Eclipse Ascendente

Episodio 19: El corazón de una madre


En el momento en que escuché que nos enfrentaríamos a un dragón, pensé: “Todos deben estar fuera de sus cabales. ¿Cómo unos jóvenes sin mucha experiencia van a enfrentarse a un dragón?”
Pero la realidad superó mis expectativas.

Había escuchado cómo los dragones de tierra eran responsables de la devastación de aldeas y pueblos enteros con su poderío, y mi mente se nubló de pesimismo. “¿Realmente estaremos bien?”, pensaba constantemente.

Pero Kerl... Ese hombre imponente nunca dejaba que su vista se nublara. Su confianza era inmensa. Jamás dudé mientras veía su rostro.
Eso es lo más confuso para mí: sentir certeza solo con mirar a alguien.

En cuanto mi ataque atravesó al dragón por la boca, sentí un gran alivio.
Lo logramos. Realmente lo vencimos.

Ese Terimaru… es un genio. Supo analizar la situación y proponer un plan en apenas segundos.

—Debemos asegurarnos de que esté muerto —lo escuché decir.

Y en cuanto saltó para hacerlo, se detuvo en seco, sorprendido.

—¿Pero qué mierda...? —dijo.

—¿Qué sucede, Terimaru? —preguntó Kerl mientras saltaba rápidamente hacia él.

Al ver su reacción, todos —excepto Keia, que corrió a socorrer a Darel y Yeroy, heridos en el suelo— nos apresuramos a subir a la roca.

La vista era impactante. Había al menos veinte crías de dragón, agrupadas en un nido improvisado.
Estaban anidando aquí…
Y eso lo explicaba todo.
Por eso pudimos vencer a ese dragón.
Por eso no arrasó pueblos ni esparció su furia por el valle, como en las historias.

Solo estaba protegiendo su hogar.

—Maestro, ¿qué debemos hacer en esta situación? —pregunté, dirigiendo mi mirada al maestro Kerl.

—Solo hay una cosa por hacer. No podemos dejar a estas crías aquí, y no tenemos tiempo de llevarlas a otro sitio, mucho menos sin su madre… Son realmente peligrosas. Y además, hay demasiadas —respondió Kerl, con una mirada cargada de pesar.

—Podemos hacer que mi abuelo se encargue de ellas. Por suerte, son lo bastante pequeñas como para que sea posible sacarlas de aquí sin mucho riesgo —sugirió Terimaru.

—¿Pero podemos confiar en que harán algo al respecto? Creo que… —empecé a decir, pero el maestro me interrumpió bruscamente.

—No hay necesidad de preocuparse por eso. El cuerpo del dragón de tierra y su Lysae son esenciales para muchos artilugios. Y algunos de sus órganos se usan como base para medicina —explicó Kerl con tono firme—. Creo que lo mejor es dejar que ellos decidan qué hacer. Nuestro trabajo era encargarnos de esto… y marcharnos.

Hizo una breve pausa, y luego murmuró, casi como si le hablara a sí mismo:

—Debemos atender rápido a esos dos que se lanzaron como idiotas a recibir un daño severo.

Después de escuchar al maestro, decidimos marcharnos. Pero justo cuando iba a darme la vuelta, vi algo en un rincón...
Un huevo negro, con pequeñas manchas doradas.

Miré hacia los demás. Todos estaban concentrados ayudando a Darel y Yeroy. Aproveché el momento: me acerqué rápidamente, lo recogí con cuidado y lo metí en mi bolso.

—¿Uhm? ¿Qué haces, Aethen? Vamos, hay que irnos —dijo Keia al girarse.
—¡Voy! Estaba... viendo algo —respondí mientras me levantaba y corría hacia ellos.

No sabía por qué lo hice. Solo… sentí que no debía dejarlo ahí. Como si algo dentro de mí supiera que ese huevo era importante. O peligroso. O ambas cosas.

Al llegar a la posada donde nos alojábamos, todo se volvió un caos gracias a Yeroy y Darel, quienes estaban gravemente heridos. Llamaron a uno de los mejores médicos de la zona, alguien a quien Terimaru había recomendado con gran entusiasmo.

—Ya verán, es un excelente curandero. ¡Mañana podremos partir sin problemas! —decía, elogiándolo sin parar.
—Claro… Esperemos que no estés hablando como un fanfarrón que solo quiere presumir su país —respondí con una expresión indiferente.

—¿Cómo dices? ¿Acaso tengo cara de querer fanfarronear? —dijo Terimaru, visiblemente molesto.

Parece que realmente le tenía mucha confianza a ese curandero.

—Hola, soy Yuishida Hen. Un placer estar con todos ustedes —dijo un hombre algo más bajo que yo.

—¡Amikenirui-sha! Es un honor que pueda ayudarnos con nuestros amigos. Con usted será más rápido retomar nuestro destino original —dijo Terimaru, con un brillo genuino en los ojos.

Este hombre… No parece tener cualidades extraordinarias, aunque sí se ve bastante amable. Pero no debo juzgarlo por su porte… podría sorprenderme.

—Cuánto tiempo, Kerl. Veo que sigues fornido, y con esa cara de quien quiere dominar las artes del fuego primordial —dijo Yuishida, con una sonrisa un tanto siniestra.

—Hace bastante que dejé ese sueño atrás, por otro más… evocador —respondió Kerl en un tono suave. ¿Sereno? ¿Sin una pizca de arrogancia?

Kerl apenas sonrió… pero por un instante, sus ojos parecieron recordar algo. O a alguien.

¿Acaso… me estoy perdiendo de algo aquí?

—Cuánto tiempo sin ver tu cara. Parece que no quisiste volver después de aquello, ¿verdad? —dijo el señor.

—Disculpe si interrumpo su cálido reencuentro, señor Yuishida. Pero nuestros amigos lo están esperando… —dije, con una mirada fría.

Él me devolvió la mirada, también algo fría... pero luego sonrió.

—Tienes razón, pequeño. Aunque siento una gran energía ahí arriba. Alguien debe estar esforzándose por dar primeros auxilios… o tal vez curando por completo a tus amigos —respondió con una pequeña sonrisa, los ojos entrecerrados.

—Vamos arriba, señor Yuishida —dijo una mujer, indicándole el camino con las manos en el idioma de este país, y yo sin entender ni una sola palabra de lo que decía.

—Maestro… ¿Quién es ese bastardo de cara siniestra? —le susurré.

—Un conocido. Y viejo rival… —respondió.

Su expresión cambió por un instante. Pero al llegar a la habitación, su actitud volvió a ser la de siempre.



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En el texto hay: violencia, escenas sensibles, lenguaje fuerte

Editado: 22.06.2025

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