El día se desliza en un mar de rutinas familiares. Lina pasa las horas en el laboratorio, rodeada de equipos de última generación y pantallas llenas de datos que parpadean sin descanso. El zumbido constante de las máquinas es un ruido de fondo que la ayuda a concentrarse, un recordatorio de que todo sigue funcionando como debería.
Lina ajusta su dispositivo neurológico desde su panel de control. La interfaz es precisa, casi elegante en su simplicidad. Un ajuste aquí, una calibración allá. Cada cambio es pequeño, insignificante para cualquiera que no comprenda el lenguaje de los códigos y circuitos. Pero para Lina, cada ajuste es una forma de asegurarse de que su mente siga funcionando como una máquina bien engrasada. Todo debe estar bajo control.
Sin embargo, a medida que la tarde se convierte en noche, una inquietud comienza a instalarse en su pecho. Es una sensación que no puede ignorar, una vibración sutil que parece resonar en lo más profundo de su cerebro. Trata de concentrarse en los datos frente a ella, pero sus pensamientos siguen desviándose hacia la noche anterior. A la figura que vio en las sombras, al filo del cuchillo en su mano, a la sangre que manchaba el suelo.
“Fue solo una pesadilla,” se repite a sí misma. “No es real. No puede ser real.”
Pero el recuerdo es demasiado vívido, demasiado tangible. Casi puede sentir la textura de la empuñadura del cuchillo en su mano, el frío metálico de la hoja que atravesó la carne. La racionalidad le dice que fue una alucinación, una manifestación de su mente perturbada. Sin embargo, no puede ignorar la mancha oscura que encontró en su ropa esa mañana, una mancha que se negó a desaparecer a pesar de sus intentos por limpiarla.
Esa noche, decide tomar una ruta diferente a casa. Los corredores del laboratorio son amplios, pero a medida que se acerca a la salida, las sombras parecen alargarse, y una sensación de opresión se cierne sobre ella. El viento nocturno es frío cuando finalmente sale del edificio, y las calles están desiertas, como si el mundo entero se hubiese recluido en sí mismo.
Lina camina con paso rápido, intentando disipar la inquietud que sigue a cada uno de sus movimientos. Todo está bien, se dice. Todo está bajo control.
Sin embargo, cuando dobla una esquina, algo la detiene en seco. A unos metros de distancia, en un callejón estrecho, ve una figura encorvada junto a un montón de basura. Al principio, parece un perro callejero, husmeando entre los desechos. Pero al enfocar mejor, el mundo a su alrededor comienza a distorsionarse. Los sonidos de la ciudad se apagan, y el aire parece volverse más denso.
Lina parpadea, tratando de aclarar su visión, pero la figura sigue allí, creciendo, deformándose ante sus ojos. Lo que era un perro ahora se convierte en una criatura extraña, un ser que desafía toda lógica. Su pelaje es negro como el carbón, con ojos brillantes que parecen perforar el velo de la realidad. Su presencia es opresiva, casi asfixiante.
El corazón de Lina late con fuerza, martillando en sus oídos. Ella sabe lo que está sucediendo. Otra alucinación. Pero esta vez, no puede apartar la mirada. Se siente atraída por la criatura, una curiosidad morbosa que la impulsa a acercarse.
Cuando da un paso hacia adelante, la criatura se vuelve, y en un instante, todo cambia. La oscuridad se disipa, y la figura se transforma nuevamente. Lo que antes era una bestia ahora es un hombre, sucio y desaliñado, con la ropa hecha jirones y el rostro marcado por la miseria. Es un hombre sin hogar, uno de los muchos que Lina ha visto en la periferia de la ciudad, ignorados por todos menos por aquellos que comparten su destino.
Lina se detiene, el aliento atrapado en su garganta. No es un animal, es solo un hombre. Pero el temblor en sus manos persiste, y una sensación de peligro se cuela en su mente. La criatura puede haberse desvanecido, pero el miedo sigue allí, enraizado en lo profundo de su ser.
El hombre la observa, sus ojos vacíos, como si supiera algo que ella no. Como si él también estuviera atrapado entre lo real y lo imaginario. Lina da un paso atrás, su mente luchando por procesar lo que acaba de presenciar. ¿Fue real? ¿Fue una alucinación? La línea entre ambas cosas es cada vez más difusa.
Ella se gira bruscamente y sigue caminando, ahora con pasos rápidos, casi frenéticos. La figura del hombre desaparece detrás de ella, pero su imagen sigue grabada en su memoria, como una sombra que se niega a desvanecerse.
Cuando finalmente llega a su apartamento, se siente agotada, tanto física como mentalmente. Cierra la puerta tras de sí y se apoya en ella, su cuerpo temblando. La quietud de la habitación la envuelve, pero no la reconforta. La sensación de que algo está terriblemente mal la acompaña hasta la cama, donde se desploma, intentando encontrar algo de paz en el sueño.
Pero mientras sus ojos se cierran, la imagen del hombre —o la bestia— sigue acechando en la oscuridad, esperando el momento para regresar.