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El terror invadió el rostro de todos en el campo de batalla. Quienquiera que emergiera de aquella cortina de polvo, significaría la inevitable aniquilación para cualquiera de los dos bandos. Mi cuerpo entero, desde la punta de los pies hasta la última hebra de cabello, temblaba incontrolablemente. ¿Quién podría culparme? Presenciar una batalla de tal magnitud y que tu propia muerte sea dictada por la victoria o derrota de alguien completamente ajeno a ti, era simplemente inimaginable.
—¿Q-qué hacemos, Flumir? —balbuceó Darkel a mi lado, con una expresión de terror grabada en su rostro.
—¡Yo qué sé! Si estás pensando en si debemos pelear después de ver eso, creo que tu cerebro no está captando la situación... —respondí, con la voz quebrada por la tensión.
Ver aquella imagen me arrastró mentalmente de vuelta a la batalla donde Aderas y el Maestro Kerl habían estado destrozándolo todo, mientras nosotros nos enfrentábamos a la muerte cara a cara. Parece que la misma Muerte siempre tiene una mano reposando sobre mi hombro.
Al voltear, pude ver a mis compañeros paralizados, y tomé una decisión al instante: ¡debía sacarlos a todos de ahí rápido!
—Darkel, no podemos perder el tiempo. Aunque el miedo tenga tus pantalones llenos de mierda, ¡debemos salir de aquí ya! —dije frunciendo el ceño mientras apretaba los dientes.
—Tienes razón, vamos a… —Pero una voz lo interrumpió, apareciendo a su lado al instante.
—¿Por qué quieren irse ya? ¿Ya se acabó el pequeño juego entre ustedes, y ahora quieren huir porque su patética salvación se fue al caño? —le susurró Dante al oído, posando una mano en el hombro de Darkel.
Al instante, Darkel se prendió en llamas por completo, soltando un grito potente y una onda que se expandía por el campo en forma de calor y ráfagas de fuego.
En un instante, todo comenzó a arder con intensidad, y sus compañeros actuaron como si ya estuvieran acostumbrados a las explosiones de Darkel. Con agilidad, tres miembros del estilo del agua del clan Falhmer extendieron una ola de agua por el lugar y con la misma fluidez formaron una capa alrededor de Darkel con firmeza. Pero… Dante aún estaba a su lado, sujetándolo por el hombro… y como yo estaba cerca, pude ver de primera mano que su explosión parecía haber sido provocada por cómo apretó y le dislocó el hombro con pura fuerza… Mi Semillum se paralizó, mi cara se puso blanca y mi rostro dejó de esconder el terror que yacía en lo más profundo de mi ser.
Con un leve movimiento, Dante deshizo el manto de los compañeros de Darkel y, con su rostro ahora dirigido hacia mí, pude ver cómo se divertía con nosotros. Estaba sonriendo macabramente y su semblante parecía oscurecerse mientras me miraba directamente.
“Diablos, solo sobreviví a cinco Urvargs para morir a manos de alguien que disfruta más la masacre que ellos”, pensé mientras cerré los ojos.
Cinco segundos.
Nada. Ni un paso. Ni un quejido.
Cuando los abrí, dejé escapar un grito:
—¡BUH! —susurró Dante, a centímetros de mi rostro.
El aliento ardiente de Dante rozó mi piel, y por un momento, me vi reflejado en sus ojos, dos orbes de pura diversión. Justo cuando pensé que mi Semillum no podía latir más rápido, un grito desgarrador resonó a mi izquierda.
—¡Muérete, monstruo! —Era Kaio, uno de los reclutas de Darkel, que había estado a su lado desde la academia. Con los ojos inyectados en Lysae, se lanzó hacia Dante, con una daga improvisada brillando en su mano, como si su diminuta furia pudiera hacerle frente a un Maestro.
Dante ni siquiera se inmutó. Su sonrisa no vaciló. Un simple parpadeo, un destello fugaz de su Lysae de fuego, y el grito de Kaio se ahogó en un gemido carbonizado. Su cuerpo, antes lleno de vida y furia, se convirtió en una pila de cenizas humeantes antes de tocar el suelo. El olor a carne quemada, dulce y nauseabundo, llenó el aire.
Mis compañeros gritaron de horror, algunos se llevaron las manos a la boca, otros se desplomaron. Pero yo… yo no pude. Solo pude mirar las cenizas, luego a Dante, luego a mis propias manos, temblorosas. Ese fue el momento en que comprendí la verdadera escala de lo que significaba la palabra "Maestro". No eran solo poderosos; eran depredadores absolutos, y nosotros, simples presas.
Dante se volvió hacia mí, su sonrisa aún más ancha, su mirada penetrante.
—Tu lección ha comenzado, Flumir Aerufil Valeryon. Este lugar es demasiado pequeño para lo que sigue.
Sentí una presión familiar crecer tras de mí… no era miedo, era… esperanza. Levanté una mano, y las líneas de energía carmesí que habíamos discutido, ahora no formadas por rocas sino por pura Lysae de fuego, comenzaron a brotar del suelo a nuestro alrededor, ascendiendo y cerrándose como las paredes de una prisión infernal. El aire a mi alrededor se distorsionó, y el campo de batalla, con los gritos lejanos y las cenizas de Kaio, comenzó a desvanecerse.
Entonces, me lancé sin esperar su aprobación. Fui con gran velocidad; mi práctica no fue en vano. Aprendí técnicas únicas del clan y de la Casa del Viento que me ayudarán a ser un mejor atacante. Matar sigilosamente nunca fue mi estilo, pero explotar como una bomba en la cara de alguien sí me motiva.
Bajé mi centro de gravedad y corrí a una alta velocidad, usando el viento a mi favor. Dante rápidamente empleó su poder elemental para tratar de igualar mi velocidad, ¡iluso! Lo aterrador de la Casa del Viento es desaparecer de los ojos del enemigo a toda costa. Entonces, con una mano, hice un gesto como si jalara una cuerda con las manos abiertas, y un torrente de viento comenzó a soplar en nuestra dirección.
Él, al ver mi acción, saltó y se puso de costado, lanzando una patada llameante. Pero cuando creyó alcanzar mi cuerpo, este se desvaneció ante sus ojos. “¡La técnica Ilusión del Viento fue un éxito!” pensé con una chispa de triunfo. Entonces, desde arriba de él, lancé un tajo con mi espada imbuida de mi Lysae. El cristal de jade absorbía mi energía y la canalizaba en la espada, iluminándola de un color verde y haciéndola mortalmente afilada, un símbolo de la promesa de la Casa del Viento que aún no he cumplido.