El viento azotaba con fuerza la costa cuando Sara llegó al pie del faro. Apenas se distinguía su silueta, una torre imponente y antigua que se elevaba hacia el cielo, parcialmente oculta por la niebla que rodeaba el acantilado. La estructura se alzaba como un guardián silencioso, testigo de todos los secretos que el pueblo parecía guardar.
Sara observó la puerta de madera, entreabierta, como si el lugar la estuviera esperando. Respiró hondo, sintiendo el impulso de entrar, a pesar de que el frío y la oscuridad parecían advertirle que algo no estaba bien. Pero su determinación era más fuerte que sus dudas. Lena le había dejado un mensaje y, aunque apenas lograba descifrarlo, sentía que el faro era la clave.
Entró en el faro, y el sonido de sus pasos resonó en el espacio vacío. El aire dentro era denso, impregnado de sal y humedad, y olía a metal oxidado y polvo acumulado. La linterna que llevaba en la mano proyectaba una luz temblorosa que apenas alcanzaba a iluminar las escaleras de caracol, que se perdían en la penumbra.
Subió los primeros escalones, sus dedos rozando las paredes de piedra. Cada paso parecía intensificar la sensación de opresión. A medida que avanzaba, el ruido de las olas rompiendo contra las rocas allá abajo se hacía más fuerte, y Sara tuvo que detenerse varias veces para escuchar. Fue en uno de esos momentos cuando creyó oír algo más, algo que no era el viento ni las olas: un susurro.
Se quedó quieta, conteniendo la respiración. El sonido era casi imperceptible, pero parecía venir de algún lugar más arriba, un susurro que se mezclaba con el viento. Se sintió extrañamente atraída por ese sonido, como si estuviera siendo guiada hacia algo importante. Con una determinación renovada, continuó subiendo, cada escalón resonando en el silencio.
Finalmente, llegó a la cima. La luz de su linterna se detuvo en una puerta metálica, vieja y desgastada, que daba paso a la cámara de la linterna del faro. Sara empujó la puerta con cuidado y entró. La cámara estaba vacía, salvo por una vieja mesa de madera llena de papeles descoloridos y una lámpara de aceite que parecía haber estado apagada durante años. Se acercó a la mesa y comenzó a revisar los papeles, esperando encontrar alguna pista.
Mientras inspeccionaba, encontró un cuaderno pequeño, oculto bajo una pila de papeles. La portada estaba desgastada, y el papel se sentía frágil al tacto, como si fuera a desintegrarse en cualquier momento. Abrió el cuaderno con cuidado, encontrando notas escritas a mano que parecían ser de alguien que había trabajado allí hace muchos años. Algunos escritos eran anotaciones sobre el clima y las tormentas, pero otros eran… distintos.
*"Las noches de tormenta, escucho susurros en el viento. Voces que no pertenecen a este mundo. Algunas veces, siento que hay algo o alguien observándome desde la oscuridad."*
Sara sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Las palabras parecían confirmar sus propias sensaciones, ese sentimiento de que el faro guardaba algo más que simples recuerdos. Pasó las páginas y encontró más escritos, algunos casi ilegibles, pero uno de ellos captó su atención de inmediato.
*"Ella volvió. La vi bajo la luz de la luna, junto al acantilado. Creí que era un sueño, pero estaba ahí, tal como la recordaba. Si alguien encuentra esto… tenga cuidado. No todos los muertos descansan en paz."*
Sara cerró el cuaderno, con el corazón latiendo con fuerza. ¿A quién se refería aquel hombre? ¿Era posible que alguien más hubiera visto a Lena? Y si era así, ¿qué significaba eso? La posibilidad de que su hermana estuviera viva, o que hubiera algún rastro de ella en ese pueblo, la llenó de esperanza y terror al mismo tiempo.
Mientras reflexionaba, escuchó un sonido detrás de ella. Giró rápidamente, enfocando la linterna en la dirección del ruido. A unos metros, vio una sombra, una figura humana parada en el umbral de la puerta, inmóvil. Era un hombre, vestido con un impermeable oscuro y un sombrero que le cubría parcialmente el rostro.
—¿Quién está ahí? —preguntó Sara, tratando de mantener la voz firme.
El hombre no respondió. Permaneció en silencio, observándola desde las sombras, como si estuviera evaluando cada uno de sus movimientos. Finalmente, avanzó un paso, lo suficiente para que la luz de la linterna iluminara parcialmente su rostro.
—Sara… —dijo el hombre, en un tono grave y frío.
Sara retrocedió, asustada. Su voz sonaba familiar, pero no lograba reconocerlo del todo. Había algo en su mirada, algo en su expresión que la hizo sentir vulnerable, como si aquel hombre supiera más de lo que estaba dispuesto a revelar.
—Debes irte de aquí. Este no es un lugar para ti —dijo el hombre, con una calma inquietante.
—¿Por qué? ¿Qué está pasando aquí? —insistió Sara, tratando de obtener alguna respuesta.
—Algunas verdades no deben ser descubiertas. Por tu propio bien, deja que el pasado quede en paz —respondió él, antes de girarse y desaparecer por las escaleras, dejando a Sara sola en la penumbra.
Cuando el sonido de sus pasos se desvaneció, Sara se sintió más decidida que nunca. Aquel hombre, con su advertencia y su extraña presencia, solo había avivado su deseo de saber la verdad. Si había algo oscuro en ese pueblo, si había secretos que alguien quería mantener ocultos, entonces ella los encontraría, sin importar las consecuencias.