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La vista dentro del túnel era sobrecogedora. Rocas incrustadas en las paredes emitían una luz suave y natural, como si el lugar respirara magia.
—Según nuestros maestros, este túnel fue construido por maestros del elemento tierra excepcionales —nos explicó Merto, un guardia que nos ha acompañado desde que dejamos la estación de vigilancia—. Mezclaron el Lysae con la energía natural del entorno, y con los siglos, surgieron estas luces. Una combinación perfecta de ambas energías.
Era un tipo agradable, con una voz tranquila que inspiraba confianza. Me pregunté si todos en Shunkoku serían así.
—Imagino que son valiosas, ¿no? —pregunté, alzando una ceja mientras observaba el entorno.
—Lo son, por su valor cultural. Pero no tienen ninguna función práctica. Si intentas cortarlas, la magia se libera o se pierde, así que este es el único lugar donde realmente cumplen su propósito —respondió Merto.
—Hubiese sido interesante que albergaran magia. Los usos podrían ser fantásticos —añadió Aethen. Sus ojos parecían brillar, aunque su rostro seguía inmutable, como siempre.
—Ciertamente. Pero ya existen piedras de Lysae que nacen dentro de monstruos. Un equipo alquimista ha estado investigándolas, y sus aplicaciones han mejorado la calidad de vida en todo Shunkoku. Ustedes también deberían conocer algo de eso, ¿no? —dijo el guardia, lanzando una mirada de reojo.
—¿Hablas de las herramientas que crean agua, o las que calientan y alumbran las calles? ¿Hay más usos aparte de esos? —preguntó Aethen, interesado.
—Oye… ¿por qué haces tantas preguntas? ¿Quieres trabajar en Shunkoku como alquimista? —dije con una mirada de sospecha.
Él me sostuvo la mirada por un segundo, luego simplemente se giró hacia el guardia, esperando que respondiera.
—Yeroy tiene razón. Por más que quieras preguntar, recuerda que él es solo un guardia. Nos da información sobre lo que hay aquí, no sobre lo que está más allá. Ya tendrás tiempo de preguntar cuando lleguemos a la ciudad —intervino Darel, en tono sereno.
—¿Y a ti quién te pidió tu opinión? —dijo Aethen sin cambiar el tono.
—Oye, ¿qué te pasa, imbécil?
En ese momento, alguien me tomó del brazo y me jaló hacia atrás.
—¿Qué te pasa a ti, Yeroy? Estás agresivo también. Debes calmarte —dijo Keia, frunciendo el ceño.
—Tú también, Aethen. Esa no es forma de tratar a una persona, y mucho menos a un mayor —añadió, girando la cabeza hacia él.
—Lo siento… —murmuró Aethen, con una nota de culpa en la voz.
—Hmm —resoplé, cruzando los brazos y apartando la mirada.
Fue bueno que ella interviniera, pero… ¿qué le pasa a Aethen? ¿Por qué está tan molesto desde que llegamos?
—Bien, chicos —dijo Kerl, posando una mano sobre la cabeza de Aethen y la otra sobre la mía, mientras nos despeinaba con suavidad—. Son compañeros, no enemigos. Y Aethen parece tener una pequeña fluctuación en su Lysae. Será mejor que descansemos un poco. ¿Eso sería un problema, Merto?
—No, claro que no. Tus muchachos sí que son enérgicos, ¿eh? —respondió Merto con una pequeña sonrisa.
Nos detuvimos un momento después de las palabras de Merto. Ahora que prestaba más atención, el aire era pesado y húmedo, y una sensación de frío persistente recorría el túnel. Aethen se veía extraño… y pensándolo bien, su actitud también lo era. Nunca lo había visto comportarse así. Me acerqué con cautela.
—Oye… siento lo de hace rato. Quería preguntarte si estás bien. Te noto… raro —le dije.
—Sinceramente, no me siento bien —respondió Aethen, llevándose una mano a la frente—. Me siento alterado, y desde que entramos, esas piedras se ven distorsionadas ante mis ojos.
—¿Distorsionadas? Yo no veo nada raro… —murmuré, pero al fijarme mejor, noté algo inquietante: las luces parecían inclinarse hacia Aethen, como si lo estuvieran observando.
—Es mejor seguir —dijo, con voz cansada—. No creo que descansar aquí me ayude.
—Tienes razón, sigamos —intervino Kerl, sujetándolo del hombro con cuidado para evitar que tropezara.
Nos tomó un buen rato, pero finalmente salimos del túnel. Y al asomar la cabeza al exterior, un hermoso lago rodeado de árboles nos dio la bienvenida. Era absolutamente espectacular.
—¡Woah! Ese lago sí que es enorme. Y hay un pueblo justo al lado… ¿es ahí donde vamos? —pregunté con asombro.
—Sí, ese es el lago Takeuri —dijo Merto—. Es una de las fuentes vitales de esta provincia. Varios ríos desembocan en él, y uno incluso llega desde el mar. El agua se canaliza hacia los cultivos de la región. Es esencial para todo Shunkoku.
Mientras caminábamos hacia el pueblo, todo se sentía… diferente. Aunque solo nos separaban unas montañas, el paisaje parecía de otro mundo. En Valeria, los árboles eran verdes y rojizos. Aquí, en cambio, eran amarillos, morados, rosas. Apenas había vegetación verde, salvo por los matorrales y la hierba.
—¿Todos los árboles son así, señor Merto? —pregunté con curiosidad.
—No todos. Este es uno de los lugares más especiales del país —explicó—. Algunos de estos árboles crecen también en Hangyul y en el condado de Takedoshi. Pero que todos estén reunidos aquí… solo ocurre en esta zona.
—¿Cómo es posible eso? ¿Por qué están todos aquí? —pregunté, intrigado.
—Eso es por un fenómeno que ocurre cada seis años, durante la primavera —respondió Merto—. Los vientos soplan con fuerza por todo el país y terminan chocando contra esta cordillera. Y cuando lo hacen, las semillas de todos los árboles de Shunkoku se arremolinan en el aire, mezclándose con el Lysae liberado por la tierra al chocar las masas de viento. Esa mezcla mágica es la que los transporta hasta este lugar, y también hasta Takedoshi, donde la energía de la tierra es más sutil, pero igualmente receptiva.
Justo al terminar de hablar, una suave brisa se levantó de la nada. No era fría, como la del túnel, sino cálida y perfumada. El aire vibraba con una energía sutil, y el sol pareció brillar con más intensidad, como si respondiera a esa brisa.