Eco de las seis espadas

promesa y redención

En la catedral, todos los guardias estaban en alerta máxima.

Samuel, furioso, gritó a Kael:
—¡Por un demonio, Kael! ¡Mira en la situación en la que nos metiste!

Kael, sin perder la sonrisa, respondió con frialdad:
—Ya no nos queda más opción que pelear.

El grupo de ladrones se lanzó contra los guardias, y Kael, desde atrás, desató llamaradas de fuego que iluminaban las paredes de piedra con un resplandor infernal. El choque de acero y los gritos llenaron la catedral, transformándola en un campo de batalla.

Mientras tanto, en la Capital de los Nobles, Lyra se levantaba con esfuerzo. Una nueva espada de hielo se formó en su mano, brillante y frágil como cristal.

Antonio la miró con una sonrisa de superioridad.
—¿Crees que eso es una espada de verdad? Te mostraré lo que es una espada auténtica.

Con solemnidad, desenvainó su arma: una espada dorada, adornada con seis gemas incrustadas que irradiaban poder .

Antonio avanzó de frente, con la espada preparada. Lyra también cargó contra él. El choque fue brutal: la espada de hielo se hizo añicos al primer contacto.

Lyra, sin rendirse, levantó la mano y lanzó una lluvia de estalactitas de hielo hacia su enemigo. Pero Antonio se movió como un rayo, esquivando cada proyectil con una velocidad imposible. En un instante, se giró y con una patada lanzó a Lyra contra la pared. El impacto la dejó sin aliento.

Antonio alzó su espada, que comenzó a rodearse de fuego. El calor se intensificó, avivado por un viento sobrenatural que la hoja misma generaba. Con un grito de poder, blandió el arma y lanzó un corte envuelto en llamas hacia Lyra.

El ataque explotó contra el muro, levantando una nube de polvo y fuego.

Cuando el humo comenzó a disiparse, Antonio entrecerró los ojos. Frente a él no había cuerpo alguno, solo fragmentos de hielo esparcidos por el suelo.

—Hmph… —murmuró con desdén—. Escapó

Antonio, con voz firme, ordenó a sus hombres:
—Busquen a la asesina. Cuando la encuentren, lancen una señal al cielo. Yo mismo iré a recibirla.

Los guardias se dispersaron de inmediato, mientras Antonio comenzaba a levitar lentamente, elevándose hacia el cielo con un aura imponente.

Desde lejos, oculta entre las sombras, Lyra lo observaba con incredulidad.
—¿También sabe volar?… Está claro que ese tipo está en otro nivel —susurró con amargura.

El dolor recorría todo su cuerpo. Herida y exhausta, avanzaba tambaleante por las calles oscuras, buscando un lugar donde recomponer fuerzas y escapar de la Capital de los Nobles.
—Pese a que levanté un muro de hielo con todo mi maná… su ataque igual me alcanzó —murmuró, apretando los dientes.

Mientras tanto, en la catedral, el grupo de ladrones apenas resistía. El cansancio los consumía y Kael, agotado por el constante uso de su magia de fuego, comenzaba a perder fuerza. Los guardias, organizados y superiores en número, estaban ganando terreno.

Samuel, jadeante, ya no podía más. Sin energía ni maná, cayó de rodillas al suelo. Kael lo miró con desesperación: uno a uno, sus cómplices estaban siendo capturados. Era solo cuestión de tiempo antes de que él también cayera.

En la Capital de los Nobles, Lyra seguía caminando con dificultad hasta que sus pasos la llevaron frente a una catedral. Decidió entrar, buscando refugio. Pero apenas cruzó el umbral, un guardia la divisó.

El hombre levantó una bengala mágica y la lanzó al cielo. Una luz roja iluminó la noche, señal inequívoca de que la presa había sido encontrada.

Lyra buscaba un lugar donde ocultarse, adentrándose cada vez más en la catedral. De pronto, una voz resonó en la penumbra:
—Al fin te encontré, asesina.

Antes de que pudiera voltear, un viento concentrado la golpeó con violencia, arrastrándola hasta lo más profundo del templo y estrellándola contra un altar.

Mientras tanto, en la catedral de la Espada de Fuego, Kael ya había agotado todo su maná. Respiraba con dificultad, sudoroso y exhausto.

Los guardias lo rodearon y gritaron con firmeza:
—¡Ríndete, muchacho! Está claro que ya perdiste.

Kael miró alrededor: todos sus compañeros estaban siendo sometidos, incluso Samuel. La desesperación lo invadió.

Lyra, aún recuperándose del impacto, levantó la vista y vio a Antonio sonreír con desprecio.
—Parece que no eras más que una patética asesina. No me divertiste en lo absoluto.

Ella pensó con amargura:
Ya no tengo nada de maná… lo que significa que no puedo generar otra espada.

Una mirada de resignación cruzó su rostro.
Así que hasta aquí llega mi camino. Al final no pude matar al Búho… todo lo que hice fue en vano.

Suspiró, recordando a sus dos salvadores caídos. Pero entonces, en su mente, resonó la voz de su maestro:
—Lyra, cuando vuelvas a perder la esperanza, pelea hasta morir. Mientras estés viva, puedes luchar. ¡Lucha hasta morir!

Sus ojos se posaron en el suelo. Allí, una espada descansaba, como esperándola. Con dificultad, la tomó y se levantó.

Antonio soltó una carcajada.
—Eres una idiota al empuñar esa espada. Esa hoja jamás obedecerá a una asesina.

Lyra lo apuntó con firmeza, recordando las palabras de su maestro:
—Yo no siempre estaré ahi para salvarte. Cuando pierdas la esperanza, lucha hasta morir… porque lo único que te queda por perder es la vida.

En la otra catedral, Kael se sentía culpable al ver a Samuel y a los demás derrotados. Sus manos temblaban. Entonces, sus ojos se fijaron en la espada caída frente a él. La tomó con cansancio, y con una risa amarga murmuró:
—Samuel… Damián tenía razón. Mi ambición nos trajo problemas… ja, ja.

Suspiró, levantando la espada y apuntándola hacia los guardias.
—Así que suelten a mis compañeros… o los mataré. Dicen que esta espada es poderosa, ¿no?

Los guardias lo miraron con incredulidad.
—Has perdido la cabeza.




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