Hace tiempo escribí esta teoría sobre hombres y mujeres en general. A mi experiencia, pocos podrán negar el hecho de lo que a continuación leerán.
La mujer está bien loca, y el hombre está bien pendejo. Es así de simple.
Muchas veces ha pasado que, cuando a un hombre le gusta una mujer, no piensa absolutamente en nada. Se pierde; nos perdemos y todo se va por la borda. Un hombre enamorado es aún más pendejo de lo que es por naturaleza y no razona nada de lo que sucede en su entorno tratándose de una mujer.
Sí, es cierto, solemos arruinar las cosas la mayoría de las veces. Nos cegamos por el sentimiento y ya no procesamos nada con la cabeza. Salen nuestros instintos, impulsos y deseos más primitivos pero necesarios.
Amamos a la mujer por estar loca. La amamos por su mera capacidad de hacer las cosas a su antojo.
Nos han criado llenos de tabúes sociales y ‘‘morales’’, donde si experimentamos algo por curiosidad, somos tachados de un sin fin de sobrenombres. Pero ningún hombre en toda la historia de la humanidad ha logrado detener su curiosidad ante la presencia de una dama. Esto pasa porque adoramos verlas hacer de todo tipo de cosas. Vuelven un momento simple, una actividad monótona en algo totalmente extraordinario, a lo cual no le tomábamos ni interés ni sentido hasta que llegan y nos hacen ver desde otro punto de vista. Son tan fuertes las emociones que nos provocan que nos hacen sentir como niños en juguetería.
Y por esas mismas razones dudan mucho en querer. Ellas piensan, razonan, analizan, y no porque no quieran, sino porque son más astutas y ven lo que nosotros no.
Están locas por ir más allá, por ir a lugares que para nosotros además de lejanos, son imposibles de alcanzar. Ellas mueven a su conveniencia, nosotros somos sus juguetes aunque hayan hombres que admitan que eso no es verdad. Aquel que niegue que está o estuvo a merced de una mujer, es porque realmente no se ha enamorado verdaderamente. Somos sus peones en su juego de ajedrez.
Ellas ordenan y nosotros obedecemos. Si dicen que saltemos, saltamos. Si dicen que hablemos, hablamos. Y punto, ahí termina la discusión.
Mujeres, ustedes están sumamente locas. Y no, no es por insultarlas. Es por elogiar la manera en la que cambian nuestros mundos.
Están locas por hacer cosas que nosotros ni en pedo haríamos. Están locas por hacernos hacer cosas que jamás creíamos que nos gustarían.
Lo están por su capacidad y facilidad de llevar el mundo a su bendita gloria o eterna ruina. Lo están, porque, por ustedes existen grandes escritores, grandes poetas. Por ustedes existen maravillosas historias. Por ustedes existimos nosotros, porque sin ustedes no duraríamos mucho.
Las mujeres en general, pueden provocar felicidad inmensa o tristeza eterna. O un poco de cada cosa. La mujer hace sufrir al hombre porque sabe que es capaz de mucho sobre nosotros.
Le pese a quien le pese, le duela a quien le duela, la frase: Detrás de cada gran hombre, hay una grandiosa mujer, Tiene y tendrá toda la razón siempre.
Las mujeres mueven al mundo.
Nuestros mundos.