Eco de las seis espadas

la asesina sin alma

La noche era fría y silenciosa.
Dentro de una mansión señorial, el eco metálico de espadas chocando rompía la calma. Los guardias, jadeantes y agotados, apenas podían sostener sus armas. Frente a ellos, una figura encapuchada avanzaba con paso firme, blandiendo una espada de hielo que brillaba con un resplandor azulado.

—¿Es esta… la fuerza de la Muerte de Hielo? —murmuró uno de los soldados, con la voz quebrada.
—No tenemos salvación… esta noche todos moriremos —respondió otro, temblando.

La asesina se movió con velocidad letal. En un instante, hundió el puño en el estómago de un guardia; el hombre soltó un gemido ahogado antes de desplomarse inconsciente. El segundo, desesperado, se abalanzó sobre ella con ambas manos en la empuñadura de su espada.

El choque fue brutal: acero contra hielo. El guardia temblaba, apretando con todas sus fuerzas, mientras la asesina lo contenía con una sola mano. Su mirada, fría e implacable, no mostraba esfuerzo alguno.

Con la mano izquierda, formó una esfera de maná que desprendía escarcha. La lanzó contra el pecho del soldado. El impacto lo levantó del suelo y lo arrojó contra la pared de la mansión. El muro se cubrió de hielo al instante, y el hombre cayó inconsciente entre los escombros.

El silencio regresó. La asesina recorrió con la mirada el salón lleno de cuerpos derrotados. Nadie quedaba en pie.

Avanzó entre los caídos hasta detenerse frente a una gran puerta de madera. Levantó la mano izquierda, conjuró otra esfera helada y la lanzó. La puerta estalló en astillas, congelándose en el mismo instante.

Dentro, una habitación iluminada por la luna que entraba por la ventana. Allí, un hombre de unos cincuenta años temblaba con una espada en la mano.

—¡No te acerques, asesina! ¡Aléjate! —gritó, retrocediendo.

Lyra dio un paso adelante. El hombre, con la voz quebrada, suplicó:
—No… no me mates. Ten piedad…

Pero la asesina no respondió. En un parpadeo, se lanzó hacia él con velocidad sobrehumana. La espada de hielo atravesó su cuerpo antes de que pudiera reaccionar. El hombre cayó, y la sangre tiñó el suelo.

Lyra sacudió la hoja, limpiando las gotas rojas que resbalaban por el filo helado. Entonces escuchó pasos apresurados y gritos: refuerzos.

Sin perder tiempo, corrió hacia la ventana. El vidrio estalló en mil fragmentos cuando la atravesó. Su silueta se recortó contra la luna antes de caer al suelo. Rodó con agilidad, se incorporó y se internó en el bosque cercano, perdiéndose en la oscuridad.

La mansión quedó atrás, cubierta de silencio y escarcha.

Al día siguiente, la ciudad entera murmuraba lo ocurrido: un noble había sido asesinado en su propia mansión, y la habitación donde murió estaba cubierta de hielo. Todos sabían quién era la responsable: la asesina de hielo, la mujer que nunca mataba guardias innecesarios, solo a sus objetivos.

En un bar abarrotado, Lyra escuchaba los comentarios mientras bebía en silencio. La camarera, al dejarle la jarra, comentó con asombro:
—Dicen que fue una mujer… que derrotó a todos los guardias ella sola. Increíble.

Lyra no respondió. Sus ojos fríos recorrieron la sala: hombres bebiendo, fumando, riendo sin saber lo cerca que habían estado de la muerte la noche anterior.

—Lyra.

La voz la hizo girar. Un hombre se encontraba detrás de ella. Con un gesto de la cabeza, señaló una puerta lateral. Ella se levantó sin decir palabra y lo siguió.

Entraron en una pequeña sala de almacenamiento, con estantes de botellas y una mesa en el centro. Ambos se sentaron. El hombre, Luis, habló primero:
—Debo felicitarte. Como siempre, un trabajo impecable. Aquí tienes tu pago.

Extendió una bolsa de monedas de oro. Lyra la tomó, contó rápidamente las piezas y las guardó en su cinturón.

—Mañana, en las afueras de la ciudad, habrá un carruaje esperándote —continuó Luis—. Te llevará a la capital. Tendrás que dejar este lugar.

Lyra lo miró con frialdad.
—¿A la capital? ¿Por qué? ¿Hice algo mal, Luis?

Luis sonrió con calma.
—Nada de eso. Piénsalo como un ascenso. Creen que estás lista para misiones más difíciles… y con mayores recompensas. Además, tendrás el honor de trabajar junto a nuestro jefe. El Búho.

Los ojos de Lyra brillaron con un destello de interés.
—¿El Búho? El que decide los encargos de asesinato… interesante.

Luis asintió.
—La capital es un lugar inmenso, Lyra. Lo llaman la ciudad de las nuevas oportunidades. Pero no te engañes: está dividida. Hace años, el antiguo rey vendió tierras a los nobles, y ellos levantaron su propia capital dentro de la capital. Al rey lo derrocaron, lo encerraron en los calabozos… y hace apenas dos años, una mujer tomó el poder. Ahora gobierna como la Reina de la Capital Central.

Lyra arqueó una ceja, mostrando un raro destello de interés.
—¿Y qué hay en la capital de los nobles? ¿Cómo lograron independizarse?

Luis se puso serio, bajando la voz.
—Es un lugar donde solo importan los contactos y el poder económico. El rey, cegado por la ambición, les vendió tierras y privilegios. Les dio demasiado poder… y a cambio, nos pidió favores.

Lyra lo miró con frialdad.
—¿Favores? ¿Como asesinatos?

Luis suspiró, incómodo.
—Sabes que en este mundo es mejor no hacer demasiadas preguntas. Pero… no estás equivocada. Dejémoslo ahí.

Guardó silencio unos segundos, luego continuó:
—La capital es un lugar serio, Lyra. Su poder militar es mucho mayor que el de aquí. Y hay algo más que quiero preguntarte.

Lyra entrecerró los ojos, desconfiada.
—¿Qué clase de pregunta?

Luis tomó aire, como si midiera sus palabras.
—En la capital hay alguien… alguien interesante. Seguro has oído hablar de ella.

Lyra lo observó en silencio, esperando.

—Es la guardia principal y jefa de defensa de la Capital Central. La llaman Sofía, la Bruja de Hielo. ¿La conoces?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.