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El suelo levantaba polvo con cada pisada, y el aire olía a tierra y hierba maltratadas por la batalla. A lo lejos, los árboles crujían bajo golpes que podrían derribarlos, sus hojas agitadas por ráfagas de fuerza invisible. Yo observaba desde una roca, aún aturdido, después de que un hombre apareciera de la nada, dijera unas palabras y me pateara con tal fuerza que terminé casi enterrado en el suelo.
—¿Eso es todo lo que tienen? ¿Con este nivel pensaban matarme a mí? Ilusos… —dijo aquel hombre de cabello largo y rojo. Su cuerpo parecía tallado en piedra, y su barba, del mismo rojo intenso, era fina como seda.
—Tks… S-solo me agarraste con la guardia baja… no volverá a suceder…
Me miraba con intensidad, pero su sonrisa delataba una confianza absoluta, como si jamás hubiera perdido una batalla.
—No entiendes la magnitud del problema de hoy, ¿verdad? Dime, ¿cuál es tu nombre, cretino de la barba llameante? —dije mientras me incorporaba con una mano en el torso.
—Heh, ¿duele tanto? Solo fue una pequeña patada... Aún te falta mucho camino por recorrer, niño —respondió, y su sonrisa comenzó a desvanecerse lentamente.
—¿Por qué tanta arrogancia? Tienes poder y talento, lo admito... esa patada sin que pudiera reaccionar lo prueba. Pero estás subestimando a nuestros clanes, imbécil —dije, frunciendo el ceño.
—¡Bien dicho, mocoso! —tronó una voz imponente. Un hombre cayó del cielo con tal fuerza que el impacto abrió un cráter y levantó una nube de polvo que nubló la visión por un instante.
—Ho... Belquer. Hacía mucho que no te veía —dijo el hombre de la barba llameante con una sonrisa ladeada.
—Y tú sigues siendo igual de imprudente, Dante. Ya veo que sigues causando estragos desde que dejaste tu clan —replicó Belquer.
Me quedé paralizado. La presión asesina entre esos dos se desbordó como una ola. Miré a los lados: no era el único. Todos —aliados y enemigos por igual— apenas podían mantenerse en pie bajo aquella intensidad.
Sin dejar pasar más tiempo, ambos se lanzaron al ataque. La fuerza que liberaban era brutal. Ya veo que el arrogante no era él… era yo. Si ese tipo no llegaba, probablemente nos habrían matado a todos en un abrir y cerrar de ojos.
La batalla que presencié fue épica. Belquer y Dante eran, sin duda, maestros menores por derecho propio. Uno manipulaba la tierra, el otro el fuego; sus técnicas chocaban y se anulaban con igual violencia. Aun así, el terreno sufría por cada paso, por cada impacto.
"No puedo quedarme sentado esperando a que terminen. Debo aprovechar que los enemigos siguen paralizados…" pensé, mientras me forzaba a levantarme, aún sintiendo el cuerpo entumecido.
Me impulsé con la rodilla, luego con la mano. El cuerpo dolía como si me hubiese pasado un carro encima, pero aún podía moverme. A mi alrededor, varios enemigos seguían paralizados, temblando ante la presión que emanaban Belquer y Dante mientras su duelo hacía temblar la tierra.
Era el momento perfecto.
Apreté los dientes y avancé entre los arbustos, acercándome a dos de los soldados enemigos más alejados del epicentro. Uno estaba agachado, jadeando, y el otro tenía la mirada perdida. Con un salto, canalicé Lysae en mis piernas y giré en el aire para caerles encima con una patada doble.
El golpe los hizo chocar contra un tronco. Uno cayó inconsciente. El otro, con suerte, no volvería a levantarse en un buen rato.
Pero justo cuando pensaba seguir con los siguientes, sentí un escalofrío detrás de mí.
—¡Hey, tú! —gritó alguien, y al girar vi a dos figuras que no solo habían resistido la presión… sino que ya estaban corriendo directo hacia mí.
Uno era fornido, con brazos más anchos que mi torso y una armadura de placas negra agrietada. El otro era más ágil, más bajo, y portaba dos cuchillas curvas que giraban entre sus dedos como si fueran parte de su cuerpo.
Me puse en guardia. El corazón me retumbaba en los oídos.
—¿Creías que estaríamos tan asustados como los demás? —rugió el grandulón, y al instante se abalanzó.
Tuve apenas un segundo para esquivarlo, sintiendo el viento cortado por su puño. Pero no había terminado. El rápido ya estaba encima de mí, y sus cuchillas trazaban arcos mortales en dirección a mi cuello.
“¡Mierda… son buenos!”
Logré cubrirme con el antebrazo recubierto de Lysae, pero el impacto me arrastró hacia atrás varios metros.
Caí, rodé, y frené con los talones clavados en la tierra. El pecho me ardía. Ya no era solo una cuestión de aprovechar la oportunidad… ahora tenía que sobrevivir.
Entonces, por encima de un árbol detrás de ambos, vi a Darkel, quien ya se preparaba para lanzarse sobre el grandulón. Al notar sus intenciones, reforcé mi cuerpo con tres capas de Lysae Sout y desenvainé mi espada de un tirón. El chirrido metálico al salir de la vaina fue la señal: los enemigos se movieron de inmediato.
Darkel cayó como un rayo, impulsándose con ambos pies para dar una patada doble en la espalda del gigante. El impacto fue tan brutal que el tipo salió rodando como un saco sin control, chocando contra un árbol con tal fuerza que quedó inconsciente al instante.
Pero yo no tenía tiempo para celebrar.
El delgado, el de las cuchillas, ya estaba frente a mí.
Sus armas no brillaban con fuego, pero de las puntas salía un humo denso y oscuro, como si estuvieran ardiendo por dentro. No hacía falta tocarlas para saber que ese humo quemaría como brasas vivas.
—¿Impresionado? —sonrió con descaro, girando las cuchillas entre sus dedos—. Esto no es Lysae común, mocoso.
Me lancé hacia él sin responder.
Chocamos en medio de una lluvia de movimientos rápidos. Cada corte suyo era letal, preciso, y sus cuchillas dejaban una estela de humo que quemaba el aire. Una rozó mi hombro y el dolor fue inmediato. No era fuego visible, pero la carne se calentó y la tela se desintegró como si la hubiesen planchado con lava.