Eclipse

Luna dorada

El trayecto se le hizo muchísimo menos engorroso gracias a su conocimiento previo del camino, y también al cambio de vestimenta. Atravesar setos y arbustos es más sencillo cuando la cola del vestido no se atora con cada rama.

Cuando Ánika llegó a la linde del bosque que separaba su reino de las tierras prohibidas volvió a sentir esa sensación de calidez en su piel, con la que tanto había soñado esas últimas noches, como si estuviera de pie ante un mundo completamente diferente. Colores y sonidos se dispersaban a su alrededor. Todo estaba tan vivo.

De pie junto al roble de la última vez, observó con calma el prado. No lograba ver a nadie en los alrededores. Avanzó con lentitud hacia adelante, con una mano aún apoyada en el tronco del árbol, brindándole una sensación de firmeza. Se detuvo justo donde la sombra que creaban las hojas se encontraba con las crecientes briznas de hierba verde, brillando bajo la luz. Era una línea perfecta. El lugar exacto donde colindaban ambos mundos. La noche y el día.

Con algo de miedo se quitó una zapatilla y apoyó el pie sobre el césped debajo de ella, sintió un cosquilleo que la hizo retirarlo nuevamente. ¿Por qué estaba prohibido venir aquí? En su mente no hallaba una razón para privar a alguien de tanta belleza. En comparación, el reino que divisaba desde su pequeña habitación en el palacio le parecía demasiado apagado y descolorido, como si alguien hubiera decidido separar a consciencia la luz y la oscuridad, creando dos lugares opuestos entre sí.

La luna dorada que relucía en el cielo hacía que el campo adquiriera un resplandor único. Ánika nunca había visto esa luna, nunca había sentido su luz en la piel. Quería hacerlo. Extendió una mano con lentitud, dejándola tantear el mundo que se extendía frente a ella. Una oleada de calor abrasador le recorrió los dedos cuando estos salieron de la sombra del árbol. El calor ardiente se sentía como fuego sobre su extremidad y Ánika no pudo contener un grito de sufrimiento. Retiró su mano con rapidez y se agazapó bajo la sombra del roble. Se examinó y observó aterrada como la piel que había sido expuesta, normalmente de un pálido fantasmal, adoptaba un tono rojizo que aumentaba en intensidad. Unas lágrimas de dolor le surcaron las mejillas y tembló. Estaba horrorizada.

Nunca había escuchado sobre una luna que quemara. La luminiscencia de los astros siempre era fría y benevolente. ¿Por qué la había lastimado la luna dorada? ¿Era por eso que estaba prohibido ir a ese lugar?

Conteniendo el llanto y soportando el malestar que le provocaba la quemadura, Ánika se marchó de allí tan rápido como sus piernas, que aún temblaban por la impresión, le permitieron. Quizás la luna roja finalmente la había maldecido por su constante desacato.



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Editado: 13.11.2025

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