Ecos de hielo y sangre

Capítulo 2: Ecos en la oficina

Algunas conexiones se escriben mucho antes de que las almas se encuentren
grabadas en el silencio, esperando despertar.”

Aurora

Los meses pasaron en silencio.
Ninguno de los dos volvió a escribir.
La frialdad de su último mensaje había levantado un muro invisible entre sus mundos,
y Adam se aseguró de que no quedaran más puentes por cruzar.

Aun así, cada vez que Aurora abría Instagram,
sus dedos se detenían sobre el nombre de él —Adam Graves.
Nunca se atrevió a escribirle de nuevo,
pero lo observaba desde lejos,
leyendo entre sombras cada palabra, cada publicación,
buscando los fragmentos del hombre al que había consolado una vez en la oscuridad.

Cuando surgió la oportunidad de una pasantía internacional en Canadá,
no lo dudó.
Le dijo a todos que era por su carrera, por aprender, por un cambio de ambiente…
pero, en el fondo, una pequeña parte de ella
solo quería saber si el destino podía repetirse.

Su primer día en la oficina se sintió como entrar en un sueño que no recordaba haber tenido.
El zumbido de las computadoras llenaba el aire,
y el aroma a café se mezclaba con el de la lluvia de invierno.
Aurora ajustó sus gafas mientras su jefe la presentaba al equipo.

> —Me gustaría presentarles a nuestra nueva compañera. Viene desde México.

Aurora sonrió, nerviosa,
pero cuando levantó la vista,
su corazón se detuvo.

Él estaba allí.

Adam Graves.

El hombre de los videos.
El que había llorado por Nyra.
El que había respondido a su mensaje con tanta sinceridad.

Su mirada se cruzó con la de él,
y el mundo se volvió un eco sin sonido.

> —Buenos días —dijo Adam, con voz grave, tranquila.
Extendió una mano pálida hacia ella; los anillos en sus dedos reflejaron la luz blanca de la oficina—.
Soy Adam Graves. Bienvenida a la empresa.

Aurora dudó un instante antes de estrechar su mano.
El contacto fue breve, pero suficiente para que un escalofrío le recorriera el cuerpo.

> —Es un gusto conocerlo —murmuró—. Espero aprender mucho de usted.

> —El placer es mío, Aurora —respondió él con una sonrisa apenas perceptible—.
Tu escritorio está justo frente al mío.

Ella se sentó, intentando concentrarse,
pero la sensación de estar dentro de un sueño no se desvanecía.
¿Él la recordaría? ¿Habría reconocido su nombre, su voz, su mensaje?

Adam

No podía creerlo.
Aurora Lys estaba frente a él.

La chica del mensaje.
La que, sin conocerlo, había calmado su tormenta cuando el dolor por Nyra era insoportable.
Había enterrado su nombre entre los recuerdos que dolían demasiado para volver a tocar,
pero ahora estaba allí,
real, viva, y mirándolo con los mismos ojos que una vez le habían devuelto un poco de luz.

Mientras le explicaba los proyectos,
Adam apenas podía concentrarse.
Su mente vagaba hacia la forma en que Aurora fruncía el ceño al leer,
la manera en que sus dedos temblaban ligeramente al sostener los documentos,
y la calma casi sagrada que traía con ella.

No era solo una empleada nueva.
Era un eco del pasado,
un recordatorio de que incluso en el dolor había belleza.

> —Si tienes dudas, no dudes en preguntar —dijo él, intentando mantener el tono profesional.

> —Gracias —respondió ella, con una sonrisa tímida.

Las horas se desvanecieron.
Aurora trabajaba con dedicación, y Adam la observaba de reojo,
fascinado por la pasión silenciosa que volcaba en cada palabra.
En un momento, ella tocó su hombro suavemente.

> —Terminé mis notas —murmuró.

Adam las tomó, y sus dedos se rozaron apenas.
Una descarga eléctrica los atravesó.

> —Tus ideas son excelentes, Aurora —dijo él sinceramente.

Ella bajó la mirada, sonrojada.

> —Gracias.

Cuando el día terminó, salieron juntos del edificio.
El aire nocturno olía a nieve y promesas rotas.
El silencio entre ellos era cómodo,
hasta que una voz familiar lo rompió.

> —¡Adam!

Franchesca apareció de la nada,
sus tacones resonando contra el suelo de mármol.
Se lanzó hacia él y lo besó con la seguridad de quien cree tener derecho a todo.

Aurora se quedó inmóvil.
El golpe fue invisible, pero la atravesó por dentro.

> —Nos vemos mañana, Adam —dijo con voz apagada.

Y se alejó,
sus pasos perdiéndose entre la multitud,
mientras Adam se quedaba ahí,
con el sabor amargo de la culpa y la confusión.

Esa noche, mientras el viento helado golpeaba los cristales de su ventana,
Adam pensó en Aurora.
En su voz suave.
En su mirada limpia.
Y en lo injusto que resultaba
que la vida le ofreciera un atisbo de redención
solo para recordarle que él ya no sabía amar.



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En el texto hay: destino, romance, trianguloamoros

Editado: 19.11.2025

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