El día que murió Kalesh, el equipo quedó quebrado. Fue un golpe duro.
Su muerte nos dejó llenos de incertidumbre. Pero, al completar una misión para la que claramente no estábamos listos, descubrimos de lo que éramos capaces.
Con el paso de los días, el clan se volvió un caos. No era para menos: una bestia asesina, un malnacido con sed de sangre, nos hizo cagarnos de miedo.
El mundo cambió para nosotros.
La perspectiva que teníamos dentro del clan... se desvaneció como humo cuando sopla el viento.
Asistí a la ceremonia de despedida de Kalesh. Entregué mi flor con una pesadez imposible de explicar.
Siempre había estado a su lado. Éramos amigos. Competíamos. Y tengo que admitirlo: él era mucho mejor que yo en muchas cosas.
Me superaba. Pero nunca dejó de mirar hacia atrás. Siempre se volteaba a ver a quienes dejaba atrás, para ayudarnos a mejorar también.
Era un gran tipo…
Darel y yo siempre competimos. Siempre nos empujamos a mejorar juntos.
Kalesh, en cambio, tomó otro camino. Fue aceptado en un entrenamiento especial de comandos. Ahí nos separamos.
Desde entonces, siguió una ruta diferente a la de todos los de nuestro año.
Entró en la unidad de espionaje de la Casa del Viento del Clan, una de las más destacadas.
Ahí entrenan a sus discípulos para volverse indetectables, veloces. Usan el viento como aliado: lo manipulan para moverse en silencio, para borrar su presencia.
Decidí ir allí. A la Casa del Viento.
Siempre entrené como atacante, dominando el viento de forma directa, impulsado por mi eterna rivalidad con Darel.
Pero aquí… aquí el viento se usa con más inteligencia. Más precisión.
No solo se trata de ataques explosivos. Hay límites en eso.
Yo creo que este lugar me puede llevar más allá.
—Maestro Sieg. —Dije con una leve reverencia.— Hace tiempo que no lo veía. Su salud parece inquebrantable.
—Para con eso, Flumir. Me das más miedo cuando no estás tratando de explotar uno de nuestros dojos junto a Darel... —dijo, cruzándose de brazos con una mirada exageradamente crítica.
—Maestro, usted nunca deja que lo sorprenda, ¿verdad? —respondí con una sonrisa pícara.
Me miró en silencio, como esperando que dijera a qué venía realmente.
—Su mirada me hace sentir acosado... —dije, cerrando los ojos brevemente antes de abrirlos—. Pero tiene razón. Quiero ser parte de la Casa del Viento Silencioso.
—¡No! —respondió sin vacilar.
—Pero maestro… —repliqué, fingiendo sorpresa.
—No me vengas con eso ahora. La última vez que te pedí que vinieras, te negaste. Te dije que aunque vinieras suplicando y besando mis pies, no estarías aquí. —Se dio vuelta.
—¡Lo sé! Pero... la muerte de Kalesh me hizo ver el error que cometí. Quiero ser de utilidad para mis compañeros. No quiero perder a más gente como él...
[…]
—Entiendo. Estás entrando en tu etapa de madurez. Pero mi respuesta sigue siendo la misma, no importa lo que digas.
Aun así… el dojo y la biblioteca de la Casa estarán abiertas. Aprende por ti mismo. —dijo mientras se alejaba con elegancia.
Sus pasos eran imperceptibles. Más que caminar, parecía que el viento lo deslizaba.
En ese mismo instante, decidí comenzar mi entrenamiento. Por suerte, tenía muchos amigos dentro de la Casa del Viento que me ayudaron a suavizar mis ruidosos movimientos y a volverme más orgánico con el viento. Pasaron días, semanas… practicando sin descanso.
Al principio, escuché que Darel, Aethen, Yeroy y Keia habían salido juntos en una misión. Todos comenzaban a dar pasos fuera del clan, pero yo no tenía tiempo para eso. No podía quedarme atrás.
—Flumir, te dejaron un mensaje de la Casa del Maestro Mayor. Parece que necesitan que hagas algo… —dijo uno de los practicantes de la Casa del Viento.
—Entiendo, iré después de recoger lo que usé aquí.
Cuando salí, tres personas me estaban esperando fuera: Ylwen, Darlon y Maro.
—¿Por fin sales? ¿Crees que eres tan importante para hacernos esperar tanto tiempo? —dijo Ylwen, visiblemente enojada.
—Lo siento, estaba recogiendo todo lo que usaba antes de salir. Pero no estás molesta porque no te contacté durante tanto tiempo, ¿o sí? —respondí con una sonrisa pícara.
—¡Oh! ¡Así que si tienes idea de por qué estoy molesta, imbécil…!
—¡Jajaja! Lo siento, lo siento… Pero no podía quedarme atrás, los demás estaban avanzando y quise concentrarme completamente en cómo volverme más fuerte… ¡Ah! ¿Saben qué? Desarrollé una nueva...
—Cállate, idiota... —interrumpió Ylwen. —Vámonos, que nos esperan en el despacho del Maestro Mayor. Sabes que Darel y Yeroy fueron a su despacho antes y luego salieron a una misión, ¿verdad? Parece que tenemos una misión igual de importante...
Con esas palabras, me tomó de la mano y me arrastró hasta el despacho del Maestro Mayor, pero no pude evitar aprovechar la oportunidad. La agarré de la mano con fuerza, entrelazando ligeramente los dedos.
—¡Oye! ¿Qué crees que...? —dijo, ruborizada, con una expresión tierna, pero fue interrumpida por mí.
—¿Acaso te desagrada? Puedo soltarte, y tú también puedes soltarme... —respondí con una sonrisa pícara.
—Oigan… Siento interrumpir su cómodo reencuentro, pero si no paran, Maro podría morir… —dijo Darlon, con una expresión seria.
Al voltear hacia Maro, lo vimos llorar desconsolado.
—¡¿Por qué no me llega una hermosa mujer enamorada de mí también?! —exclamó entre sollozos, con lágrimas que caían como cascadas.
Todos nos reímos con caras incómodas. Maro seguía llorando. ¿Acaso con lo bien parecido que es, no tiene a ninguna mujer hablándole? Creo que es de esos que no se dan cuenta de nada…
Al llegar al despacho y entrar, saludamos al maestro mayor, quien nos dio la bienvenida y preguntó por nuestros sentimientos, dejando ver que la muerte de Kalesh también pudo habernos afectado. El viejo, siempre tan preocupado por los jóvenes…