El sol se alzaba sobre Elikya con un resplandor dorado que hacía brillar las hojas húmedas del bosque. Las fogatas aún humeaban, los niños corrían descalzos entre las chozas, y los tambores resonaban con ritmo lento, marcando el fin de una era y el comienzo de otra.
Tras la partida de la Reina Amari, el pueblo había permanecido inquieto. Había paz, sí, pero también una sensación de expectación.
Al tercer día, los pobladores se reunieron frente a la choza mayor y hablaron con Mama Ndeka.
—Madre, —dijo Femi, el más anciano de los cultivadores— necesitamos un consejo que hable por todos.
—Ya no somos solo sobrevivientes —añadió Zambo—. Somos un pueblo.
Ndeka, con el rostro sereno, los escuchó en silencio. Luego asintió lentamente.
—Entonces que el pueblo elija. Que cada voz tenga peso. Que el espíritu del río decida con nosotros.
Durante una semana entera, Elikya se convirtió en un festival de debate. En los claros de la selva, en las orillas del río, en los talleres y junto a los fogones, se escuchaban voces discutiendo nombres, responsabilidades, y sueños.
Las noches se llenaban de música y murmullos, y las mañanas de manos alzadas y piedras marcando votos.
Finalmente, el séptimo día, el pueblo entero fue convocado a la plaza central. Las antorchas formaban un círculo, y sobre una tarima de madera recién tallada se alzó Mama Ndeka, con su bastón de caoba y el manto blanco de los ancestros.
El silencio fue absoluto.
El Discurso de Mama Ndeka
—Hijos del agua y del fuego… —comenzó, su voz grave y maternal llenando el aire—.
Hace años que la tierra nos negó descanso y el mar nos robó el nombre. Caminamos sin rumbo, fuimos comprados, marcados, desterrados y olvidados. Pero hoy… hoy la selva nos mira y no ve esclavos, sino raíces.
Las antorchas crepitaron.
—Elikya nació de la herida, y esa herida se transformó en hogar. Aquí cada semilla tiene un nombre, cada niño una esperanza, y cada alma una historia que no morirá. Pero un pueblo sin guía se pierde como río sin cauce. Por eso, desde esta noche, se alzará un consejo, no de amos, sino de hermanos.
Un consejo para escuchar al viento, para decidir en nombre del agua, y para no olvidar jamás de dónde venimos.
Se detuvo, respiró, y alzó el bastón hacia el cielo estrellado.
—Que este consejo sea el corazón de Elikya. Y que el corazón de Elikya nunca deje de latir.
Los aplausos y los gritos de alegría se mezclaron con los tambores.
Ndeka sonrió y prosiguió:
—Los espíritus del bosque han sido testigos. Y los elegidos del pueblo son los siguientes:
Los Nombres del Consejo
—Zambo, como jefe constructor —dijo Ndeka—. Él será el encargado de todas las construcciones del asentamiento. A su lado, su segunda al mando, Isabella, tejedora de fibras y alma de las manos que levantan el hogar.
Zambo se adelantó, golpeó su pecho y alzó el puño. Tulah lo siguió con una sonrisa humilde.
—Kunto, sin segundo por ahora, será el encargado de la defensa. Él protegerá las murallas, los caminos y la paz de este pueblo.
Kunto inclinó la cabeza con solemnidad, los músculos tensos, los ojos brillando de orgullo.
—Abeni, y su segunda al mando, Tulah —continuó Ndeka—. Serán las guardianas del río y de la pesca.
Abeni avanzó, su vientre ya visible, apoyada en el brazo de Tulah. Ambas se tomaron de las manos y la multitud estalló en vítores.
—Gaspar, con su segunda Angélica, estarán a cargo de la contaduría y el comercio. Ellos velarán por los recursos, las canoas y las rutas del intercambio.
Gaspar levantó la mano en señal de respeto; Angélica sonrió discretamente.
—Alawe y Marcos, encargados de las exploraciones. Ellos serán los ojos del asentamiento, los buscadores de nuevos horizontes.
Ambos se golpearon el pecho y saludaron a los presentes.
—El anciano Chuma, guardián de los saberes, será la voz de la cultura y la memoria.
Chuma se adelantó apoyándose en su bastón, murmurando:
—Sin raíces, ningún árbol crece.
—Obba y su segunda Naya, encargados de la salud. Ellos velarán por la vida, el cuerpo y el alma.
—Zola y Nia, encargadas de la educación. Enseñarán a los niños las letras y los símbolos del viento.
—Femi y Kofi, encargados de los cultivos y el ganado, los que alimentan al pueblo.
Y finalmente, Ndeka alzó su voz:
—Y yo, Ndeka, madre de este asentamiento, serviré como su guía y guardiana. A mi lado, Zalia, mi secretaria, será mi mano derecha y aprendiz.
Los aplausos resonaron como truenos. Las antorchas bailaron en el aire.
Ndeka levantó ambas manos.
—Si alguna vez la vida me lleva lejos de ustedes, Zalia quedará al mando. Y si la muerte me reclama primero, será el pueblo quien elija a su nueva guía. Así será, mientras el río corra y la selva respire.
La multitud coreó su nombre:
—¡Ndeka! ¡Ndeka! ¡Ndeka!
Las celebraciones duraron hasta el amanecer. Hubo música, risas y vino de palma. La luna observó desde lo alto a un pueblo renacido.
El Primer Día del Consejo
A la mañana siguiente, los nuevos líderes se reunieron en el Salón del Consejo.
Las paredes de barro por las que la luz se colaba por los agujeros como hilos dorados.
Abeni fue la primera en hablar.
—Necesitamos ampliar este salón —dijo, señalando los muros—. Si seremos un consejo, debe verse como tal.
Zambo asintió.
—Haré los planos.
—Yo puedo ayudar —intervino Isabella—. Antes de llegar aquí, era buena creando cosas. Sé cómo reforzar la estructura sin desperdiciar madera.
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Editado: 14.10.2025