Eclipse Inmortal 1 - La Caja

6. Hermanos

Las chispas en el fuego de la chimenea danzaban contando una historia sólo para Alex, quien las observaba absorto pensando en mil cosas a la vez. En el pasado solía sentarse ante la chimenea junto a su familia, en esos momentos su padre le narraría historias de héroes y dragones, de seres fantásticos que cabalgaban o volaban cobrando vida en las llamas. Pero en aquellos recuerdos tales criaturas permanecían confinadas en el fuego y Alex estaba en casa. Ahora los monstruos venían a por él en el mundo real, garras y colmillos al aire, y ya no estaba seguro de si aún tenía una casa a la que volver.

Pensó en su madre y quiso llorar.

Se sentía exhausto y aturdido. Cada vez que se enfocaba en recuerdos de su pasado estos se sentían más falsos, como si se desmoronaran poco a poco cual arena entre los dedos. La vida que creía conocer era una farsa, ahora lo sabía, y eso le hizo cuestionarse si todo lo que lo definía como persona, lo que le hacía sentirse él mismo, lo sería también. No tenía familia—excepto una desconocida que afirmaba ser su hermana y cuyo primer impulso fue golpearlo en la cara—, no tenía amigos, ni un lugar a donde ir. Todo lo que antes creía tener había desaparecido en el transcurso de un par de horas.

Acabó siguiendo a Dafne hasta aquella casa por pura inercia. La ninfa insistía en que su única opción era recuperar la memoria, pero Alex no estaba seguro de si realmente era lo que quería. Pero por el momento no parecía tener más opciones que seguirla, no cuando había las gárgolas, dioses y otros monstruos queriendo su cabeza, sin que él supiera cómo defenderse de ellos.

Alex maldijo su suerte. Su pasado era un montón de fragmentos resquebrajados y el futuro un foso cada vez más profundo.

La voz de Dafne lo sacó de su ensimismamiento.

—Mañana partimos al amanecer—dijo sonando tan cansada como Alex se sentía—. Nos toca una jornada larga, deberíamos aprovechar para descansar.

La mansión estaba sumida en un silencio ominoso cuando los guio por las escaleras en espiral hacia la segunda planta, hasta un pasillo iluminado por candelabros con varias habitaciones a lado y lado.

—Alex esta es la tuya—dijo Dafne señalando la primera puerta a su derecha—. Yo estaré justo al frente si necesitas algo. Mi seño… Diana y Orión, pueden usar las que prefieran.

—Tomaremos esta, gracias—declaró en seguida Orión, un tipo alto de cabello negro con pinta de militar, señalando la puerta junto a la de Dafne.

La ceja de Diana formó un arco perfecto, inquisitiva.

—¿Y desde cuándo duermes en la misma habitación que yo?

—Mi deber es protegerte—replicó el muchacho—. Y ya que estamos en territorio desconocido separarme de ti sería descuidar mi deber.

—No soy una niña.

Orión se encogió de hombros. 

—Lo sé.

Diana levantó las manos en señal de rendición. Abrió la puerta de la habitación y se detuvo en la entrada.

—Sólo tiene una cama.—Le apuntó con un dedo amenazador. —Y como digas que vas a dormir conmigo, te rompo tu linda nariz.

—Aw, ¿en serio crees que es linda?—Orión le guiñó un ojo con picardía y le echó un vistazo al interior—. Por mucho que me gustaría cumplir tu sueño de dormir abrazada a mí, no será necesario. Allí hay un sofá, puedo dormir en él.

—De acuerdo—dijo Diana entrando al dormitorio.

Orión entró detrás de ella dejando a Alex y Dafne a solas en el pasillo, el ruido amortiguado de la discusión del otro par a través de la puerta siendo lo único que se interponía entre ellos y el silencio abrumador.

—Intenta descansar—le dijo ella con ojos cargados de algo que rozaba en la compasión—. Buenas noches.

Alex asintió y ella le dirigió una última mirada que él no supo descifrar antes de entrar a su habitación.

Entonces Alex se quedó allí de pie por un largo rato.

Aún después de que los murmullos de la conversación de Diana y Orión se extinguieran permaneció en el sitio, como en trance. Estuvo ahí hasta que el silencio se le hizo insoportable y se metió a toda prisa a la habitación.

Adentro, revolvió su mochila hasta encontrar el iPod, la única posesión que Dafne le permitió conservar a parte del teléfono, pues consideraba que lo demás era inservible—«¿Para qué necesitas libros?», le había dicho. «¿Planeas lanzarlos si nos atacan?»—, entonces puso música para llenar el vacío y desplazar los pensamientos oscuros que lo acechaban.

A diferencia de las demás ventanas en la casa la de aquella habitación estaba descubierta, por lo que el resplandor de la luna se colaba hacia el interior bañándolo todo con sus tonos azulados. No había mucho que ver más allá de la cama a cuatro postes, un ropero y una mesita de noche.  

Alex se dejó caer entre sábanas de seda e inspiró hondo. Quería darse un baño, pero estaba tan agotado que tan sólo tocar la cama el peso de todo el día le cayó encima como un yunque. Apenas tuvo energía suficiente para quitarse las zapatillas.

«Sólo quiero dormir y despertar en mi cama», pidió a cualquier dios que lo escuchara, pero sus plegarias fueron desatendidas.

El sueño le evadió por horas. Daba vueltas en la cama con la cabeza llena de imágenes con los sucesos de las últimas veinticuatro horas. Cuervos y gárgolas, olas gigantes y ambulancias, el rostro sin vida de su madre…



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En el texto hay: mitologia, escape, romance

Editado: 31.03.2021

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