Eco de las seis espadas

eco de la promesa perdida

Sofía se sumergió en sus recuerdos.

Se encontraba en una casa, dando a luz, gritando de dolor mientras un hombre sostenía su mano. Entre jadeos, murmuró:

—Esteban… tengo miedo.

Él le respondió con una sonrisa serena:

—Te enfrentas con monstruos más fuertes que tú, y ahora me dices que tienes miedo.

Sofía, adolorida, mostró un rostro molesto entre lágrimas:

—¡Idio…! Aaaah… duele, duele mucho…

Esteban inclinó el rostro y le dio un beso en la frente.

—Tranquila, todo estará bien. Yo estoy aquí, pase lo que pase.

Sus palabras la calmaron, y poco a poco el parto se volvió más llevadero. Finalmente, las enfermeras le entregaron a su bebé. Sofía la sostuvo con felicidad y orgullo.

Esteban volvió a su lado, miró a la pequeña y dijo con ternura:

—Es hermosa… como su madre.

Sofía se sonrojó un poco y preguntó:

—¿Ya pensaste en un nombre? Porque yo no se me ocurre nada.

Él sonrió y respondió:

—¿Qué tal Lyra? Era el nombre de mi madre. Fue valiente… y creo que le queda perfecto.

Sofía sonrió con dulzura.

—Nuestra pequeña Lyra…

Esteban la miró con brillo en los ojos.

—Tengo una familia grandiosa… esto parece un sueño.

Sofía recostó la cabeza en su hombro. Él, con una sonrisa traviesa, añadió:

—Sofía, yo te amo mucho. Por eso quiero tener… diez hijos contigo.

Ella abrió los ojos de par en par, sorprendida y avergonzada:

—¿¡Qué… qué demonios dices!? ¿¡Diez!? ¡Idiota! ¿Sabes lo doloroso que fue tener a Lyra y quieres diez más?

Esteban rió suavemente.

—Es que… Lyra necesitará hermanos o hermanas, ¿no crees? Se sentirá muy solita.

Sofía, aún sonrojada, replicó:

—Pero no es el momento. Además, ¿sabes lo que cuesta criarlos?

Él puso una cara de decepción tan exagerada que resultaba graciosa. Sofía, al verlo, suspiró y dijo con timidez:

—Mira… si logramos criar a Lyra sin inconvenientes, podremos tener más hijos… incluso hasta diez.

Esteban se alegró de inmediato, la abrazó y la besó con fuerza.

—¡Sí! Pero recuerda, lo haremos juntos. Yo no quiero criar a la niña sola, así que también me ayudarás —dijo Sofía con voz firme.

Él sonrió con ternura.

—Está bien. No me importa. Estaré contigo y con Lyra… juntos para siempre.

Y salió de la habitación, feliz, mientras Sofía lo observaba con el corazón lleno de esperanza.

Pasaron siete años rápidamente. Lyra ya tenía siete años.

Se encontraba jugando con sus muñecas en el bosque cuando vio a sus padres regresar. Corrió hacia ellos con una sonrisa y una carita angelical.

—¡Mamá, papá! ¡Ya volvieron!

Abrazó primero a su madre y luego a su padre, llena de alegría.

La escena cambió al hogar de Sofía, Esteban y Lyra.

La niña dormía plácidamente en la cama de su madre, mientras Sofía la observaba con un gesto serio. A su lado, Esteban también estaba pensativo. El silencio era pesado, hasta que él lo rompió:

—Sofía… iré al frente a pelear con los demonios.

Ella reaccionó de inmediato, con enojo y preocupación.

—¿Y qué hay de Lyra y de mí? Si vas… iré contigo.

Esteban trató de detenerla, pero Sofía insistió:

—Siempre fuimos un equipo.

Él la interrumpió con firmeza, mirando hacia la pequeña que dormía.

—Sofía, ya no somos solo los dos. Ahora está Lyra. Tenemos que pensar en ella.

Las palabras calaron en Sofía, que poco a poco se tranquilizó. Esteban continuó con voz más suave:

—Si voy al frente, será para que los demonios no lleguen aquí. Después de todo… ustedes dos son mis princesas.

Sofía, más relajada, sonrió con ternura.

—Dos princesas… pero de estas princesas, una sabe luchar.

Esteban rió y respondió con orgullo:

—Es por eso que confío en ti.

Aquellas palabras quedaron grabadas en el corazón de Sofía, marcándola para siempre.

"Es por eso que confío en ti."

Esas palabras resonaron en la mente de Sofía cuando le dieron la noticia de que Esteban había muerto en batalla.

Se derrumbó de rodillas. Sus ojos quedaron vacíos, como si el tiempo se hubiera detenido. El silencio era absoluto, roto únicamente por el viento que hacía crujir las ramas del exterior.

Al principio no derramó ni una sola lágrima. Permaneció inmóvil, como una estatua rota. Pero entonces Lyra, con apenas siete años, se acercó tambaleante, con su muñeca aún en la mano. La niña la miraba con ojos grandes, confundidos, y al ver a su madre en el suelo, dejó caer el juguete y la abrazó con todas sus fuerzas.

Ese contacto quebró la coraza de Sofía. Su respiración se agitó, sus labios temblaron y, finalmente, las lágrimas brotaron sin control. Hundió el rostro en el cabello de su hija y lloró con un dolor que parecía no tener fin.

Lyra no entendía lo que ocurría, pero sentía el peso del sufrimiento de su madre. Fue entonces cuando Sofía, con la voz desgarrada, susurró:

—Lyra… ahora solo estamos tú y yo.

Los días pasaron. Sofía alimentaba a Lyra, pero ella misma apenas probaba bocado. El vacío en su pecho se transformaba lentamente en un sentimiento de venganza. Cada noche pensaba en marchar al frente, en matar demonios, en desquitarse con el mundo. Pero cada vez que miraba a su hija dormida, abrazada a su muñeca, la idea se desmoronaba.

—Si voy… Lyra se quedará sola —se repetía en silencio.

Fue entonces cuando su hermana Elisa apareció para darle el pésame. La abrazó con fuerza y le dijo con ternura:

—Lo siento, Sofía… sé lo que Esteban significaba para ti.

Sofía, con los ojos cansados y la voz apagada, la miró con decisión. En ese instante vio una oportunidad.

—Elisa… quiero que te quedes con Lyra. Cuídala por mí.

Elisa, seria, respondió:

—¿Por qué me pides que la cuide?

Sofía, con los ojos vacíos, sin emociones, contestó:

—Quiero ir a matar a esos malditos demonios.

Elisa la miró con decepción.




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