Ecos de la Tormenta

CAPÍTULO 2 : EL PRIMER AVISO

Sara despertó con el sonido de la lluvia golpeando el techo. Abrió los ojos lentamente, sintiendo cómo el frío de la madrugada se colaba entre las paredes de la casa. Había dormido mal, con sueños llenos de imágenes vagas y susurros que parecían venir de todas partes. Miró el reloj en la mesita de noche; eran las seis de la mañana.

Se levantó de la cama y, al mirarse en el espejo, apenas reconoció su propio reflejo. Tenía el rostro cansado, la piel pálida, y unos ojos que parecían haber perdido el brillo. No era solo el cansancio del viaje; era la sensación de que algo estaba terriblemente mal, como si el simple hecho de volver a ese pueblo hubiera desenterrado algo oscuro dentro de ella.

Decidida a no quedarse encerrada en la casa, Sara tomó una chaqueta y salió al exterior. La lluvia había amainado, y el pueblo estaba cubierto por una espesa niebla que le daba un aire fantasmal. Caminó por las calles casi desiertas, con las manos en los bolsillos y la mirada baja, como tratando de evitar los recuerdos que afloraban a cada paso.

Llegó al parque central, un pequeño espacio rodeado de bancos de madera y arbustos descuidados. Allí, cerca de la fuente, vio a un hombre que le resultó vagamente familiar. Era **Tomás**, un antiguo amigo de la infancia, ahora un hombre en sus treinta con un semblante serio y ojos que parecían esconder un mundo de secretos. Cuando la vio, Tomás hizo una mueca de sorpresa y caminó hacia ella.

—Sara... no esperaba verte aquí —dijo con una voz casi ronca.

—Hola, Tomás. Vine por la ceremonia de Lena —respondió ella, tratando de mantener la compostura.

Tomás asintió en silencio, y por un momento ambos se quedaron mirándose, como si intentaran descifrar lo que el otro pensaba. Finalmente, él rompió el silencio.

—Mira, no quiero ser indiscreto, pero… ¿tienes pensado quedarte mucho tiempo? —preguntó con un tono que a Sara le pareció más preocupado que curioso.

—No lo sé aún —respondió ella, sin estar segura de hacia dónde iba la conversación—. Quizás solo unos días.

Tomás bajó la mirada y, tras un instante de duda, se acercó más a ella. Su voz se convirtió en un susurro conspirador.

—Sara, no sé qué recuerdes de aquella noche... pero aquí no todos han sido sinceros contigo. Hay cosas que es mejor no remover. Cosas que es mejor dejar enterradas.

Sara sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La expresión en el rostro de Tomás era seria, casi sombría. Sintió un impulso de alejarse, de ignorar lo que él intentaba decirle, pero al mismo tiempo, una parte de ella estaba desesperada por escuchar más.

—¿Qué quieres decir, Tomás? —preguntó, tratando de controlar el temblor en su voz—. ¿Sabes algo sobre lo que le pasó a Lena?

Tomás desvió la mirada, como si estuviera debatiéndose internamente. Después de unos segundos, sacudió la cabeza y dio un paso hacia atrás.

—Solo te diré una cosa, Sara. Hay personas aquí que harían cualquier cosa por mantener ciertas verdades ocultas. Tú eres una extraña ahora. Piensa bien antes de seguir preguntando —dijo, y sin esperar respuesta, se dio la vuelta y desapareció entre la niebla.

Sara se quedó inmóvil, viendo cómo Tomás se alejaba hasta que su figura se desvaneció entre la bruma. Su advertencia resonaba en su mente, y la sensación de que algo oscuro y peligroso estaba sucediendo en el pueblo se hizo aún más fuerte. Sin embargo, lejos de intimidarla, las palabras de Tomás despertaron en ella una nueva determinación. Si alguien en el pueblo sabía qué le había pasado a su hermana, estaba dispuesta a encontrarlo, sin importar lo que eso implicara.

Esa tarde, regresó a la casa para revisar algunas de las pertenencias antiguas de Lena. Sabía que su madre guardaba en una pequeña caja varios objetos de su hermana, cosas que nadie había querido tirar. Encontró la caja en un rincón del armario de su madre, cubierta por una manta. Dentro había fotografías, una pulsera rota, y un pequeño cuaderno con algunas notas escritas a mano. La caligrafía de Lena era inconfundible, con letras redondeadas y casi infantiles.

Sara hojeó las páginas, encontrando anotaciones sobre cosas triviales: las tareas de la escuela, las fechas de cumpleaños de amigos, y, en las últimas páginas, unas palabras extrañas. Parecía un poema, o quizás un mensaje críptico.

*"Donde las olas rompen en gritos, donde el faro da su última luz... ahí es donde guardo mi secreto, bajo la sombra de la luna azul."*

Sara leyó esas palabras una y otra vez, tratando de entender su significado. La mención del faro le recordó la figura que había creído ver la noche anterior en el acantilado. Sintió un impulso repentino de ir allí, como si algo la estuviera llamando. Esa misma noche, cuando la tormenta amainó, decidió que iría al faro en busca de respuestas.



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En el texto hay: suspenso, terror paranormal, espiritismo

Editado: 09.11.2024

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