Cada paso que nos acercamos se siente la pesadez del lugar, la incertidumbre de llegar a casa ahora mismo comienza a acecharme y por un momento tengo la idea de no llegar hasta que Dulce se duerma, aunque seguramente ella esperaría despierta hasta que pise su casa, no descansará hasta verme frente a frente y luego...
Dios, todo esto es terrible.
––Hey–– la voz de Sam me trae a la realidad, me mira con cierta burla y me pregunto si me veo fatídica o graciosa–– ¿Te encuentras bien?
––¿Porqué lo dices?
––Desde que salimos de casa no has dejado de mirar a todos los lados, pareces perdida en tus pensamientos.
Le doy una sonrisa llena de pena.
––Lo lamento, solo...
––Te preocupa tu abuela ¿No es así?–– asiento confundida por su acierto––. Nath me hablo que tan serias son con las reglas en casa, por lo que hablaré con ella para que estés más tranquila.
––¡No!–– exclamo––. Que diga, no es necesario.
Frunce su ceño desconcertado por mi inesperada reacción, no lo culpo, la mayoría suele sorprenderse por las reglas que acato en casa y la insistente necesidad de seguirlas.
––Nath me lo pidió, yo acepté.–– dice determinante––. Por lo que hablaré con Dulce.
Me interpongo en su camino en cuanto termina la oración, no sé cuánto tiempo valioso este perdiendo en este momento pero pretendo borrar esa idea de su mente. Ellos no conocen a mi abuela, en absoluto, entrar con un chico a casa solo atraera mentiras y problemas.
––De verdad no es necesario.–– insisto––. Yo me haré cargo.
––Marie, creo que te cuesta entender que no es una petición.–– intenta pasar por mi lado e imito su movimiento––. No cambiaré de opinión si es lo que quieres.
––He lidiado antes con castigos mayores, te aseguro que podré con este.
––No me dejarás pasar ¿Verdad?
––No.
––De acuerdo.–– antes de que pueda reaccionar se inclina y toma mis piernas cargandome sobre su hombro, gimoteo impresionada por osadía mientras el camina sin ninguna repercusión, es entonces que un escalofrío recorre mi cuerpo entero y esa sensación florece por mi piel.
––¡Bájame! ¡Bájame!
Pero aún así ante mis súplicas me ignora rotundamente, por lo que tuve que esperar unos segundos hasta que escuche su voz.
––Marie.
Cierro los ojos resignada, los hombros de Sam se tensan por completo e inmediatamente me baja. Con el corazón en la garganta giro hacía mi abuela Dulce quien nos mira alternamente a ambos, intento hablar pero Sam carraspea su garganta obteniendo la atención de ambas.
––Señora Dulce, un placer conocerla.–– estira su mano hacia ella pero mi abuela solo lo ve y él retira su mano––. Íbamos rumbo a su casa pero...
––¿Quién eres tú y porqué llevas a mi nieta como una mujerzuela?
Mis mejillas se calientan ante sus palabras.
––¿Disculpe?
––Creo que me escuchaste bien, jovencito.
––Abuela...–– trato de llamar su atención pero ella está sumamente interesada en cabar un agujero en la cabeza de Sam.
––Marie, vámonos. Hablaremos muy serio tú y yo.
Le sonrío tímidamente a Sam, no puedo con la vergüenza, y camino al costado de mi abuela bajo el sepulcral silencio de la noche.
Tal vez él consideraba que Dulce sería tal como su nombre, aunque ha demostrado ser todo lo contrario. Mi abuela es una de las personas más conservadoras que he conocido, aún en pleno siglo en el que vivimos, y a pesar de que he intentado lidiar con esas ideas siempre obtengo un rotundo rechazo. No puedo hacer nada al respecto, es la única persona con la que me crié y la única familia que tengo.
Así son las cosas, aunque desearía que fueran diferentes.
~∆~∆~
La soledad del aula me reconforta cuando entro a ella, son quince minutos de soledad los que me hacen respirar como yo quiera, ser lo que yo quiera, actuar como yo quiera, ser como en realidad soy. Supongo que es parte de actuar adecuadamente, es agotador fingir ante los demás lo que no somos o lo que no queremos ser, pero cuando tienes a alguien como mi abuela te metes tantas ideas en la cabeza que de verdad crees que tu reputación frente a la gente es importante.
Cierro los ojos y de nuevo escucho esa voz, ese ritmo de la canción que siempre me conmueve en la noche aunque nunca entiendo la letra, me dejo llevar recordando los sueños con mi madre pero luego llegan esos ojos azules, el agua llenando mis pulmones y sus ojos sin vida.
Abro los ojos exaltada y me doy cuenta que ya no soy la única persona en el aula. El chico de pelo castaño me sonríe cuando entra al aula acabando con la serenidad del lugar, forzo una mueca al no reconocerlo y me pregunto si se habrá equivocado de aula.
––Soy Nathan.–– habla como si hubiera leído mis pensamientos––. Soy nuevo en el instituto, un placer.
Giro hacía él, me cuesta trabajo mirar su rostro aún así me forzo a hacerlo y le doy un breve asentimiento.
––Bienvenido, soy Marie.
Antes de que pueda decir una palabra más el timbre suena por los pasillos y un mar de estudiantes irrumpe la pequeña conversación, en cuestión de segundos el aula se llena, Nath y Susan entran juntas hasta llegar su respectivo lugar y enseguida entra el hombre delgaducho de piel olivasea y siempre de mal genio: el profesor Wilson.
Deja caer las carpetas en el escritorio provocando un estrondoso ruido, todos guardan silencio mientras vemos a Wilson escribir en la pizarra blanca. A pesar de verlo casi todos los días está vez puedo notar su aspecto más demacrado, siempre me he preguntado porque se descuida de tal magnitud aunque nunca me atrevería a apartar mi curiosidad.
Nath susurra a mi costado y me pasa una pequeña hoja de papel, la tomo supiscasmente y la abro con sumo cuidado de no hacer ruido.
Sam me dijo lo de tu abuela, lo siento.
Escribo y simuladamente se la entrego a Nath.
Tranquila, no fue tu culpa.
Hace una mueca mientras escribe en el papel, finjo prestar atención a los garabatos que escribe Wilson en la pizarra pero es entonces que algo capta mi atención. Las letras del plumón negro comienzan a tornarse rojas, abro mis ojos al ver cómo comienzan a moverse como si tuvieran vida propia, el profesor se da vuelta y comienza a hablar pero su voz cambia a susurros distorsionados, giro a mi costado incrédula de ser la única que lo este notando pero me doy cuenta que ya no hay nadie más en el aula.