Lyra y Antonio chocaron las espadas con violencia. Los ojos de Lyra brillaban, llenos de poder, mientras Antonio, con mucha furia, gritaba:
—¡Maldita seas! ¡¿Cómo es esto posible?! ¡Solo eres una asesina cualquiera! ¡Tú no puedes ser la portadora de la Espada Legendaria de Hielo!
Antonio apretaba los dientes con rabia. Ambos se separaron de un salto atrás. Lyra generó estalactitas de hielo, pero no fueron pocas como siempre lo hacía: eran muchas más. Antonio rápidamente se puso a esquivar y luego fue directo hacia Lyra. Las espadas chocaron una, dos, tres y muchas veces, cada golpe resonando con fuerza.
Lyra creó una esfera de maná de hielo, más grande y poderosa que nunca. Al lanzarla, Antonio apenas pudo desviar la trayectoria con su espada. La esfera gigante, al chocar contra la pared, causó una gran explosión de hielo que sacudió la catedral.
Lyra jadeaba de cansancio, mientras Antonio repetía furiosamente:
—¡No voy a perder, no voy a perder contra ti!
Usando el elemento de viento, dirigió un ataque hacia Lyra. Ella salió volando contra el techo, destruyéndolo. Al recomponerse, vio a Antonio elevarse y arremeter contra ella, usando la técnica de vuelo. Lyra apenas podía defenderse.
Al mismo tiempo, en la Capital Central, dentro de la catedral que resguardaba la Espada de Fuego, Kael sintió todo ese poder y no podía creerlo. Los guardias quedaron atónitos por lo que presenciaban, pero no había tiempo para pensar. Kael formó una bola de fuego en el cielo y, de ella, salió una lluvia ardiente que cayó sobre los guardias, derribándolos en un instante.
—¡Lo logré! —exclamó Kael con gran felicidad—. Pero… ¿por qué siento este poder?
De pronto, un dolor recorrió todo su cuerpo. Kael puso una expresión de molestia: apenas podía permanecer de pie. Samuel se acercó, preocupado.
—¡Kael, qué te pasa! ¿Estás bien?
Kael, con mucho dolor, respondió:
—Siento… como si todo mi cuerpo ardiera en llamas.
Mordía los dientes con fuerza, intentando resistir.
Samuel y el grupo de ladrones estaban agotados. Samuel escuchaba cómo más guardias se iban acercando; con la mano temblando de impotencia, miraba el estado de Kael y su grupo. De pronto, escuchó cómo los pasos de los guardias se detuvieron.
Mientras tanto, en la Catedral de los Nobles, Antonio y Lyra se enfrentaban. Las espadas chocaron y una gran cantidad de poder emanó de cada golpe. Lyra, con una mirada de seriedad y cansancio, entregaba lo último que quedaba de su maná. Antonio, con los ojos llenos de furia y rabia, presionaba con más fuerza. El techo de la catedral comenzaba a congelarse por el poder desatado.
Lyra ya estaba agotada, y Antonio aprovechó el momento: puso más energía en su espada y la mandó a volar por los aires. Lyra atravesó el cielo, pasando por encima del muro que dividía ambas capitales, hasta estrellarse contra el techo de una casa. Quedó inconsciente; lo había dado todo.
Pero Antonio no decidió detenerse. En el aire, cargó más maná en su espada y lo lanzó contra Lyra. El impacto provocó una explosión tan poderosa que se escuchó en toda la Capital central… y el estruendo llegó incluso hasta la Catedral donde estaban Kael, Samuel y el grupo de asesinos.
Antonio, con una sonrisa en el rostro, creyó que su cometido había tenido resultado. El humo se disipaba lentamente… hasta que vio a una mujer con vestido blanco, la mano levantada y un escudo de color amarillo brillando frente a él. La sonrisa de Antonio se borró de inmediato: sabía perfectamente quién era. Jamás olvidaría a Mireya, la reina de la Capital Central.
Mientras tanto, en la catedral donde estaban Kael y Samuel, escucharon cómo un guardia gritaba:
—¡Mireya solicitó que todos los soldados estén listos para pelear! ¡Posiblemente se desate una guerra con la Capital de los Nobles! ¡Todos deben participar sin excepción!
Samuel escuchaba cómo los guardias se alejaban. Por un momento se relajó, pero las palabras resonaban en su mente:
—¿Guerra?… Maldita sea, si se desata una guerra esto será una masacre. Tenemos que irnos de aquí.
La Capital Central entera comenzó a prepararse para la posible guerra. Los guardias evacuaban a las personas hacia lugares seguros, mientras en el castillo, Thara, Orión, Sofía y Diana observaban a Mireya desde la lejanía.
Mireya, con seriedad, bajó la mano y deshizo el escudo. Decidió mirar directamente a Antonio. Él, sorprendido, apenas pudo pronunciar su nombre:
—Mireya…
La reina, flotando en el aire, habló con una voz firme que resonó en todo el lugar:
—Antonio, sabes que atacar la Capital Central es considerado romper el tratado de paz entre ambas capitales.
Antonio, con rabia, respondió:
—¡Esto no es un ataque, Mireya! Solo estoy cazando a mi presa… esa asesina que intentó matarme.
Con la espada señaló a Lyra. Mireya la observó con atención y notó cómo sostenía la Espada Legendaria de Hielo.
Antonio, con mirada seria, continuó:
—Así que me llevaré a esa asesina y la Espada de Hielo. No te entrometas.
Mireya, con voz llena de confianza, replicó:
—Yo creo que no.
Con una sonrisa añadió:
—Está en mi territorio, así que yo me haré cargo. Es hora de que regreses a la Capital de los Nobles, ¿no crees?
Antonio, frustrado y lleno de furia, apuntó con su espada hacia Mireya:
—Creo que no estás entendiendo, Mireya. Yo me haré cargo, no me importa lo que digas.
Mireya, con una sonrisa que mostraba absoluta confianza, respondió:
—Ya veo… creo que no me dejas opción.
Entonces llevó su mano a una espada corta que llevaba consigo. La apuntó hacia Antonio y, en ese instante, sus ojos se tornaron de un color amarillo brillante. Su cabello, antes castaño con reflejos dorados, comenzó a resplandecer con un fulgor intenso. Poco a poco, su cuerpo empezó a desprender maná, iluminando el aire a su alrededor.
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Editado: 08.12.2025