La lluvia empezaba a caer cuando Sara pasó el letrero de bienvenida del pueblo: letras blancas desteñidas sobre madera gris. "Bienvenidos a Puerto Sombrío" se leía con dificultad, como si el mismo nombre del lugar tratara de desvanecerse. Desde el auto, observó las colinas cubiertas de nubes oscuras. Las luces de la costa parpadeaban en la distancia, entre niebla y sombras. Aquella costa era la que había dejado atrás hacía una década, después de que su hermana desapareció en medio de una tormenta similar a la que ahora sacudía las ventanas de su auto.
Diez años habían pasado, y aun así cada rincón de ese pueblo evocaba recuerdos que prefería olvidar. Volvía para asistir a una ceremonia en memoria de su hermana. Una ceremonia que había evitado todos los años anteriores, pero que esta vez sentía como una obligación, o quizás como una especie de redención. Sin embargo, mientras más se acercaba, más sentía una oscura sospecha creciendo dentro de ella, una sensación de que este regreso era más que una simple visita. Algo la atraía como un imán, un eco persistente de aquella tormenta, como si el pueblo mismo la hubiera llamado de vuelta.
Finalmente, llegó a la casa de su infancia. Estacionó el auto y, antes de salir, respiró hondo, tratando de prepararse para la visión de su madre, de quien sabía muy poco en estos últimos años. Cruzó el camino empedrado hasta la puerta, donde la pintura se había comenzado a descascarar. Apenas empujó la puerta y se abrió con un chirrido que resonó en el silencio.
—Sara, eres tú —la voz de su madre se escuchó desde la penumbra del salón, débil y lejana.
Sara dejó sus maletas y avanzó hasta verla. Su madre estaba sentada en el sillón, con una frazada sobre las piernas, y una taza de té humeante sobre la mesa. Frente a ella, una fotografía enmarcada de dos niñas pequeñas—Sara y su hermana, Lena. Ambas sonreían en la foto, de un verano que ya parecía un recuerdo lejano de otra vida.
—Hola, mamá —dijo Sara, sintiendo un nudo en la garganta.
Su madre levantó la vista, sus ojos apagados y envejecidos, la miraron como si fuera la primera vez en años. Y quizás lo era, pensó Sara, pues había pasado demasiado tiempo desde la última vez que hablaron cara a cara. Se abrazaron en silencio, un abrazo lleno de años de pérdida y palabras no dichas.
La primera noche en Puerto Sombrío fue inquieta. Sara intentó dormir en su vieja habitación, pero el peso del pasado parecía estar en cada rincón. Se revolvía entre las sábanas, los pensamientos de su hermana inundando su mente. Recordaba la última noche que la vio, la sonrisa despreocupada de Lena cuando le prometió que regresaría. Pero nunca lo hizo.
El viento comenzó a aullar fuera de la casa, y las ramas golpeaban las ventanas como si fueran manos invisibles. La tormenta parecía intensificarse, y Sara se levantó para observar el oscuro cielo desde la ventana. Por un momento, juró haber visto una figura en la distancia, cerca del acantilado donde se encontraba el faro. Frunció el ceño y trató de enfocarse, pero la figura había desaparecido.
"Es solo tu mente jugándote trucos", pensó para sí misma, aunque no podía quitarse la sensación de que alguien o algo la estaba observando.
Esa misma noche, decidió que su regreso no sería solo para asistir a la ceremonia. No podía ignorar más las preguntas sin respuesta, las dudas que la habían perseguido en silencio todos estos años. Estaba decidida a encontrar la verdad sobre la desaparición de su hermana, sin importar lo que eso significara para ella misma o para su familia.