Eclipse de Corazones

Capítulo 9: El castillo bajo la niebla

El amanecer trajo una luz grisácea que apenas rozaba las cumbres de Lunara, como si el sol temiera mirar lo que yacía debajo. La niebla negra cubría el valle como un sudario, enredándose entre los árboles marchitos y las rocas desnudas que flanqueaban el camino al castillo. Arion y Elara avanzaban en silencio, con sus pasos resonando sobre un sendero de piedra cubierto de hojas plateadas podridas. El aire olía a ceniza y humedad, un recordatorio constante de la maldición que devoraba el reino. La daga del pacto, guardada en el cinturón de Elara, vibraba con un pulso tenue, como si sintiera la cercanía de su origen.

Elara iba delante, con su capa gris manchada de barro y los ojos fijos en las torres del castillo, que emergían entre la bruma como fantasmas de roca. Cada árbol muerto, cada rama quebrada, era un eco de su visión: Lunara cayendo en la oscuridad. Pero ahora no estaba sola, y eso la confundía. Arion, a su espalda, era más que el príncipe arrogante que había imaginado; su fuerza, su calma bajo presión, la anclaban de un modo que no esperaba.

Arion ajustó el arco al hombro, sus ojos dorados escudriñaban la niebla. El paisaje de Lunara lo impresionaba y lo inquietaba: los bosques plateados, incluso marchitos, tenían una belleza austera que Solara no conocía. Pero su mente volvía a Elara. La forma en que lideraba, su determinación silenciosa, lo hacía cuestionar todo lo que había asumido sobre ella. “No puedo confiar en ella”, pensó, pero el eco de su propia voz sonaba hueco tras cada batalla compartida.

El castillo apareció ante ellos al doblar un recodo, sus muros de piedra gris se alzaban como un gigante herido. Las enredaderas que una vez lo adornaron colgaban secas, y las ventanas estaban oscuras, salvo por el brillo débil de antorchas en la torre más alta. La puerta principal, tallada con lunas crecientes, estaba entreabierta, un invitado no deseado que el viento hacía gemir.

—Hogar —murmuró Elara, con voz tensa—. O lo que queda de él.

Arion se acercó, su mano rozaba la espada.

—No parece acogedor —dijo—. ¿Esperas una bienvenida cálida?

Ella miró su chispa de sarcasmo en sus ojos dorados.

—No después de huir —respondió—. Pero no vine por abrazos.

Cruzaron el umbral, el eco de sus botas resonaba en el patio vacío. El suelo estaba cubierto de polvo y hojas secas, y las estatuas de antiguos reyes de Lunara los miraban con rostros erosionados. Un guardia salió de las sombras, con su armadura opaca y el rostro demacrado, alzando una lanza con manos temblorosas.

—¿Quiénes sois? —gruñó con voz áspera por el cansancio.

—Elara, hija de Darian y Lysa —respondió ella, enderezándose—. Y él es... un aliado.

El guardia bajó la lanza, sus ojos se abrieron con alivio.

—Princesa —dijo, inclinándose torpemente—. Os creíamos perdida. Seguidme.

Los llevó al salón del trono, un espacio cavernoso donde las antorchas apenas iluminaban los tapices descoloridos de lunas y bosques. Darian y Lysa estaban allí, de pie junto al trono de piedra, con sus figuras envueltas en capas oscuras. Darian, con su cabello gris y su postura rígida, parecía más viejo de lo que Elara recordaba. Lysa, a su lado, tenía los ojos hundidos pero brillantes, su mano apretaba un pañuelo.

—Elara —dijo Lysa, dando un paso adelante, con su voz temblando—. ¿Dónde estabas?

—Huyendo —respondió ella, enfrentando sus miradas—. De vosotros, del pacto, de todo esto.

Darian frunció el ceño, cruzando los brazos.

—Y trajiste a un extraño —dijo, mirando a Arion—. ¿Quién eres?

Arion dio un paso al frente, con barbilla alta a pesar del nudo en su estómago.

—Arion de Solara —respondió—. Hijo de la Reina Avira. No estoy aquí por elección, sino por necesidad.

Lysa palideció, y Darian dio un paso hacia él, con su mano cerca de la espada en su cinto.

—El príncipe del pacto —murmuró—. ¿Qué haces con mi hija?

—Luchando por sobrevivir —replicó Arion—. Sombras nos persiguen, y Lunara se desmorona. No vine a reclamar nada.

Elara alzó una mano, cortando la tensión.

—No es momento de pelear entre nosotros —dijo—. Mirad a vuestro alrededor. Esto es obra de Umbría y lo sabemos.

Lysa se acercó, tocando el brazo de Elara con dedos temblorosos.

—La niebla llegó hace días —explicó—. Los árboles mueren, la gente enferma. Los sabios dicen que es una maldición, pero no sabemos cómo detenerla.

Arion sacó el anillo de Umbría que habían encontrado, mostrándolo a Darian.

—Tharok está detrás —dijo—. Sus espías dejaron esto. Nos quiere fuera del camino.

Darian tomó el anillo, sus nudillos blanqueándose al apretarlo.

—Ese perro no descansará hasta vernos en cenizas —gruñó—. Pero ¿por qué ahora?

—Porque estamos unidos —respondió Elara, sacando la daga del pacto—. Esto nos salvó de sus sombras. El eclipse, el juramento... todo está conectado.

Lysa miró la daga, los pétalos y el sol brillando bajo la luz de las antorchas.

—El oráculo lo predijo —susurró la reina—. Una sombra los acecha, pero su unión será su escudo.




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