Ecos de delirios

Capítulo 17: Bajo la Piel de la Realidad

El día avanzaba lentamente mientras Lina caminaba hacia la clínica del neurólogo. Las sombras en las calles no desaparecían, pero se mantenían a cierta distancia, como si fueran parte de la periferia de su visión, acechando pero nunca revelándose del todo. Lina intentaba concentrarse en llegar a su destino, pero algo en su interior le decía que las cosas no iban a ser tan sencillas.

Las alucinaciones, que antes eran meras imágenes distorsionadas en su mente, ahora parecían cobrar una vida propia, volviéndose más tangibles, casi palpables. Mientras caminaba, Lina comenzó a notar que las figuras humanas a su alrededor se transformaban de manera inquietante. Personas sin hogar que antes había ignorado en las esquinas ahora aparecían ante ella como animales callejeros: un hombre acurrucado bajo una manta se convertía en un perro herido; una mujer que pedía limosna parecía un gato callejero, con ojos suplicantes que buscaban ayuda.

Lina se detuvo, parpadeando varias veces, pero las visiones no se desvanecían. Estos "animales" la miraban, como si reconocieran en ella una salvadora, alguien que podría rescatarlos de su miseria. Su corazón se apretó con un dolor que no había sentido antes. El instinto de protección se activó en su interior, instigado por una mezcla de empatía y confusión. ¿Cómo podía ayudar a estas criaturas, si ni siquiera estaba segura de que fueran reales?

Mientras sus pensamientos giraban en círculos, Lina oyó un alboroto a la vuelta de la esquina. Gritos y risas crueles rompieron la quietud de la tarde, y su instinto le dijo que algo terrible estaba sucediendo. Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el sonido, esperando encontrar alguna explicación lógica, pero lo que vio la dejó helada.

Un grupo de chicos, no mucho mayores que adolescentes, estaban rodeando a un perro callejero, lanzándole piedras y burlas mientras el pobre animal intentaba escapar. Pero lo que Lina veía no era solo un perro; era la figura de un hombre sin hogar, cubierto de harapos, acurrucado en posición fetal mientras intentaba protegerse de los ataques.

La imagen era una mezcla surrealista de lo que su mente sabía que era real y lo que sus ojos percibían. El hombre se veía débil, indefenso, como si en su mente y cuerpo habitara tanto el hombre como el perro, un ser atrapado entre dos realidades. Los chicos, cegados por su crueldad, no se daban cuenta de lo que realmente estaban haciendo.

Lina sintió una oleada de indignación y compasión al mismo tiempo. No podía permitir que lo lastimaran, no podía permitir que lo trataran como una mera bestia. Sin pensarlo, corrió hacia el grupo, gritando para que se detuvieran. "¡Déjenlo en paz!" Su voz resonó en la calle, y los chicos, sorprendidos, retrocedieron por un momento.

Uno de los chicos, con una piedra todavía en la mano, la miró con desprecio. "¿Qué te importa? Es solo un perro callejero, no vale nada."

Pero para Lina, ese "perro" era mucho más que un simple animal. Era una persona, una vida que debía ser protegida, aunque su mente la engañara. "¡Es un ser vivo! ¡No tienen derecho a lastimarlo!" Gritó, su voz llena de furia y convicción.

Los chicos se miraron entre ellos, dudando por un momento, y luego, con un encogimiento de hombros, decidieron que el espectáculo ya no valía la pena. Lanzaron una última mirada despectiva al perro, que todavía temblaba en el suelo, y se alejaron, riendo entre ellos.

Lina se arrodilló junto al perro/hombre, sintiendo una mezcla de alivio y tristeza. "Está bien, ya se han ido," murmuró suavemente, extendiendo una mano para tocar al ser que estaba frente a ella. Pero cuando sus dedos hicieron contacto, lo que sintió no fue la piel cálida de un animal, sino la piel fría y áspera de un ser humano.

El hombre sin hogar la miró, sus ojos llenos de agradecimiento y dolor, y Lina sintió que la realidad se partía en dos. La figura del perro desapareció por completo, dejando solo al hombre, temblando y débil, pero real. La confusión la invadió de nuevo, pero la compasión la superó. "Lo siento... lo siento mucho," murmuró, sin saber qué más decir.

Lina lo ayudó a levantarse, aún sin saber qué era real y qué no. Pero una cosa era cierta: no podía dejarlo allí. Su mente podría estar jugando trucos, pero su corazón sabía que este hombre, como todos los demás que había visto como animales, necesitaba ayuda.

Mientras caminaban juntos hacia un lugar más seguro, Lina se dio cuenta de que sus alucinaciones no solo eran una maldición, sino también un reflejo de su propia lucha interna. Estaba viendo el mundo a través de un filtro distorsionado, donde las líneas entre lo humano y lo bestial se desdibujaban. Y mientras esa lucha continuara, sabía que no podría encontrar la paz que tanto anhelaba.

Sin embargo, también comprendió que no podía enfrentar este desafío sola. Necesitaba ayuda, y no solo la del neurólogo. Necesitaba comprender por qué su mente estaba fallando, y cómo podría recuperar el control antes de que la línea entre la realidad y la ilusión se rompiera por completo.




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