Lina dejó caer la nota sobre la mesa con manos temblorosas, su mente llena de preguntas. ¿Quién le había dejado ese mensaje? ¿Qué verdad estaba más cerca de lo que creía? Sintió un escalofrío recorrerle la espalda al considerar las posibilidades, y la realidad de su situación comenzó a pesarle aún más. No podía ignorar que algo estaba muy mal, no solo en su entorno, sino también dentro de su propia mente.
Esa noche, el sueño se le escapó, dejando a Lina a merced de sus pensamientos. Imágenes fragmentadas del niño herido, el atacante muerto, y el perro callejero que había visto en el parque se mezclaban en su mente, creando un caos que la mantenía al borde de la desesperación. Finalmente, cuando logró cerrar los ojos, fue solo para ser arrojada a un sueño perturbador.
En su sueño, Lina se encontraba de nuevo en el callejón donde todo había comenzado, pero esta vez estaba desierto, envuelto en una niebla espesa que limitaba su visión. Caminaba despacio, sus pasos resonando en la quietud, sintiendo que algo la acechaba desde las sombras. De repente, vio figuras caninas moviéndose a lo lejos. Eran perros, decenas de ellos, observándola desde diferentes rincones del callejón.
Los perros la miraban fijamente, sus ojos brillando en la penumbra. Lina sintió una extraña mezcla de miedo y curiosidad. Algo en su interior le decía que estos animales tenían un propósito, que significaban algo más de lo que aparentaban. Dio un paso hacia ellos, y en ese instante, los perros comenzaron a desvanecerse, sus formas se disipaban como humo en el aire. Lo que quedó en su lugar fueron hombres, harapientos y con miradas perdidas, parados donde antes estaban los perros.
Lina intentó retroceder, pero sus pies parecían pegados al suelo. Los hombres comenzaron a acercarse a ella, sus rostros sombríos y carentes de vida. Cada paso que daban hacia ella aumentaba la sensación de pavor que se apoderaba de su ser. Finalmente, uno de ellos extendió una mano hacia ella, y en el momento en que estaba a punto de tocarla, Lina se despertó con un grito ahogado.
Se sentó bruscamente en su cama, su respiración agitada y su corazón latiendo descontrolado. Miró a su alrededor, intentando asegurarse de que estaba en su habitación y no en el sueño. La oscuridad del apartamento era opresiva, pero algo más la inquietaba. Podía sentir la presencia de algo en la habitación, una sensación que le erizaba la piel.
Al girar la cabeza, sus ojos se encontraron con una sombra en la esquina de la habitación. Al principio, pensó que su mente le estaba jugando una mala pasada, pero entonces la sombra se movió. Lina entrecerró los ojos, intentando distinguir la figura, y lo que vio la dejó petrificada: era un perro, igual al que había visto en el parque.
El animal la miraba con una expresión que casi parecía humana, llena de tristeza y cansancio. Lina parpadeó, y en un instante, el perro comenzó a transformarse. Su forma se alargó, y sus rasgos caninos se desvanecieron para dar paso a un hombre sin hogar, el mismo hombre que había visto en el parque y en su sueño. Estaba de pie, en su habitación, mirándola con la misma intensidad.
Lina cerró los ojos con fuerza, esperando que la visión desapareciera, pero cuando los abrió, lo que vio fue aún más perturbador. No solo estaba el hombre sin hogar, sino que toda la habitación parecía llena de animales: gatos, perros, incluso pájaros, todos observándola en silencio. El pánico comenzó a apoderarse de ella, y Lina no pudo evitar soltar un grito.
Cuando finalmente encendió la luz, todos los animales desaparecieron, dejando la habitación en silencio y vacía. Pero la sensación de que algo estaba profundamente mal con ella no se desvaneció. Sabía que estas alucinaciones eran un signo de que su mente estaba cediendo ante el estrés y el trauma. No podía ignorarlo más; necesitaba ayuda urgente.
Con el corazón aún palpitando y las imágenes de los animales frescas en su mente, Lina decidió que era hora de enfrentar lo que estaba sucediendo en su mente. Algo la estaba llevando al límite, y si no encontraba una solución pronto, temía lo que podría sucederle.
Se levantó de la cama y, aún temblando, buscó su teléfono. Era hora de hacer una llamada que había estado posponiendo. Sabía que no podía seguir sola en esta lucha. Sin más opciones, marcó el número del Dr. Ramírez, esperando que él pudiera ofrecerle la ayuda que tanto necesitaba.