño fruncido.
No recibí respuesta. Me lancé a darle un puñetazo, pero fui interrumpido por mi papá, que me agarró desprevenido del brazo y me dio un golpe en la cabeza.
—¿Acaso no te dije que dejaras a tu hermano tranquilo? —dijo.
—¿Y vos no ves que él está deprimido? Acaba de ver morir a alguien y no quiere hablar conmigo. ¡Yo soy su hermano! Soy el que se va a volver tan fuerte como él para que no tenga que perder a nadie más, ¡y no me dice nada…! —dije, mientras las lágrimas comenzaban a caer por mi mejilla caliente.
Mi padre me miró con una expresión triste. Luego miró a Yeroy, que me observaba llorando.
—Llorás como una nena, saco de huesos molido… —le dije.
—Lo siento, saco de prácticas personal… Te hice preocupar por andar en las nubes —dijo, acercándose.