Eclipse Inmortal 1 - La Caja

4. Una historia insólita

Cerca de una semana había transcurrido desde su incómoda conversación con Dafne el primer día de clases y desde entonces no habían vuelto a dirigirse la palabra. Los esfuerzos de la chica por evitarlo eran más que obvios y, aunque contrariado, Alex prefirió dejarlo estar. Así que pasaban el día compartiendo aula, profesores y conversaciones con el resto de sus compañeros mientras un abismo los separaba.

Por eso, ella era la última persona que habría esperado viniese a rescatarlo en aquel callejón oscuro. Y portando una espada, nada menos.

—Eso estuvo cerca—dijo sin mostrarse afectada por la situación que acababa de presenciar—. Un poco más y habríamos tenido problemas.

Tirado de espaldas en el suelo, Alex luchó por formar una oración coherente en tanto su mente intentaba procesar los sucesos del último par de minutos, de todo el día incluso.

—¿Qué… qué eran esas cosas? ¿De dónde saliste? Y ya que estamos en esto, ¿me estoy volviendo loco?—balbuceó al borde de la histeria.

Dafne enfundó su espada en la vaina que llevaba junto a la cintura y le tendió una mano para ayudarlo a incorporarse

—No estás loco, eran gárgolas reales. Y te he estado buscando desde que saliste corriendo de la escuela. —Llevaba pantalones oscuros y una camisa negra por debajo de la cazadora marrón, el cabello cobrizo trenzado en una coleta. —Estás herido. Déjame ver.   

Y sin esperar el consentimiento de Alex comenzó a revisarle el costado donde había recibido el zarpazo de la gárgola. Sus manos actuaban con movimientos firmes y cuidadosos, como una profesional.

—¿Por qué me buscabas?—preguntó Alex conteniendo un quejido cuando la herida le disparó un corrientazo de dolor a través del cuerpo.

—Porque sabía que te atacarían hoy. Aunque esperaba que lo hicieran cuando llegaras a casa—contestó ella sin apartar la vista de su tarea—. Planeaba interceptarte antes, pero de todos los días decidiste desviarte hoy. ¿Qué hacías en este lugar?

Alex no supo qué contestar.

—¿Por qué querrían atacarme esas… cosas en un primer lugar?

—En serio no recuerdas nada…—dijo ella por fin viéndolo a la cara. Él la miró en blanco y ella masculló algo de nuevo para sí misma—: Europa me lo advirtió, pero no imagine que fuese tan serio.

—¿Quién es Europa?—inquirió Alex comenzando a sentir cómo su frustración en aumento—. Mira, tendrás que dejar de ser tan críptica y responde con claridad.

Dafne le lanzó una mirada que le instó a callarse.

—Escucha, te lo contaré todo, ¿de acuerdo? Pero no aquí. Tenemos que irnos antes de que lleguen los otros—declaró, retirando sus manos de la herida—. No es nada serio, pero tendré que vendarla. Vamos.

La chica comenzó a caminar, pero Alex se quedó plantado donde estaba.

—¿A dónde?—demandó, firme, dejando claro que no se movería hasta obtener una respuesta.

—A un sitio seguro. Sólo camina... ¿O prefieres esperar a que lleguen cosas peores que gárgolas?

Alex vaciló un momento. Miró en dirección a la montaña de polvo que antes era la gárgola, entonces la siguió.

Se movieron en silencio evitando las rutas principales, a través de veredas desiertas y callejuelas tan estrechas que apenas había espacio para una persona a la vez. Alex agradeció que no se toparan con nadie en el camino considerando el aspecto deplorable que debía ofrecer, con el cuerpo cubierto de arañazos y la camiseta rota y manchada de sangre.

Al fin, Dafne se detuvo ante la entrada de un viejo teatro abandonado y comenzó a retirar la cadena oxidada que bloqueaba la puerta.

Él la miró incrédulo.

—¿Hablas en serio?

—Sólo entra.

El lugar estaba tan desordenado como cabría esperarse; un reino de polvo y telarañas que apenas dejaba entrar la luz exterior. Dafne avanzó en línea recta ignorando el entorno, sus pasos levantando ecos en el espacio vacío, hasta la última sala del local.

—Es aquí.

—Tienes que estar jugando conmigo—murmuró Alex, aunque obedeció a regañadientes.

Para su sorpresa detrás de la puerta no encontró la polvorienta sala llena de butacas que esperaba. De hecho, sería más apropiado llamarlo bunker que una sala de cine. En el interior sólo había un pequeño catre de metal, una desgastada mesa de madera endeble con sus dos sillas y un sofá rojo en forma de “L”. Estantes repletos de latas de comida, conservas y agua potable ocupaban las paredes desde el suelo hasta arriba.

—Entonces… ¿vives aquí?—inquirió Alex, medio en broma. Dafne asintió y él volvió a repasar la habitación con la mirada. Costaba imaginársela viviendo en aquel lugar, pero dejaba de parecer del todo descabellado cuando recordaba que ella andaba por ahí con una espada en la mano—¿Te preparas para una guerra o algo?

—Podría decirse, aunque nada de esto serviría mucho en la guerra que se avecina. Pero este es un lugar seguro y me sirve como refugio por el momento—dijo sin que Alex detectara un atisbo de gracia en su tono—. Tengo que tratar la herida, será mejor que te sientes… Tendrás que quitarte la camiseta.



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En el texto hay: mitologia, escape, romance

Editado: 31.03.2021

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