La noche envolvía el palacio de Solara, las torres blancas brillando bajo una luna menguante que apenas cortaba la oscuridad. El patio aún olía a humo y sangre negra, los restos de la batalla estaban esparcidos como cicatrices en la piedra.
Arion y Elara estaban en el salón del trono, rodeados por Avira y un puñado de capitanes, sus armaduras polvorientas reflejaban la luz de los candelabros. Mapas de pergamino cubrían la mesa central, marcados con líneas que trazaban las fronteras de Solara, Lunara y Umbría. La daga del pacto reposaba entre ellos, con un brillo tenue, pulsando como un faro en la penumbra.
Avira golpeó el mapa con un dedo, su voz firme cortó el murmullo de los capitanes.
—Umbría no se detendrá —dijo—. Esta noche fue una advertencia. Tharok quiere nuestros reinos en cenizas.
Arion se inclinó sobre el mapa, sus ojos dorados seguían las rutas desde el norte.
—Las sombras vienen de allí —respondió, señalando las montañas que separaban Umbría de Lunara—. Si golpeamos primero, podríamos cortar su fuente.
Elara cruzó los brazos, su mechón plateado brillaba bajo las antorchas.
—No es solo fuerza —dijo—. Es una maldición. Necesitamos saber cómo la generan.
Un capitán joven, de rostro pecoso y cabello rojo, alzó la voz.
—Toren, su Majestad —se presentó, inclinándose hacia Elara—. Los aldeanos hablan de un hechicero, que vive en las minas de Umbría. Lo llaman Malakar.
Arion sonrió al verlo, golpeándole el hombro con camaradería.
—Toren, viejo torpe —dijo—. Me alegra que sigas vivo.
Toren rio, pero su expresión se endureció.
—No por mucho, si no actuamos rápido —respondió—. Ese Malakar es el cerebro detrás de las sombras.
Avira frunció el ceño, con su mirada fija en la daga.
—El oráculo habló de una sombra que los acecha —dijo—. Pero también de una unión que la vencería. Esto no es casualidad.
Elara tomó la daga, girándola en sus manos. Los pétalos plateados y el sol dorado parecían más vivos, como si absorbieran la urgencia del momento.
—Nos ha salvado antes —admitió—. Pero no sabemos cómo controlarlo.
Arion se acercó, su hombro rozaba el de ella sin querer.
—Funciona cuando la usamos juntos —dijo con orgullo—. Tal vez sea más que un arma.
Un silencio pesado llenó el salón, y los capitanes intercambiaban miradas. Avira rompió la quietud, con su tono suave.
—Están ligados por el eclipse —dijo—. Lo supe cuando los vi luchar. Pero ¿están dispuestos a aceptarlo?
Elara tensó la mandíbula, sus ojos grises encontraron los de Arion.
—No se trata de quererlo —respondió—. Se trata de necesitarlo. Por ahora.
Arion asintió, con un destello cálido en su mirada.
—Por ahora —repitió Arion, su voz firme y cargada de autoridad—. Pero primero, necesitamos un plan. Un plan que no solo nos lleve a la victoria, sino que la asegure con la menor pérdida posible.
Durante horas, el príncipe, con la mente afilada de un estratega nato, estudió el mapa de Umbría con meticulosa precisión. Cada colina, cada río y cada sendero oculto fueron analizados como piezas clave, en un tablero de guerra. Su propuesta fue audaz:
—Haremos un ataque directo a las minas de Umbría, utilizando la luz de la daga como guía y arma contra las sombras —era un movimiento calculado que requería valentía y sincronización perfecta—. Primero debemos enfrentarnos a Malakar y luego derrotar a Tharok, en una estrategia que divida las fuerzas enemigas.
Apoyándose en sus valientes capitanes, los ejércitos de Solara y Lunara formarían una barrera inquebrantable en las fronteras, protegiendo a los más vulnerables de los reinos.
Mientras depuraban el plan, Avira envió un mensajero a Lysa para solicitar refuerzos, transmitiendo la urgencia de la situación. Debían actuar con celeridad, antes de que la maldición, envolviera los reinos en una oscuridad eterna.
Arion, con la mirada fija en el horizonte y el peso del destino sobre sus hombros, sabía que el tiempo apremiaba. Pero su determinación era inquebrantable; lideraría a sus hombres hacia la victoria, sin importar los sacrificios necesarios, para proteger lo que amaba.
Al alba, el salón se vació, los capitanes partieron a preparar sus ctropas. Arion y Elara quedaron solos con Avira, con el cansancio pesando en sus hombros. La reina se acercó, tocando el brazo de su hijo.
—Estoy orgullosa de ti —dijo, con voz más suave de lo habitual—. Pero ten cuidado. Tharok no juega limpio.
Arion sonrió, cubriendo su mano con la suya.
—No te preocupes, madre —respondió—. He aprendido a no subestimar a nadie.
Avira miró a Elara, con una chispa de respeto en sus ojos.
—Y tú, princesa —dijo—. Eres más de lo que esperaba. Cuida de él.
Elara inclinó la cabeza, asintiendo.
—Lo haré —respondió—. Por nuestros reinos.
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Editado: 20.03.2025