Ecos de hielo y sangre

Capitulo 3 : sombras que respiran

“Hay heridas que no sangran… pero aun así, gritan.”

Aurora

La imagen del beso se repetía en su mente una y otra vez.
Franchesca abrazando a Adam con esa seguridad que solo tiene quien cree poseer a alguien.
Y él…
él no la apartó.

Esa escena giraba dentro de Aurora como un eco cruel, clavándose más hondo con cada recuerdo.
Una punzada detrás de otra.
Una tormenta que no pedía permiso.

Por un instante absurdo, olvidó que apenas lo conocía.
Que Adam era solo un colega, un guía amable en un país que aún no se sentía hogar.
Que entre ellos solo existían pocas palabras, gestos profesionales y una conexión tan sutil que quizá había imaginado.

Pero su corazón —tan terco, tan soñador—
ya había trazado un lazo invisible.
Un hilo luminoso tejido con sonrisas cautas,
susurros entre teclas,
y esa extraña paz que ella sentía cuando él estaba cerca.

Ahora ese hilo dolía.
Como si alguien lo hubiera arrancado de golpe.

Caminó sin rumbo, dejando que las luces de la ciudad se distorsionaran en los charcos de la calle.
Sentía el pecho apretado, como si incluso la lluvia evitara tocarla.
Como si el mundo supiera que estaba rota por dentro.

Entró a una papelería sin pensarlo, guiada por un impulso triste, casi desesperado.
El aroma a tinta, papel fresco y madera pulida la envolvió en un abrazo silencioso.
Entre estantes cálidos y pequeños destellos de luz, sus dedos encontraron una libreta digital de bocetos.

Ese era su refugio.
Su único lugar seguro.
Donde podía llorar sin lágrimas y hablar sin voz.

Esa noche, ya en su pequeño apartamento, la encendió.
La luz azulada iluminó su rostro cansado, revelando sombras que antes no existían.

Y dibujó.

No a Adam.
No a Franchesca.
No al beso.

Dibujó la herida.

Corazones de hielo agrietados, abriéndose como cristal roto.
Hilos rojos tensos, como si sangraran desde dentro.
Fragmentos oscuros que parecían latir.
Luces que se extinguían antes de nacer.

Y en medio del caos, emergió una figura:
un hombre de gabardina negra, de pie en un cementerio sin estrellas.
Sin rostro, sin nombre…
pero ella sabía quién era.
Lo había sabido desde el primer trazo.

Y eso la asustó más que el dolor.

Adam

El apartamento estaba en silencio,
tan silencioso que el tictac del reloj parecía un latido ajeno,
uno que no le pertenecía.

Franchesca lo había llamado varias veces.
No respondió.
Ni siquiera intentó hacerlo.

Cada vez que aparecía su nombre en la pantalla, sentía una punzada aguda bajo las costillas.
No era culpa hacia ella.
Era culpa hacia sí mismo.
Por no haberse apartado.
Por no haber dicho la verdad.
Por no haber tenido el valor de detener un beso que nunca quiso.

Cerró los ojos, recostado en el sofá de cuero frío.
Y la primera imagen que apareció en su mente
no fue Franchesca.

Fue Aurora.

Su sonrisa tímida.
El rubor suave en sus mejillas cuando él la elogió.
El temblor leve en su voz al hablarle.
El modo en que lo miró antes de irse…
como si él hubiera sido quien la lastimó.
Y quizá sí lo había hecho.

Una culpa extraña lo invadió.
Un peso cálido y helado al mismo tiempo.

No era amor.
No todavía.
Era algo más profundo.
Algo que nació sin que él se diera cuenta.
Algo que Aurora había despertado solo con existir.



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En el texto hay: destino, romance, trianguloamoros

Editado: 22.11.2025

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